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Cultor de la sustentabilidad y las formas atípicas, centenares de casas en la zona llevan el sello de este arquitecto radicado en Ingeniero Maschwitz. “A veces me asombro de cómo la gente de las villas se da maña para hacer las cosas”, revela.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Hay casas que parecen estar hechas en serie y con el mismo molde, bloques cuadrados de hormigón con una puerta y varias ventanas, sin más personalidad que la del estilo minimalista. Pero las de Fernando Pacheco no son así. La utilización de chapas, maderas, materiales reutilizados y techos vivos son algunas de las características que permiten identificar fácilmente una de sus obras entre el montón.

“Pipo”, como lo llaman sus amigos, vive en Ingeniero Maschwitz, a pocas cuadras de la calle La Bota y casi pegado a las vías del ferrocarril, lindando con el partido de Tigre. Una zona que pasó de estar rodeada de bañados a plagarse de barrios privados. “Me acuerdo que había caballos sueltos que corrían y salpicaban, armaban una ola de agua, era lindísimo verlos. Con mis hijos chiquitos cruzábamos caminando hasta Dique Luján por los bañados. Había de todo: bichos, comadrejas, nutrias… Cuando vine me encantaba pensar que estaba en el fin del mundo”, cuenta el arquitecto a DIA 32 en el living de su casa.

Hace veinte años dejó Vicente López persiguiendo el estilo de vida que a sus hijos les inculcaban en la escuela Waldorf. “Algo más verde, porque allá se hablaba mucho, pero la realidad es que era todo cemento. Entonces nos vinimos para acá y los mandamos al Santa Clara de Asís, cuyo edificio hice yo”.

¿Es tan grave como muchos dicen que los bañados hayan sido transformados y ocupados por barrios privados?

Quienes compraron estos terrenos a precios irrisorios porque, justamente, no servían para instalarles construcciones, dicen que no pasa nada, pero la verdad es que están haciendo un desastre. Esto era como un gran riñón de toda la zona, donde se limpiaba y el agua salía. Los bañados no están al cohete, son filtros. Ahora buscan sacar el agua de otras formas. Al lado de las vías hicieron un canal de 4 por 4, pero son temas que tienen que manejar muy bien los que se ocupan de hidráulica, porque si el agua se les llega a trabar en algún punto, el problema es mucho mayor. Hay que tener en cuenta que Maschwitz es muy bajo, tenemos como 16 metros de diferencia con Escobar, es mucho.

En un plano general, ¿cómo ves a Escobar? 

Tuvo un crecimiento infernal y está desbocado en cuanto a infraestructura de servicios. Está eclosionando, tiene problemas por todos lados y los va a seguir teniendo porque hay autoridades que a lo único que apuntan es a hacer negocios personales. Los crecimientos urbanos son complicados, y aunque estén dadas todas las condiciones para poder hacer bien las cosas, no se hacen. Yo lo abriría, hay lugar por todos lados, si tenés posibilidad de extensión es mejor que irse hacia arriba.

Maschwitz, puntualmente, tiene algunas ventajas, porque era una zona de quintas, aunque está pasando lo que le pasó a Don Torcuato o a La Horqueta en San Isidro, eran grandes lotes pero después, de tanto dividirlos, quedó todo encimado. Ahora, acá, se habla de un mínimo de 600 metros, algo que para mí es chico si se quiere mantener la fisonomía.

¿Por qué pensás que se dan estas contradicciones de tanta gente yendo a vivir a los barrios privados y otra que te busca entre las alternativas para construir una casa sustentable?

Hay mucha gente que busca formas de vida atípicas, es notable la gran falla en el sistema global, que lo que está todo tan armadito y tan profesionalizado no está dando resultado o no satisface a todo el mundo. Lo que yo hago va un poco por ese lado. Vienen muchos clientes buscando una arquitectura diferente porque conocen muchas cosas y no les gusta. Cuando ven otra variante donde les mostrás otro perfil de la arquitectura, se enganchan.

¿Cómo llegaste a interesarte por este tipo de arquitectura?

Soy egresado de la UBA y siempre estuve muy en contrapunto con la arquitectura que se ponía sobre el tapete. Trabajé en muchos estudios grandes, con Testa, Lacroze, Escudero, Bullrich, con un montón, y siempre veía que eran cosas muy estereotipadas y no me cerraba. Entonces entré por la variante de la arquitectura más personalizada, de darle a la gente lo que te pide. Creo que eso es lo más lindo de la profesión, lograr lo que la gente realmente quiere, y no lo que el arquitecto quiere.

