Hermenegildo Benítez es uno de los últimos cobradores de estacionamiento que quedan en las calles de Escobar. La historia de un hombre que a los 14 años debió dejar su Chaco natal y venirse solo a Buenos Aires para poder comer.

Por CIRO D. YACUZZI
cyacuzzi@dia32.com.ar

El hombre de gorrita verde y chaleco flúo levanta la mano, sonríe y devuelve el saludo cálidamente. Todos en la cuadra lo conocen: hace cuatro años que se encarga de cobrar el estacionamiento vehicular sobre Estrada al 700, entre Mitre y Colón. Es “uno de los últimos mohicanos” -dice- de la legión de destajistas creada por Luis Patti a fines de los noventa. “Antes éramos como 100, ahora quedamos los más viejitos, somos 10 nomás”, comenta.

Hermenegildo Benítez tiene 70 abriles; de hecho, nació un 13 de abril de 1944 en la localidad chaqueña de General San Martín, los pagos “de la Carrió y este otro… Capitanich”, a quienes les reprocha que “llegaron al poder y no se acordaron más de su pueblo. A la gente de allá no la ayuda nadie”.

Fue el cuarto de nueve hermanos. “Mi viejo era paraguayo y mi mamá correntina. Somos una cruza bárbara”, añade sonriente. Su padre, que a los 18 combatió en la Guerra del Chaco, era todo un semental. “Un día me sentó al lado suyo y me confesó: ‘Hijo, usted tiene hermanos desparramados por todos lados’. En total éramos 21”, revela.

Su infancia fue dura, casi cruel. La escuela quedaba “a una legua” de su casa y todos los días tenía que hacer esos 5.500 metros de ida y de vuelta para estudiar. Solo pudo completar hasta el tercer grado, porque después debió trabajar de sol a sol en el cultivo de algodón y tabaco que tenía su familia. Eran 40 hectáreas que solo alcanzaban para vivir con menos de lo justo, ya que el precio al que les compraban la cosecha era casi irrisorio.

En 1959 una plaga de langostas les dejó “el campo pelado”. Entonces, con apenas 14 años tuvo que abandonar su pueblo natal -al igual que lo habían hecho sus hermanos mayores- y venirse a Buenos Aires, solito con su alma. En Martínez se encontraría con un amigo de 21 que ya había conseguido trabajo en el gremio de la construcción.

Así, comenzó a ganarse la vida como albañil y enviaba por correo una parte de sus jornales a la familia. Se hizo una casita de adobe en La Cava y formó pareja con una chica a la que conocía de General San Martín, quien también había tenido que migrar a la gran provincia argentina.

Era todavía un pibe cuando se encontró cara a cara con la muerte: un colectivo se lo llevó puesto en Vicente López y pasó tres días en coma. Las secuelas del accidente, por el que estuvo 16 meses internado, le redujeron su capacidad física. Pero igual salió adelante, trabajó 13 años como sereno en una fábrica y con la indemnización se compró un terreno en Matheu, sobre la calle Portillo, donde vive desde 1984.

Tuvo otros trabajos y cuando los perdió salió a buscar changas recorriendo de vereda a vereda la ruta 25 desde Matheu hasta Villa Rosa. Así, un día se le ocurrió ir a golpear las puertas de la Delegación Municipal, que en ese momento estaba a cargo de Luis Patti hijo. “Lo vi un miércoles y al jueves ya estaba trabajando”, recuerda con gratitud.

Lo que percibe como destajista es una miseria: la mitad de lo que recauda por cada boleta, a razón de $3 por media hora y $5 la hora. Alguna que otra limosna engorda su magra colecta diaria. Pero, por lo normal, son más los que se escapan a toda velocidad sin pagar. “Cuando veo un coche de esos nuevos y grandes me da miedo ir a cobrarles. Ni siquiera te abren la ventanilla”, señala Hermenegildo.

Sin embargo, trata de no amargarse, porque aprendió que no hacerse mala sangre es salud. “Ya estoy acostumbrado, si me pongo nervioso me hace mal y yo soy una persona tranquila”, explica. En cambio, valora los gestos de sus buenos vecinos, quienes le prestan una silla, le acercan bebidas frías en verano o un te caliente con algo para comer en inverno. “Es un trabajo cómodo, a veces pasan cosas lindas. ¡Para las últimas fiestas no tenía nada de planta y me hice 500 pesos en cuatro horas!”.

Hermenegildo trabaja de 8 a 15.30 y con lo que junta, más la pensión que cobra por invalidez, se las arregla para vivir. Se jacta de no tomar alcohol ni haber fumado nunca y dice que su mayor logro es que sus hijos sean personas de bien, que pudieron estudiar más que él y ganarse la vida dignamente. “Esa es mi mayor satisfacción”, sentencia, con una sonrisa de padre orgulloso.

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