Mientras en la playa todos disfrutan y se divierten, otros se pasan horas vigilando el mar y atentos a cualquier emergencia. Su trabajo: evitar tragedias y convertirlas en anécdotas.

Por JAVIER RUBINSTEIN
Director de El Deportivo Magazine y El Deportivo Web

Para ellos no importa si el agua está helada, el día es ventoso o las olas castigan como látigos. Tienen que estar disponibles siempre y se sienten bendecidos cuando un rescate tiene final feliz. Ser guardavidas no es para cualquiera y los que eligen este arriesgado trabajo tienen una vocación de servicio digna de elogiar.

En los últimos años, la actividad tomó un fuerte impulso en el partido de Escobar, donde decenas de jóvenes egresaron de la sede que tiene en el distrito la Asociación Mutual Guardavidas Asociados (AMGAA), con clases teóricas en Maquinista Savio y prácticas en un natatorio de Villa Rosa (Pilar). Uno de los once escobarenses que trabajan esta temporada en el mar es Santiago Guevara (32), quien lleva tres veranos cuidando la playa de Las Toninas, en el partido de la Costa.

“Por medio de un amigo que hizo el curso decidí hacerlo yo también con el fin de entrenar. Al pasar los meses, mi desafío era poder terminarlo porque es una cursada físicamente muy exigente”, le cuenta a DIA 32 el ex futbolista, quien jugó en Villa Dálmine, Deportivo Armenio y Puerto Nuevo, hasta que una lesión interrumpió su carrera.

El último empujoncito que lo llevó a enamorarse de esta profesión fue cuando en el curso llegaron las prácticas en el río y en el mar. “Ahí fue naciendo en mí una vocación que se terminó de instalar cuando hice las diez guardias obligatorias de mar, con rescates y asistencias. Entonces supe que por muchos años iba a estar ligado a este trabajo, que ya es un estilo de vida”, explica. Su padre es Carlos Guevara, un conocido pediatra de la ciudad, con quien comparte la pasión por ayudar a los demás.

Santiago se declara fanático del mar, el surf y la playa. “También me gusta la adrenalina de los rescates, ayudar y sentirme útil con la gente”, recalca. Además, desde que se recibió es instructor de la AMGAA.

Salvar vidas

Su puesto está en la parada número 40, justo la de la calle principal de Las Toninas. Hasta fines de enero, cuando respondió a este reportaje, llevaba más de una decena de salvatajes. “La temporada viene muy movida, con 13 rescates. Hay mucha gente, mucha imprudencia y mucho desconocimiento del mar”, apunta.

La historia más emotiva que le tocó vivir en el primer mes de este año fue cuando debió sacar del mar a un hombre que no podía volver a la orilla. “Estábamos en el mangrullo con mi compañero, abrigados y mojados porque habíamos salido de un rescate, y de pronto vemos a una persona muy lejos de la costa, que había sida arrastrada por una corriente de retorno. Entramos rapidísimo, no podíamos verlo desde el agua por las inmensas olas, pero sí lo escuchábamos gritar pidiendo auxilio”, cuenta.

Cuando por fin llegaron hasta él, el hombre les decía: “Por favor, sáquenme. Tengo una hija de 3 años, no puedo morirme”. Tras remolcarlo durante 25 minutos hasta la playa, llegó el momento del alivio y la felicidad. “Por primera vez sentí que realmente le había salvado la vida a alguien. Ver a la gente felicitándonos fue muy lindo, pero lo que más rescato fue el abrazo de mi compañero, que me dijo: “Lo salvamos”. El hombre se fue junto a su familia y no lo volvimos a ver, pero ese día le salvamos la vida”, afirma Santiago. Y confiesa: “Esa satisfacción interna es algo increíble”.

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