Hace veintiséis años trabaja como actor publicitario y participó en casi 200 spots que se vieron tanto en Argentina como en el resto del mundo. “Cuando puse un pie en un set de filmación supe que quería hacer esto por siempre”, cuenta.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Es uno de esos hombres que no pasan desapercibidos entre el montón. Alto, esbelto, canoso, de intensos ojos celestes, amplia sonrisa. Cualquiera podría imaginar que trabaja en cine o en televisión, y tan errado no estaría.

Rodolfo Schmidt (61) puso la cara y el cuerpo en más de 180 publicidades. Acá y en el mundo entero. Su rostro se ve en Estados Unidos, todos los países de Latinoamérica, Europa, Rusia y muchas regiones más.

Desde hace casi tres décadas vive en Belén de Escobar. Corre de un lado a otro participando de agotadores castings en los que puede llegar a competir con hasta quinientas personas que aspiran a obtener el mismo papel. Lo contratan más que nada para interpretar a padres de familia, médicos, ejecutivos, hombres de campo, estancieros y exploradores.

Claro que Rodolfo nunca planeó dedicarse a esto. Es arquitecto, fue profesor de tenis, músico y trabajó en varias empresas desempeñando distintas funciones. Como suele pasar, fue algo que se dio de casualidad. El destino que, caprichoso, fue a buscarlo.

“Un día estaba jugando al tenis y llegó una gente a filmar porque necesitaban a una persona tipo nórdica para un comercial de cerveza. Eso pasó. Y como a los ocho años me llamaron a un teléfono alternativo que yo había dado. En esa época no había celulares, y con el paso de los años estaba trabajando en ese lugar del que había dado el número, la fábrica de un amigo. Me encontraron de pura casualidad”, cuenta el actor a DIA 32.

Los llamados fueron insistentes durante tres o cuatro días. Una agencia de publicidad buscaba a alguien que se parezca a un actor norteamericano que ya había hecho una publicidad en Estados Unidos para hacer acá el mismo comercial. “Si no engordaste y no te quedaste pelado, debés estar muy parecido”, le dijo la mujer. Rodolfo tenía 35 años.

Cuando le explicaron que tenía que ir a un casting a probar suerte y que no le pagarían por eso, se negó rotundamente. Pero al final cedió. “En cuanto puse un pie en un set de filmación supe que quería hacer eso por siempre. Me di cuenta de que me fascinaba el tema”, asegura. Obviamente, quedó elegido y hoy hace veintiséis años que se dedica a esto.

¿Cómo fue lo que sentiste para que con solo pisar un estudio de grabación te dieras cuenta de que era lo tuyo? 

Me sentí recontra cómodo, como si fuera mi lugar. Las cámaras, la charla, cómo hablaba y se movía la gente. Me gustaba todo, a pesar de ser un mundo ajeno. Además, me empezaron a pasar cosas muy graciosas, como que en esos primeros días vinieron a buscarme en una limusina. Yo no estaba pasando por el mejor momento, estaba viviendo en lo de un amigo con mi familia, con tres chicos, porque me estaba por mudar a Maschwitz. Era todo un caos y, de repente, un día me ven irme en limusina. De eso no me olvido más.

¿De qué se trataba esa primera publicidad? 

Yo iba por una ruta, me bajaba del auto a ayudar a unos viejitos a cambiar la rueda, se me caía la tarjeta de crédito y la perdía. Llegaba a un hotel y cuando iba a pagar me daba cuenta de que no la tenía. Entonces llamaba a American Express, que me solucionaba todo en dos segundos.

¿Te resultaron difíciles las primeras tomas?

No, para nada. En la primera escena tenía que estar hablando por teléfono. El director me hizo hacer un ensayo y se quiso morir porque no lo había grabado. Me dijo que estaba perfecto, que eso era lo que necesitaba exactamente.

En un momento me dice: “¿Sabés que yo no te tengo a vos?”. Y ahí le conté que era mi primera vez. Se puso pálido, me contó que había pedido un tipo con experiencia porque había mucho acting. No me importaba nada, yo estaba emocionadísimo.

¿Se estudia en el algún lugar para actuar en publicidades?

No, pero en esa primera agencia me ofrecieron firmar un contrato de exclusividad donde me aseguraban una cantidad de trabajo por año. Además, me daban clases de teatro, de cámara, había charlas con directores, era súper interesante y todo eso ayudó. Después estudié dos años de teatro por mi cuenta y la pasé muy bien en un grupo donde había gente como Matías Martin, Betina O’Connell, y Nicolás Pauls. Éramos siete u ocho y los demás se hicieron recontra famosos. Pero no puedo decir que fue gracias a eso, mucho tiene que ver lo innato.

¿Hiciste alguna otra cosa además de comerciales para televisión?

