Entrenó con Martín Karadagián, luchó con “El Ancho” Peucelle y recorrió Sudamérica con las troupes que le siguieron al célebre Titanes en el Ring. Ahora es feliz haciendo delivery: “Gracias a esto me reencontré con un montón de amigos”, confiesa.

Por DAMIAN FERNANDEZ
dfernandez@dia32.com.ar

Ningún garinense podría imaginarse que detrás de ese hombre de barba blanca y gorrito negro que los fines de semana le lleva el delivery a su casa en un Fiat Duna blanco se esconde una figura de la lucha libre. Alguien que supo entrenar con el inolvidable Martín Karadagián, que enfrentó al mismísimo Rubén “El Ancho” Peucelle y que finalmente saltó a la fama en las distintas troupes que le siguieron al ya mítico Titanes en el Ring. Pero sí, detrás de ese repartidor de comidas, petiso y robusto, se disfraza Vincenzo Casella (70), o mejor dicho, Simbad el Marino y tantos personajes más.

De haberle hecho caso a su padre, seguramente hubiese sido músico. Pero como buen italiano tozudo que es -su familia se radicó en el país cuando él tenía 5 años-, no lo hizo y eligió aprender una disciplina bastante más arriesgada.

“Mi papá no quería que haga lucha por miedo a que me lastimase feo, pero a mí me gustaba. Entonces, un día, cuando tenía 14 años, fui a la Fomento a mirar cómo practicaban lucha grecorromana. Estaba medio escondido y el profesor me vino a preguntar qué hacía ahí. Le contesté que si molestaba me iba y me dijo, ‘No, andá a cambiarte y ponete a correr junto a los muchachos’. Y no me sacó más”, cuenta Vicente, tal como lo conocen todos, sobre sus inicios en el mundo del catch.

A los pocos meses ya competía “por todos lados” y ganaba “muchos campeonatos”. El problema es que lo hacía a espaldas de su familia. Y, para peor, terminó recibiendo una propuesta irresistible. “Un grupo de Titanes en el Ring -‘Los Auténticos’– vino al Club Social y le dijeron que había un pibe que hacía lucha: era yo. Me presentaron y al rato ya estaba luchando. Al otro día me citaron en Don Torcuato, después en Avellaneda, El Palomar… Tenían festivales a lo loco afuera de Karadagián”, recuerda sobre el día que le cambiaría la vida para siempre. Aunque pudo haberla cambiado mucho más.

“Después vino a verme El Gran Otto -célebre personaje del programa- para llevarme a Titanes y me dijo que ahí iba a ganar guita. Yo le dije que mucho no me gustaba el catch, porque era medio de payaso. En la lucha grecorromana es tener fuerza y/o táctica, y en esto era ser actor. Aparte, yo era muy vergonzoso”, revela sobre una decisión de la que no se arrepiente, aún hoy.

Un poco por esto, y otro tanto porque era muy difícil entrar al negocio/espectáculo televisivo que creó y dirigió el gran Martín Karadagián entre 1962 y 1988, Casella nunca pudo ser parte de Titanes en el Ring. “Te miento si te digo que no me hubiese gustado estar, pero como yo luché con todos, incluyendo entrenamientos con el viejo -Karadagián-, es como si hubiese estado. Por eso no me arrepiento de nada”, asegura en diálogo con DIA 32.

No obstante, sí integró algunas de las troupes que se escindieron y le sucedieron al popular programa: Los Auténticos Titanes en el Ring, Colosos de la Lucha, Lucha Fuerte y Súper catch, donde el italiano de nacimiento pero garinense por adopción se transformó en Simbad el Marino, un personaje que le permitió viajar mucho más que las siete veces narradas en el tradicional cuento homónimo y que le dio un pasaje directo a la fama.

“Con Simbad tuve éxito, aunque no sé si el famoso era yo o el lorito que me ponía en el hombro y volvía loco a los pibes”, asevera, entre risas, antes de entrar a la mejor época de su vida.

De protagonista al reparto

A la hora de ganarse el mango, Vicente se dedicó a la mecánica. Empezó en Cuatro Barreras y después se armó su propio taller de frenos en la Línea 720, en Tigre. “Ese era mi fuerte y mi laburo formal, pero como yo tenía gente, me iba más temprano todos los días para poder ir al gimnasio”, confiesa. Claro que cuando comenzaron las giras pagas con las diferentes compañías de lucha libre no lo dudó: largó los fierros y dejó a su hermano a cargo del negocio.

“Ya no podía hacer las dos cosas porque no estaba nunca acá. Capaz que nos íbamos por un fin de semana, pero si el show andaba bien nos quedábamos un mes entero. A Paraguay fui por dos semanas y me terminé quedando a vivir durante mucho tiempo porque no me largaban más. Llenamos los estadios de Olimpia, Cerro Porteño, Sol de América… fue algo impresionante”, grafica sobre el furor que causó el catch en tierras guaraníes, donde asegura haber saboreado las mieles del “éxito más importante” de su prolífica carrera.

“Nos pagaban en dólares, por eso la mayoría no nos queríamos venir. En un fin de semana me compré una casa allá. Después me pasó que vino el dueño de una concesionaria muy importante y me regaló el auto más caro de todos, ¡no lo podía creer! En Paraguay éramos estrellas de verdad, porque lo que acá fue Titanes en el Ring, allá fue Súper Catch”, explica uno de los protagonistas de ese elenco, que también se calzó los trajes del Escorpión banner y, por expreso pedido suyo, del mafioso italiano Giuseppe Bortolami.

“Ser un titán me hizo muy feliz y me marcó muchas cosas lindas. Viajamos por todos lados, la gente nos reconocía y nos abría la puerta de su casa. Fue una experiencia inolvidable”, subraya el atleta, padre de tres mujeres y tres varones -uno paraguayo-, quien a pesar de sus 70 abriles no se achica: “Si me convocan para una exhibición, subo al ring sin dudarlo”.

A Paraguay fui por dos semanas y me terminé quedando a vivir porque no me largaban más. Llenamos los estadios de Olimpia, Cerro Porteño, Sol de América… fue algo impresionante”.

Igual, no todo fue color de rosas, ya que el precio de la fama también suele ser muy alto: “Me lamento no haber disfrutado como correspondía a mis hijos más grandes, porque justo llegaron en el apogeo de mi carrera”, se sincera.

Pese a haber ganado “mucha guita” en su época de luchador internacional, también admite haberla “gastado toda” sin sonrojarse. Por eso, luego de volver a trabajar de frenista en distintos talleres y ya jubilado, decidió juntar un billete extra los fines de semana haciendo el delivery de una pizzería de la localidad.

“El reparto lo hago con gusto. Una porque el negocio es de mi sobrino, y otra porque voy manejando mi coche contento y gracias a esto me volví a encontrar con un montón de amigos que había perdido. Y eso no tiene precio”, concluye Vincenzo Casella, ayer, hoy y siempre, el verdadero titán de Garín.

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