A pesar de ser una de las áreas más neurálgicas del distrito -o quizás por ello-, la terminal de ómnibus de Belén de Escobar es víctima del más absoluto abandono por parte de las sucesivas administraciones municipales. La última promesa oficial de “cambiarle la cara” la hizo el actual gobierno, en 2009, cuando anunció una serie de mejoras que nunca se concretaron. Sin embargo, un cartel colocado en ese momento todavía se deja ver en lo alto: “¡Estamos Trabajando!”, exclama con letras negras y naranjas, en el colmo de la dejadez. Una broma de mal gusto.
El problema de la terminal, además de tener vieja data, es doble: operativamente está colapsada desde hace más de quince años. En las horas pico, los colectiveros deben dar muestras de destreza para poder maniobrar, aunque igual los accidentes -si bien menores- son moneda corriente. Al mismo tiempo, el lugar se encuentra en un estado de deterioro estructural, producto de una ausencia total de inversión en siquiera mantenerlo mínimamente en condiciones.
Consecuentemente, la solución al problema requiere decisiones en dos frentes: por un lado, reorganizar la operatividad de la terminal; por el otro, mejorar su aspecto. Está claro que nada de esto implica desembolsar grandes sumas de dinero. Hacerlo o no hacerlo es una estricta cuestión de voluntad.
La terminal de Patti
Uno de los tantos récords que batió Luis Patti durante sus ocho años en la Intendencia de Escobar es el de haber inaugurado una obra que nunca se utilizó para el fin que fue concebida. Es el caso del boulevard Güemes, al que pavimentó, ornamentó con palmeras y le hizo una veintena de dársenas para colectivos. Allí funcionaría la nueva terminal de ómnibus, tal como lo había propuesto el entonces concejal Raúl Urbano, de la UCR, en un proyecto de ordenanza que Patti reflotó. Pero la idea fue resistida -fundamentalmente por los comerciantes de la calle Rivadavia, que se verían sensiblemente afectados en sus ventas- y nunca se implementó.
Desde entonces, el lugar es utilizado por la línea 60 como playa de estacionamiento de las unidades que van a la terminal de Rivadavia. Y por algunos automovilistas que la usan de pista para picadas nocturnas. Es cierto que el boulevard también sirve como entrada y salida alternativa de la ciudad, pero es poco tenida en cuenta para ese fin.
La estéril obra fue inaugurada con bombos y platillos por el otrora comisario, hoy preso en la cárcel de Ezeiza por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar. Fue en junio de 1998, a días de dejar el Municipio en manos del hoy diputado nacional Jorge Landau para iniciar su célebre campaña de candidato a gobernador. Esa terminal era como la frutilla del postre con la que consagraba una gestión marcada por el impulso a la obra pública y algunas transformaciones inesperadas por los escobarenses. Pero ni siquiera al regresar a la Intendencia -en febrero del ’99- volvió a retomar la idea del proyecto original. Y todo quedó como está hoy.
La promesa de Guzmán
En enero de 2009 parecía que había llegado la hora de la terminal. Aprovechando la merma de usuarios y servicios por la época estival, la Municipalidad tomó la decisión de cerrarla por un mes para nivelar la playa de maniobras, que se encontraba en condiciones calamitosas. Un año y medio atrás, la gestión de Silvio González le había hecho un piso de adoquines articulados que no tardaron en romperse y generar ondulaciones con peligrosos picos. Una gruesa capa de hormigón dejó resuelto el asunto en dos tercios de la superficie.
En aquel momento, la Municipalidad informó que esas mejoras constituían la “primera etapa” de un trabajo de “acondicionamiento general”, enmarcado en el renombrado “Plan de Reordenamiento Urbano”. Por entonces, quien le ponía voz a las buenas noticias era el subsecretario de Infraestructura, Germán Maldonado, quien daba a conocer que, a más tardar en marzo, se instalarían nuevos refugios y marquesinas, cestos para residuos, luminarias de mayor potencia y un sector verde con arbustos y maceteros.
“La intención es cambiarle la cara por completo a toda esa zona, ya que es un punto neurálgico de la ciudad”, fundamentaba el funcionario.
Maldonado también afirmó que, simultáneamente, el proyecto se completaría con la repavimentación de tres cuadras de Rivadavia -desde 25 de Mayo hasta Tapia de Cruz-, el arreglo general de otras tantas de Spadaccini -desde Rivadavia hasta Alberdi- y dos de la calle Alberdi -de Spadaccini a 25 de Mayo-, que conforman el circuito de entrada y salida de la terminal. Pero, a tres años y medio de aquellas promesas, nada de eso se cumplió.
La única medida que se concretó fue la reubicación de algunas paradas del Chevallier, la 60 y la línea 291 sobre la calle Spadaccini, entre Rivadavia y Sarmiento. Si bien esa variante descomprimió parcialmente la ya colapsada zona de dársenas, a la luz de los resultados terminó por agravar aún más el caótico tránsito vehicular sobre esas arterias. O sea, no fue una solución, en el sentido estricto de la palabra.
Un lugar desagradable
El aspecto de la terminal es desolador, digno de un pueblo abandonado o en bancarrota. La peor impresión posible para quien llega a la ciudad en el transporte público.
Las veredas están rotas, hay mugre por donde se mire y pocos cestos para los residuos, que además son diminutos y no tardan en llenarse. Encima de que el espacio para esperar los colectivos es escaso, abundan puestos ambulantes que obstaculizan la circulación. Más de la mitad del predio no tiene toldos o techos para que los usuarios puedan refugiarse cuando llueve. Por supuesto, tampoco hay un mísero banco donde sentarse. Eso ya sería pedir demasiado. Y el tramo del playón del que no se retiraron los adoquines ya empezó a hundirse.
El único ítem que se salva es el de las luminarias públicas: al cierre de este artículo funcionaban 5 de las 6 columnas.
¿Cuánto tiempo más tendrá que pasar para que la terminal sea un lugar agradable? ¿O habrá que aceptar que esté condenada al abandono a perpetuidad?
Savio tendrá su terminal
4A contrapartida de lo que sucede en Belén de Escobar, en Maquinista Savio, al lado de la estación del ferrocarril, se encuentra en su tramo final la construcción de un playón para colectivos realizado por el Municipio para “centralizar en un punto neurálgico” los servicios de transporte público de la localidad. Cuando se ponga en funcionamiento, todas las líneas que circulan por la ruta 26 deberán ingresar a ese centro de transferencia. El lugar cuenta con diez dársenas, ubicadas en paralelo a la calle Beliera, bancos de cemento y está iluminado con farolas.