Desde hace un tiempo se tornó habitual ver entre nosotros a hombres de piel intensamente oscura. Son parte de una legión de africanos que abandonó su suelo en busca de un futuro. DIA 32 recogió los testimonios de Samuel y Kennedy.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Vienen de tierras lejanas, expulsados por guerras, hambrunas, pestes o pobreza. Perseguidos por ideologías políticas o religiosas. Algunos africanos escapan de sus países de origen como polizones en barcos de carga, otros -menos desafortunados- logran subirse a un avión. En muchos casos empeñan todo lo que tienen para huir, y se marchan con las manos vacías. Atrás dejan familias, hijos y costumbres que difícilmente puedan recrear al otro lado del mundo.

Los africanos que se exilian poco conocen de sus destinos finales. ¿Qué puede saber un habitante de Koidu, por ejemplo, de la Argentina? Casi nada. Lo único que conocen de la cultura de este país es la fascinante figura de Diego Maradona. Es que en muchas regiones de África el fútbol es uno de los deportes principales.

De unos años a esta parte, Argentina atrae a gran cantidad de turistas pero también a un buen número de inmigrantes que llegan para quedarse. En el caso de los africanos, su llegada tiene que ver con la crisis europea y con que allí les han cerrado las puertas definitivamente. El viejo mundo era el principal destino de quienes buscaban asilo político o mejores condiciones de vida. Pero hoy prueban suerte en otras latitudes. Por eso ver afroamericanos en las calles de diferentes ciudades de Argentina se está tornando en algo cada vez más común.

En su mayoría son hombres, altos, corpulentos y de piel intensamente oscura. Con los dientes blancos, los ojos tristes y un acento extraño. Se dedican a la venta ambulante de bijouterie y otras baratijas. Son muy pocos los que tienen la suerte de poder poner un negocio, acceder a un trabajo en relación de dependencia o dedicarse a la construcción. No sólo vienen en busca de una vida mejor para ellos sino que traen sobre sus espaldas la responsabilidad de encontrar un lugar que les permita trabajar y juntar dinero para enviarles a sus familias.

Historias en Escobar

Samuel Johnson tiene 40 años y llegó a la Argentina en barco hace una década. Es oriundo de Sierra Leona, una ex colonia británica de cinco millones de habitantes sobre las costas del océano Atlántico, que logró su independencia en 1961 y desde entonces vivió devastadoras guerras civiles. Esa fue una de las razones por las que Samuel dejó su país y vino para América del Sur.

A pesar de los años que lleva viviendo en una pensión en el barrio de Once, donde comparte una habitación con otros compatriotas, aún no domina muy bien el español. Viene a Escobar todos los días en el tren, se baja en el andén y ahí se queda, hora tras hora, esperando que alguien le compre alguna de sus alhajas. Llega a la mañana y recoge sus cosas antes de la caída del sol.

“Vengo a trabajar acá porque le acerco novedades de Once a los lugareños”, dice. Samuel admite que no gana muy bien, pero desde que llegó siempre trabajó de vendedor de ambulante. Cuenta que se hizo ciudadano argentino, que al principio se manejaba con un permiso de trabajo que renovaba cada tres meses, pero que no le fue difícil tramitar su DNI.

En cambio, Kennedy Gyan es un trotamundo. Salió de su Ghana natal para “conocer otros lugares”. Tiene 43 años, le gusta hablar y contar su historia y también vende bijouterie. De hecho, lo hace a metros de Samuel, en la terminal de ómnibus. “Pero no nos conocemos”, aclara. Y explica: “Los negros, cuando nos encontramos, conversamos si nos entendemos, porque muchos hablamos en inglés pero otros en francés. Está todo bien, pero no preguntamos de dónde somos. En África suele haber conflictos por cuestiones de credos o problemas entre tribus. Por eso es mejor dejar esas cuestiones de lado”.


Kennedy es hijo único de una adinerada familia ghanesa, y llegó a Argentina después de haber recorrido gran parte de Latinoamérica. Su madre -“que tiene mucha plata”, subraya- le concedió el capricho de viajar por el mundo. Tuvo mejor suerte que los que llegan hacinados en barcos, porque llegó en avión, aterrizó en Guayaquil (Ecuador) y fue bajando: Perú, Bolivia, Paraguay, Argentina. Y aquí se quedó. Aunque reconoce que “a los argentinos no les gustan los negros”, afirma que se los trata mejor que en otros lugares. “Más en Escobar, en Capital la gente te pasa por encima, pero acá no”, asegura.

Hace 14 años que vive en Argentina. Se casó, tuvo una hija y habita en una casa propia en la zona sur del Conurbano. Al principio trabajó de albañil, mientras tramitaba su residencia porque “no quería estar ilegal”. Al igual que Samuel, dice que no le costó mucho conseguirla pero que la tramitó hace tiempo. “Ahora es mucho más difícil. Las leyes están más duras”, señala en un español casi perfecto.

Cuando su madre dejó de enviarle dinero porque se daba cuenta que de esa manera su hijo no iba a regresar, Kennedy tuvo que salir a buscar trabajo. “Es muy difícil, a los negros no nos dan laburo. Al principio pude trabajar de albañil, yo sé mucho de construcción, pero después ya no”. Entonces, puso un almacén en Once, que sostuvo durante tres años. Pero no pudo seguir: a la hora de renovar el contrato le aumentaban mucho el alquiler. “Tuve una buena educación y sé pensar. Ya llegará el día en que pueda montar otro local. Pero nunca, jamás, volvería a poner uno de alimentos, porque hay mucho gasto de electricidad por las heladeras, y la ganancia es poca. Además, es el único rubro que tiene que estar abierto desde muy temprano hasta casi la madrugada”, reflexiona.

El viejo mundo era el principal destino de quienes buscaban asilo político o mejores condiciones de vida. Pero hoy prueban suerte en otras latitudes.

Cuestiones en común

Hay más de 15 mil africanos viviendo en el país que vinieron desde el continente negro en los últimos años. Llegan de Nigeria, Camerún, Liberia y Sierra Leona, entre otros orígenes, pero en su mayoría son de Senegal. Un país donde la tasa de desempleo llega al 50 por ciento, el índice de pobreza trepa a los 57 puntos y la expectativa de vida ronda los 55 años.

En cuanto a los ghaneses, Kennedy dice que no hay más de 120 viviendo en Argentina. Y asegura que la mayor dificultad que enfrenta la comunidad negra en el país es el tema de la salud: “En los hospitales públicos no nos atienden. Si nos pasa algo tenemos que ir a pagar a uno privado”, dice luego de vivir acá durante 14 años y pasar siempre las mismas vicisitudes cuando se enferma.

Kennedy cuenta que cada dos o tres años va a Ghana a visitar a su familia: “Mi mamá me manda el boleto”, confiesa. Pero asegura que siempre sabe que volverá a Argentina. Recorrió todo el país y se enamoró. Habla con mucho cariño de las provincias del norte y de la amabilidad de su gente. Además, está convencido de que su futuro “está acá”, que lo que quiere algún día es abrir otro local y dejar de recorrer las calles porque “si llueve o la Municipalidad te echa, perdés. Ese día no comés”.

Algunos vienen por elección, otros por fuerza mayor. Lo cierto es que las fronteras son cada vez más delgadas y que cada uno, venga de donde venga, está en busca de un lugar en el mundo donde vivir mejor.

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