Hice mucha gráfica y algo en tiras de televisión, muy poquito. La última fue con Luciano Castro y Celeste Cid, en Solamente Vos. Me encantó, lo haría siempre, pero lleva muchísimo tiempo y económicamente no rinde. En la publicidad vas a un casting, perdés como máximo tres horas y te vas. Pero en la televisión tenés que estar todo el día, esperar, y en relación a lo que pagan no tiene sentido.

¿Cómo hacés para tener una continuidad de trabajo? Porque si bien hay un mercado publicitario importante, no siempre eligen a la misma gente…

Es muy relativo, es una lotería. Encima acá hay un prejuicio muy grande con el tema de no repetir caras. Cuando yo empecé, si había hecho un comercial de gaseosa y necesitaban a alguien para otra, directamente te raleaban. Aunque fuera un personaje secundario. Eso con el tiempo se fue acentuando. Otro prejuicio es “el de los conocidos”, permanentemente buscan caras nuevas. A mí, que hace muchos años que estoy, se me hace muy difícil trabajar acá. A pesar de eso pasan cosas raras: este año ya hice dos en Argentina y tuve una renovación, y hoy tuve un casting para Knorr.

¿Viajaste mucho o lo que se filma para afuera se hace acá?

Viajé bastante, aunque hay otros que viajaron mucho más. Pero la mayoría se filma acá, depende muchas veces del momento económico, a veces conviene llevarse a los actores afuera, y otras filmar acá.

Si la publicidad es para el extranjero ¿pagan mejor que si es para Argentina?

Si, notable. Eso también fue cambiando. Al principio te pagaban un monto por la actuación que era muy bajo, al cabo de los años lo subieron bastante. Después aparecieron las horas extras, te tenían un día entero, pero cuando terminabas te pagaban la jornada y el derecho de imagen.

Me acuerdo que una vez estaba filmando para Alemania, en Puerto Madero, y habían sido tantas las horas extras que cuando el asistente de dirección me tuvo que pagar me pidió que por favor le hiciera un descuento porque era una fortuna. Ahora está más regulado, se paga una jornada estipulada para cada nivel de personaje. Lo que sí hace que la cantidad de plata varíe mucho son los derechos de imagen. Si es para Argentina es tanto, si es para Argentina y Uruguay hay un porcentaje que se suma. Y lo mejor son los derechos mundiales, que no son muchas.

En un momento había como un mito de que había que ser hermoso para hacer publicidad, hoy ya no es tan así ¿no?

Es verdad, hoy hay una competencia tremenda porque se buscan muchos tipos de personajes, hay narigones, gordos, de todo, y se diluye la posibilidad de quedar elegido. Siempre gana la cara nueva.

Frustración tras frustración…

Sí, al principio me agarraba unas broncas tremendas. Ahora voy a los castings y me olvido. Si me llaman bien, si no mala suerte.

¿Qué cosas no te gustan de este trabajo?

Te llaman y tenés que salir corriendo, te cambian horarios y fechas y a nadie le importa nada. Ya me acostumbré, lo acepto porque me fascina cuando salen bien las cosas o viajo. Pero lo más denso es cuando te toca una filmación aburrida. Por ejemplo, cuando soy el único personaje y no hay nadie con quien hablar. Y si encima los técnicos son antipáticos o tienen mal modo, es aburridísimo.

Una vez llegué a hacer una publicidad de Gancia y me dijeron que me iban a empapar porque en la escena se largaba a llover. Me tuvieron mojándome con mangueras de bombero y cambiándome la ropa durante no sé cuánto tiempo. El detalle es que ese día hacía un grado bajo cero, obviamente caí una semana en cama.

Cobrar también es un tema. Ahora no tanto, pero antes se hacían los tontos con las renovaciones y con los derechos. Me entero por conocidos que estoy en una publicidad en Estados Unidos. Siempre estoy con algún juicio.

¿Cómo cambiaron las temáticas de los comerciales a través de los años?

Ahora son disparatados, se busca más el humor, hay algunos que son geniales, me divierto mucho con eso. Los guiones están muy buenos. Además están bien actuados y bien dirigidos. El problema es que a veces no se entiende cuál es el producto que se está promocionando.

¿Te reconoce la gente por la calle o cuando estás en otros ámbitos?

A veces sí. Es muy gracioso, porque no les entra en la cabeza que yo pueda estar en la tele y de repente bajando un matafuego en el negocio donde trabajo con mi hijo, acá en Escobar. Hay muchos que me reconocen a medias y se animan a decirme. Y hay otros que me dicen: “Hay una publicidad de tal cosa con un tipo que es igual, igual a vos”. Quizás hay un matrimonio y la mujer se acerca a preguntarme si soy, y el marido le dice: “Pero no seas ridícula, ¿cómo le vas a preguntar eso?”.

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