El campanario del anfiteatro es un símbolo de la exposición y de sus épocas doradas. La idea de construirlo fue de Luis Brussi y se inauguró en 1983. Entretelones de un proyecto fuera de lo común.

La Fiesta Nacional de la Flor está cumpliendo seis décadas, una vida donde ha pasado infinitas alegrías, momentos imborrables y algunas decepciones, pero sin perder jamás su espíritu ni su esencia.

Uno de los emblemas de su predio de la calle Mateo Gelves es, sin dudas, el imponente carrillón que preside el anfiteatro del lago, escenario de grandes jornadas de coronaciones, visitas ilustres y espectáculos artísticos de jerarquía. Un elemento ornamental y sonoro que, además de engalanar el parque, cuenta con una interesante y poco conocida historia.

La idea de construirlo se le ocurrió Luis Brussi, quien presidió la Fiesta de la Flor durante 29 años: entre 1967 y 1996. “La trajo después de un viaje a Bélgica, visitando exposiciones de flores. Lo vio allá y quiso hacerlo acá”, recuerda Juan Carlos Papa, quien integra desde hace décadas la comisión directiva de la asociación civil, en diálogo con DIA 32.

El ambicioso proyecto se iba a iniciar en 1982, pero al estallar la guerra de Malvinas las importaciones quedaron bloqueadas. Por ende, traer el mecanismo desde el exterior era inviable.

Luis Brussi, mentor del carrillón de la Fiesta de la Flor
Mentor. Luis Brussi fue presidente de la Fiesta de la Flor durante casi 30 años.

Los arquitectos escobarenses Carlos Benzaquén, Canio Iacouzzi y Rudesindo Márquez habían evaluado distintas posibilidades y esa era la primera, construyendo la estructura en Argentina, pero, inexorablemente, hubo que buscar un plan B.

“La idea seguía latente, así que se empezaron a ver otras alternativas. En el Congreso de la Nación había un carrillón y nos enteramos que la persona que lo había hecho era del pueblo San Carlos Centro, provincia de Santa Fe. Allí había una fábrica de campanas, las construían para iglesias y campanarios”, apunta Papa.

Con impecable memoria, el directivo agrega que “la fábrica pertenecía a la familia Bellini y el ‘carrilloner’ se llamaba Luis”, a quien un día fue a visitar junto a Brussi y a un paisajista de apellido Olivera.

Le encargaron el trabajo, se pusieron de acuerdo y desde ahí era cuestión de esperar varios meses para que el encargue estuviera listo. “Bellini nos dijo que su sueño era hacer uno alguna vez, así que se dio todo”.

El regreso a Escobar tuvo un episodio poco feliz. “A la vuelta del viaje a Santa Fe se me quedó el auto, el paisajista lo toca y me dice que le de arranque. Cuando lo hago se prende fuego el motor… ¡mirá cómo nació el carrillón!”, señala Papa, reviviendo un mal momento que hoy es una graciosa anécdota.

El más grande del país

Además de las campanas, el diseño se hizo con un teclado y un mecanismo semi electrónico que comandaba un sistema neumático, que a la vez ejecutaba las notas y daba las melodías.

Por un lado, se fabricaron las estructuras metálicas; por el otro, las de cemento; además del sistema electro neumático: un teclado con compresor y válvulas que generaba un impulso hacia determinada campana del carrillón.

Con cada detalle ajustado y chequeado una y mil veces, el famoso “carrillón de la flor” se inauguró en la 20º edición de la exposición, que tuvo lugar en septiembre del año 1983. Los visitantes se acercaban admirados para escucharlo sonar.

El campanario es el más grande del país. Tiene una altura de 18 metros, seis columnas de hormigón y 18 campanas de bronce, que pesan dos toneladas. Cuando sonaba podía oírse desde cuadras y cuadras, con un sonido inconfundible y melodías que, en tiempos de primavera, eran la banda de sonido del pueblo.

inauguración del carrillón de la Fiesta de la Flor
Esplendor. El carrillón se inauguró en la 20º Fiesta de la Flor, que se celebró en 1983.

Era una época de esplendor de la Fiesta. Al unísono se instaló una represa con aguas danzantes en el lago. La propuesta era un gran espectáculo de agua, luz y sonido al compás de la música que generaba el carrillón. Fue algo notorio, un atractivo muy interesante para nuestro evento”, declara Papa, que sigue ligado a la organización de la tradicional exposición de la floricultura.

A cuarenta años de haberse inaugurado, con la repercusión que ese acontecimiento tuvo en plena vuelta a la democracia, en un país que venía golpeado, Papa confiesa que le da satisfacción haber podido ayudar a su amigo Brussi a cumplir su gran anhelo.

“Me queda como recuerdo el sueño cumplido de Luis: él era un adelantado, un visionario. Hizo crecer mucho a la Fiesta de la Flor. Gracias a él se hizo una costumbre regalar plantas y flores, algo que ayudó mucho en la economía de los floricultores”, sostiene, convencido.

El carrillón marcó la exposición floral y ahí permanece, de pie, viendo pasar generaciones de visitantes. Un gigante que sigue haciendo sonar sus enormes campanas como el primer día, más allá del paso del tiempo.