Tiene 18 años y hace diez que baila folclore, participó en innumerables competencias y en 2008 mostró su danza en el escenario de Cosquín. Ahora madura un nuevo sueño: ser campeón nacional de malambo.

por ROCÍO M. OTERO
rotero@dia32.com.ar

La noche empieza a caer en Maquinista Savio. Los autos y sus bocinazos colman el ambiente. En las veredas se mezclan aquellos que salen de trabajar apurados por lle­gar a sus casas y los adolescentes con uniforme de colegio, que también vuelven a ellas pero sin acelerarse. Mientras tanto, a unas pocas cuadras del centro de la localidad, Mauro Dellac está dando sus habituales clases de danza en la sede de Bomberos Voluntarios.

A simple vista la imagen impacta, una mezcla rara entre adulto y adolescente que encaja perfecto con su perfil y su entorno. Alto, flaco, de una barba negra prominente y arito en la oreja derecha, advierte: “Miré que yo no soy bueno para esto de dar notas eh». Y como quien ya se sacó el peso mayor de encima, comienza a hablar, tratando de imitar una voz firme que tape los nervios que el grabador provoca cerca de su boca, pero que quedan en una eventual evidencia con el movimiento de sus manos, que como sí tuvieran vida propia no cesan en el afán de encontrar un lugar donde poder estacionarse.

“Empecé a los ocho años. Estaba en mi casa y me dieron ganas de acompañar a mi hermano Damián al ballet (Viene Clareando, donde ahora él enseña). Me quedé mirando en un costadito y me encantó”, recuerda Mauro. Ese día conoció al que sería su mentor, Mario Salvatierra, y desde el rincón que había elegido para esconderse mientras los demás tenían su clase, hizo sus primeros zapateos. “Empecé sin empezar, ahí solito, de oído”.

Como un don escondido que pedía a gritos liberarse. Mauro solo tomó clases un año. Después de ahí empezó a competir y el entrenamiento de esas competencias fueron sus clases, su apoyo y su sustento. “Me gustaba tanto, que sacaba rapidísimo las cosas”, señala entre risas. Y recuerda su primera competencia, siendo todavía un nene: “Fue en Pablo Nogués, fuimos con todo el ballet, yo estaba aterrado, pero terminamos ganando el premio mayor”

Como en todas las carreras, siempre hay un hecho que las marca, que las divide en un antes y un después Y la suya no fue la excepción a la regla. Tras años de competencia y extenuantes horas de ensayo, en 2008 por fin llegó el gran momento: la presentación en el tradicional festival de Cosquín ante miles de personas con sus ojos depositados en cada movimiento de estos jóvenes bailarines.

“La experiencia fue increíble, pasamos en gru­po y yo en pareja por primera vez. Sentía mucho miedo al principio, pero en el grupo se respiraba otro ambiente, éramos muy unidos y teníamos muchas ganas de mostrar lo que habíamos aprendido, sabíamos que podíamos”, reconoce Mauro, sin poder evitar que la voz se le quiebre por la emoción. Y continúa: “A pesar de que lo hayas practicado miles de veces, cuando estás ahí, vestido para salir a escena, la emoción que sentís es indescriptible, es genial. Antes de subir nos abrazamos y nos largamos a llorar todos”.

La vida de este bailarín adolescente transcurre normalmente. A la mañana se dedica a dormir y descansar para la ardua jornada que le espera. A la tarde va al colegio en Maschwitz, y a la salida se encarga de los ensayos de danza. “Ahora estamos en época de campeonato, así que ensayamos muchos días y muchas horas. Normalmente es más tranquilo», explica.

Pero muchas veces lo bueno también acarrea a su paso consecuencias no tan buenas. En su caso, repetir un año de la secundaria por estar tan abocado al baile. Pero un tropezón no es caída y ahora Mauro apuesta fuerte a disfrutar y aprobar su último año de secundaria. “Tengo que terminar sí o sí”, asegura muy seriamente.

A este talentoso joven saviense le espera un futuro prometedor. En la actualidad se está preparando para su gran meta de participar en el Festival Nacional del Malambo, que por cuestiones de edad todavía le es inaccesible. “A los 20 pienso entrar y sé que desde ahora tengo que empezar a ensayar, porque es un desafío grande, grande de verdad. Mi sueño es ser el campeón nacional del malambo. Eso es lo que quiero y estoy dispuesto a conseguirlo», concluye Mauro Dellac.

Con el clásico suspiro de quien contiene el aíre por los nervios, se sonríe, saluda con un beso y vuelve a su clase, a su baile, a su mundo.

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