Sin conocer el oficio, a los 44 años Esteban Leyes decidió montar un taller donde las restaura y transforma. La aventura de cómo se subió a su oniriciclo y fue de Maschwitz al Obelisco.

La música, los mates y la buena compañía son la fuente de inspiración de Esteban Leyes (49), un vecino que hace cinco años se embarcó en un gran desafío. Siendo amateur en el tema, comenzó a reparar bicicletas en el garaje de su casa, al poco tiempo sumó la restauración y, finalmente, fue por lo más creativo: la invención de modelos distintos y alocados.

Antes de ingresar a su taller, ubicado en la calle Santiago del Estero, en el patio pueden verse exhibidos algunos de estos diseños originales. Para lucirlos, él mismo se pasea por el centro de Ingeniero Maschwitz y se lleva las miradas de todos. El más popular de sus modelos es el oniriciclo, una bicicleta de doble altura que justamente fue pensada para generar impacto y reacción en la vía pública.

Carismático y multifacético, a los 6 años empezó a jugar al fútbol y creció entrenando en distintos clubes. Más tarde llegó la etapa de Volkswagen, donde trabajó en el área de Logística. “Me sirvió todo en la vida: incorporar la actitud deportiva tanto como la disciplina de la fábrica. Podría haberme quedado en Volkswagen, pero yo quería ponerme a prueba. Tomar la decisión fue difícil, porque estaba muy cómodo”, le cuenta a DIA 32.

Sobre las motivaciones para dar ese paso, reflexiona: “Siempre me gustaron los fierros, inicialmente tenía cero oficio en bicicletería pero era, dentro de todo, lo más accesible. Fui superando el miedo y me animé a largarme solo. Perdí algunas cosas pero gané otras. Me encontré conmigo”, asegura.

Su esposa, Marcela Garvino (59), lo acompañó incondicionalmente en el proceso de armado del taller y lo orienta a la hora de tomar decisiones. “Es una cadena de favores, nos ayudamos entre varios. Alguien tira la bicicleta, o se la regala al chatarrero, y el chatarrero nos vende los cuadros a menor precio. Se lo compramos a él, que lo necesita, y a nosotros nos viene bien”, cuenta, agradecida.

“Creo que si esto se nos hubiera ocurrido antes, podríamos haber hecho muchas cosas más, pero ocurrió ahora. Yo le digo a Esteban, ‘con esto no te morís de hambre en ninguna parte del mundo… te vas con tu caja de destornilladores y estés donde estés, vas a tener trabajo’”.

En un intervalo del trabajo y entre mates que van y vienen, el escultor de bicicletas relata su recorrido.

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-Si no sabían nada del oficio, ¿por dónde empezaron?
-Hicimos el taller, compramos algunas herramientas, pero tardábamos mucho tiempo en terminar una bici. Un colega, Arlián, que junto a su familia tuvo bicicletería toda la vida, me fue enseñando de a poco. Me tuvo mucha paciencia. Al principio, yo atendía a la gente con los servicios básicos. Después me metí con la parte de restauración, que es lo distinto, lo que más me gusta hacer: desarmar, despintar, pintar. Fuimos hablando con la gente, practicamos, usamos muchísimo Internet.

-¿Qué es lo que más te atrae del proceso de restauración?
-Recuperar las bicicletas para que salgan de nuevo a la calle. Cuando les digo a las personas “esta es tu bicicleta”, no lo pueden creer. También están los que te dicen: “hacé lo que creas que es mejor”, y ahí es cuando yo puedo desplegar mi parte artística. Hay gente que tiene un vínculo emocional y familiar con la bici, porque era del abuelo y después pasó al papá, y yo la recupero. Cuando la vienen a buscar, la preparo y la tapo, para que sea una sorpresa. Nos tocó ver clientes llorar delante de la bici restaurada.

-Más allá de este servicio, ¿hacen bicicletas por encargo?
-Claro. Acá venís y elegís el cuadro, el color. Decidís si la querés con frenos o a contrapedal, si querés portaequipaje o no, con canasto de mimbre o de plástico, el estilo de manubrio… te la armás vos. A veces llegan con la intención de restaurar y ven una bici armada y dicen “¡quiero esa!”. Si no llueve, en una semana la tenés lista como querés.

-¿Cómo los recibió la comunidad de Maschwitz?
-Yo tengo mis raíces acá, nací en Ituizangó y La Plata y mi familia tiene más de 100 años en Maschwitz. Con respecto al taller, la misma gente alimenta lo que hacemos, el aliento de las personas me dio la libertad para crear cosas nuevas. Les gustan los colores. Cada vez te encontrás con más apasionados. Cuando empezamos a vender las primeras bicicletas nuestras, festejábamos.

-¿Con qué modelos trabajan?
-Bicicleta playera, de paseo, inglesa, de mujer y de hombre. También hago las todo terreno, pero en menor cantidad. Y hacemos cosas raras a pedido, por ejemplo, un doble portaequipaje atrás para que entren dos chicos, o un chico y una mochila. Después hicimos la “bicicleta cargo”, que es una bici de reparto y yo le agregué un canasto de carrito de supermercado para llevar las compras. Saqué la idea de Holanda. Armamos una estilo retro, que usaban las mujeres con las faldas largas; otra tipo monociclo para hacer piruetas. Y el famoso oniriciclo. Mucha gente dibuja para hacer algo, yo lo hago con los fierros directamente, sé a dónde voy, lo tengo en la cabeza y lo disfruto tipo escultor.

-¿Cómo se siente saber que el taller que soñaste, finalmente, funciona?
-Siento que es una actividad linda para uno, veo que lo que estoy haciendo va para adelante, pero también sé que hay que seguir esperándolo. Hay muchos proyectos, tengo varias ideas de bicicletas personalizadas. La clave es ponerle garra y actitud, porque es una actividad que lleva tiempo. Ahora no necesito irme de vacaciones, mis vacaciones son estas. El taller es chico, pero la ambición es grande.

De Maschwitz al Obelisco en un oniriciclo

Hace exactamente un año, en agosto de 2018, Esteban Leyes encaró el desafío de llegar desde su casa hasta el Obelisco arriba de su oniriciclo. Decidido, tomó la calle La Bota, luego la ruta 27, pasó por San Fernando, Carupá y siguió derecho por avenida Libertador. Su esposa, Marcela Garvino, lo llamaba a cada hora para corroborar que estuviera bien y publicaba el recorrido en las redes sociales.

Orgulloso, y alentado por la gente que le pedía fotos, llegó emocionado a la avenida 9 de Julio. Y decidió seguir: pasó por Caminito, la Bombonera, la Casa Rosada, el Planetario y el Monumental.
“El motor de la aventura fueron las ganas de contarle a la gente de dónde venía y lo que hacía”, recuerda de aquel momento célebre.

La raíz de la palabra “oniriciclo” se refiere a lo “onírico” porque, tal como ocurre en los sueños, desde arriba de esta bicicleta doble altura las cosas se ven muy distintas. Dentro de las llamadas “intervenciones urbanas”, está pensada para sacar de contexto a las personas al otorgarle una forma novedosa a un objeto familiar.

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