Con hierros reciclados que consigue en la calle o en sus recorridas buscando descartes por talleres mecánicos y bicicleterías, Néstor Ramírez (35) se dedica con maestría y creatividad a realizar piezas de metal que son verdaderas obras de arte.
Empezó hace casi tres años. Lo recuerda con exactitud: fue el 1º de mayo (Día del Trabajador) de 2019. Desde entonces se gana la vida vendiendo sus obras en ferias, por encargue o en la puerta de su casa, en Ingeniero Maschwitz, sobre la calle Paso al 1500. Asegura que nada de lo que hace se repite, porque “cada cosa es única”.
El oficio de herrero lo aprendió de joven, pero lo había abandonado porque necesitaba que sus ingresos le redituaran un poco más. Hasta hace unos años trabajó hombreando medias reses en un frigorífico. Un día trastabilló, se cayó y se lesionó de la primera a la cuarta vértebra de la columna. Los médicos le dieron un diagnóstico bastante sombrío: no había posibilidad de reparar el daño mediante una operación y no podría hacer fuerza de por vida.
Así fue como volvió a pensar en la herrería, ya no fabricando puertas o rejas, que también lo hace, sino volcado a la artesanía. Lo primero que creó fue un búho que hoy es el logo de su emprendimiento: “Arte Chatarra Urbana”.
Chapas, tuercas, cerraduras viejas, horquillas, cadenas, pedales de bicicletas, caños y tachos de metal son su materia prima, que rápidamente convierte en creaciones de todo tipo: espadas medievales, porta botellas, réplicas de armas, cámaras de fotos, cuchillos, barcos, cestos de basura, parrillas, chulengos, katanas japonesas, estrellas ninjas o el regalo más inverosímil para una fecha especial.
“Lo que me pidan, lo fabrico. Tengo una soldadora eléctrica, una amoladora y una agujereadora, ese es mi taller. Pero si no funciona la soldadora, que es el corazón de todo, no hay magia”, le cuenta a DIA 32.
En el proyecto trabaja toda la familia. Su esposa y gran sostén, Cecilia Leyes (40), y sus cuatro hijos: Francesca (3), Magdalena (10), Julián (7) y Nicolás de (14), sus pequeños grandes ayudantes y musas inspiradoras. Los cinco se encargan de buscar piezas, limpiarlas y organizarlas para que el jefe de hogar los sorprenda con sus ocurrencias.
“La gente muchas veces no sabe todo lo que hay detrás de un emprendimiento cuando te regatean el precio o te encargan algo y después no vienen a buscarlo: hay una familia, hay lágrimas, hay tiempo. Nuestra familia de seis es un equipo de trabajo. Nos ha pasado de ir a ferias, no vender nada y llegar acá y tomar mate, té los chicos, con pan. Y en otras se dio vuelta todo y nos fue espectacular”, cuenta Cecilia.
Ella es quien también explica cómo trabaja su marido. “En el fondo de casa hay un montón de chatarra, él agarra una pieza; entra, suelda. Agarra otra pieza; entra, suelda. Cuando al rato vuelve me dice: ‘Mirá lo que hice´. Los diseños salen de su creatividad y de su cabeza. Para mí tiene una mente brillante”, revela. Néstor se levanta todos los días con una idea y a la noche puede haber materializado entre diez y doce piezas.
Cecilia es profesora de Educación Física y también fabrica alpargatas artesanales, para agregar un producto más a los stands de las ferias que visitan. Siempre le dijo a su marido que cuando encontrara una pasión se iba a sentir tan bien por dentro, que lo de afuera iba a fluir solo. Al principio él no estaba muy convencido, pero terminó dándole la razón: “Lo mejor es que manejo mis tiempos”, destaca.
Néstor, Cecilia y los chicos van de feria en feria, a la del Mercado del Paraná de las Palmas, algunas en CABA y a los eventos que se realizan en Escobar. En la Fiesta de la Flor les fue genial y fueron por más en la Expo Escobar. A los clientes los captan por Instagram y Facebook, pero muchos también los conocen por el puesto que todos los días montan en la vereda de su casa.
El precio de los objetos es relativo. Por ejemplo, una katana puede costar $2.500. Una lámpara $1.500, un portacelular $1.500 y llaveros a $150. Cuchillos con mucho diseño, de $3.000 para arriba.
El primogénito, Nicolás, es otro gran emprendedor. Comenzó lavando descartes y hoy suelda a la par de su padre. Néstor lo considera su mano derecha, aunque hace mucho hincapié en que antes que nada está la escuela. “Pero también le damos espacio para que haga lo que gusta. Fabrica sus propios pines y cuando vamos a las ferias los exhibe y los vende. Por eso digo que somos una familia de emprendedores, siempre para adelante”.
“La gente muchas veces no sabe todo lo que hay detrás de un emprendimiento cuando te regatean el precio o te encargan algo y después no vienen a buscarlo: hay una familia, hay lágrimas, hay tiempo”.
Creaciones asombrosas
El debut artístico del “herrero loco”, como se hace llamar, fue en la Peluquería Pelusa, que tiene su local en la calle Mansilla, en Belén de Escobar. “Hice una decoración muy loca, cabezas de maniquí con cortes punks hechos con restos de parrillas. Una araña gigante y cosas increíbles. Con él empecé”, recuerda.
Además, comenta que lo que más llama la atención de la gente son las armas. “Hago revólveres y pistolas que no se pueden empuñar, porque después me dicen que con eso pueden salir a robar. Pero es impresionante cómo a la gente les gustan las armas, las katanas, los cuchillos. Hay gente que es coleccionista y que lo ve como una artesanía y nada más”.
Aunque cuesta elegir entre tantas creaciones, su obra máxima fue el dragón que hizo para la última edición de la Feria del Libro, al que bautizó “Charly y las personas”. Una estructura de 3,70 metros de largo y un metro de altura, sobre la que cientos de chicos y adultos se sentaron para sacarse una foto.
La hizo a pedido del escritor Cristián Trouvé. “No conozco otro herrero loco”, le dijo. Le llevó casi un mes de trabajo, dobló todos los hierros a mano y lo fue haciendo por partes, porque entero no le entraba en el taller. Además, lo rellenó con 376 libros que se habían mojado y a los cuales ya no se les podía dar otra utilidad.
Néstor es el ejemplo de una persona que supo ponerle actitud a la adversidad para dar vuelta su vida y dedicarse a lo que más le gusta hacer. Para él es como jugar a los rastis con los fierros. Empieza pero nunca sabe en qué va a terminar. A veces las obras se hacen solas, cuando varias piezas caen al piso y él ve un objeto en la forma en que se acomodaron.