Suele haber una puja entre cliente-arquitecto, porque muchos quieren hacer las cosas a su manera sin escuchar…

Van muy acorde a la moda, y hay cierta cosa de “acá mando yo”. No comparto esa visión para nada. Es más, pienso que es una profesión inventada, a pesar de que tiene tantos años. Ya las castas de gente de mucho dinero que contrataba sus arquitectos y los cuidaba como si fueran grandes artistas, no es tan así. Hoy en día hacerse la ropa, la comida y la casa son cosas que habría que recuperar para que la sociedad empiece a darle valor a lo más importante. Es simple, pero todo está tapado de una manera asombrosa. A un chico le pedís que dé dos puntos en un tejido y no tiene ni idea, pero te prende una laptop y en unos segundos te saca todos los programas.

Te veo dibujando a mano, ¿no usás la computadora?

A veces sí, pero soy reacio. Trabajo con lápiz, con papel, con colores. Por la practicidad me parece bárbara la computadora, pero yo lo paso cuando lo tengo armado, más que nada porque así lo exigen las municipalidades, donde pareciera que ya nadie sabe leer un plano en lápiz.

¿Qué materiales utilizás para hacer las casas que diseñás?

Mayormente trabajo con eucaliptus saligna, una madera que antes se usaba solamente para encofrados, que son los moldes del hormigón, tablones berretas, toscos, que la gente piensa que no sirven. Además, es madera reforestable, crece muy rápido y tiene el 60% de la masa con sal, entonces no la atacan los bichos ni las hormigas ni nada. Así empecé con la arquitectura de madera y con estructuras de hierro o contenedores. Hace 20 años construí un montón de casas por la zona con containers, que es la estructura de la casa y están recubiertos con madera. Hace poco hice unas terrazas en el Sur con cuatro chasis de camiones que estaban por ahí tirados. Aguantan muchísimos kilos, los usé como vigas y quedaron bárbaros.

¿Por qué descartás las formas cuadradas o rectangulares?

No las descarto, para nada, pero es lo que menos se adapta al mejor aprovechamiento del sol. Una cara cuadrada que recibe una sudestada va a sufrir mucho; si esa cara es redondeada, el viento pasa con una suavidad distinta. Y si tenés el talud de tierra, que es algo que pongo mucho alrededor de las casas, más en el Sur, eleva el viento y se evitan los chifletes. Es arquitectura de lo más básica. En climas que no son totalmente agresivos, esos conceptos hacen funcionar una casa muy bien. Tenemos que aprender a vivir de una manera diferente. Nos enseñaron que el confort es tener un aire acondicionado con 0 grados cuando afuera hay 40 y eso es malísimo. Como digo siempre, en invierno hay que ponerse un saquito; eso de querer andar en musculosa te hace mal.

¿Cuáles son las ventajas de los techos verdes?

Las plantas solas hacen todo el trabajo. Por ejemplo, cuando hace mucho calor transpiran en la raíz para enfriar la tierra. No son difíciles de mantener porque son plantas carnosas, muy rústicas, esas uñas de gato de los médanos. Se hace una buena aislación hidrófuga para que no pase el agua, a la tierra se le ponen filtros en los bordes para que no se lave y la planta arriba va fijando todo. Dan un resultado fantástico, se utiliza menos calefacción y la sensación de estar debajo de esos techos es muy buena. No tiene contraindicaciones como el hormigón, que está comprobado que en esos grandes edificios duerme a la gente. Es algo químico, está en constante proceso de endurecimiento y eso larga una energía que no es amigable con el hombre. Te dopa.

De todas las variedades que existen, ¿qué arquitectura es la que más te gusta, con la que más empatía tenés?

La espontánea. Hay veces que miro las villas y me asombro de cómo la gente se da maña para hacer las cosas. Hay que darles una manito nada más, y creo que en lo social se podría hacer muchísimo. Es una deuda pendiente que tengo de entrar en esa versión. Es una cuestión de educación porque, por ejemplo, yo hago casas de madera y chapa y la misma gente de las villas rechaza mucho eso porque es sinónimo de pobreza.

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