Durante casi medio siglo, en su sala de la avenida Tapia de Cruz se estrenaron los grandes clásicos del celuloide. Había funciones vespertinas y nocturnas. Asistir a ellas era un importante evento social en ese lejano Escobar.

Toda ciudad tiene su cine Rex. Aunque extinto desde hace varias décadas, Belén de Escobar también tuvo el suyo. Fue construido a fines de los ‘40, en la actual avenida Tapia de Cruz al 900, casi esquina Sarmiento, y durante poco menos de medio siglo se plasmaron en su pantalla las novedades que el séptimo arte iba produciendo.

Películas de Hollywood, de Argentina, de Latinoamérica y de Europa se proyectaban frente a los ojos atónitos, maravillados, de los vecinos que tenían la oportunidad de acceder al cine.

Hoy, en la era de las cadenas de cines en 3 y 4D, Internet y Netflix, parece irrisorio, pero en aquellos tiempos apenas si algunas familias tenían televisión. Por eso, los cines de pueblo eran la única chance que las personas tenían para sumergirse en ese mundo de fantasía.

Lo que menos importaba era si el film se había estrenado un año antes o incluso más, porque el derrotero que hacía hasta llegar a Escobar era bastante complicado.

Durante su construcción, una fuerte tormenta con vientos huracanados derribó una de las paredes. De ahí en más, una frase quedó instalada entre los habitantes del pueblo. Cada vez que alguien comentaba que iba al cine, el otro le advertía: “Cuidado, que no se venga abajo una pared y te aplaste”.

El Rex tenía 600 butacas y la entrada a una función no era tan costosa como en las salas comerciales de ahora. Además, por el mismo precio se veían dos películas en continuado; salvo en las extremadamente largas como Ben Hur, Lo que el viento se llevó o Moisés, por ejemplo, que se daban con un intervalo.

Ir al cine era todo un acontecimiento: los señores se vestían de saco y camisa, mientras que las mujeres se producían con lo mejor de su guardarropa, inspiradas en el look de la actriz del momento. Iban las familias enteras; los más apasionados podían ir a la tarde a ver los títulos que daban en el Rex y a la noche los del cine Italia.

Alfredo Melidore comenzó a trabajar en el Rex desde a los 11 años, cuando Luis Brusi era uno de los dueños. Al principio iba a acompañar a su hermano “Pepe” y a Juan Carlos Papa, que eran los operadores. Pero terminó encargándose de la proyección de las películas durante cuatro años.

“Venían armadas en varios actos y cada acto tenía un rollo de cinta. Había dos proyectores similares con dos carreteles cada uno. Se cargaba la película en uno, se hacía correr y se iba enroscando en otro carretel. Ya ibas preparando el segundo proyector para entrar con el acto siguiente”, comenta el historiador a DIA 32.

Melidore señala que lo principal era revisar los carbones que hacían funcionar las lámparas, porque se consumían lanzando una especie de vapor. “Eso lo convertía en un trabajo insalubre”, afirma.

Por su parte, el cineasta Juan Carlos Villalba evoca dos momentos especialmente emocionantes ocurridos en esa sala. El primero fue el estreno de su película ¿Dónde están los perros?, en 1981. “Y el segundo fue al año siguiente, cuando en plena campaña presidencial vino Raúl Alfonsín a Escobar y dio allí su discurso. La mía fue la única cámara particular que grabó su presencia, lo hice en súper 8”, recuerda.

En el ‘75, el empresario cinematográfico Edgardo De Franco tomó las riendas del Rex, que poco a poco veía apagarse su fulgor ante el avance de la televisión. Así, a principios de la década del ‘90 el FIN fue para siempre. Desde entonces, la sala del mítico cine escobarense quedó convertida en un triste y gris estacionamiento privado.

Comentar la noticia

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *