Vecino de Matheu con alma de showman, apostó por el arte de la ventriloquía y le dio vida sacando un conejo de la galera. Además, hace burbujología. Hasta el Seminari no para.

Por SOFIA MORAS
smoras@dia32.com.ar

La gratificación más grande de un ventrílocuo es lograr que el público dirija su atención casi exclusivamente al objeto inanimado al que se le “da vida”. Este arte, que adquirió popularidad en la Argentina gracias a Chasman y su muñeco Chirolita (ya utilizado en lunfardo para designar a una persona que es “títere de otra”), en la actualidad resulta muchas veces desconocido o raro de ver.

Sin embargo, Gastón Fabbiani (31) se animó a incursionar en el estudio de este oficio y hoy lo practica orgulloso acompañado de su simpático, tierno, y a la vez cómico y punzante conejo Atilio. “El Gran Showman”, como decidió llamarse artísticamente este vecino de Matheu, fusiona la ventriloquía con magia de salón, burbujas gigantes y humor para todas las edades.

Antes de comprobar que se podía vivir de alegrar y divertir a la gente, Fabbiani se recibió de Agente de Propaganda Médica, pero no ejerció, ya que estaba conforme con su trabajo en una empresa automotriz. Las ganas de hacer algo distinto, sumado al impulso de su padre, Oscar, lo condujeron a trazar un nuevo camino.

Comenzaron hace seis años, en sociedad, con Copadísimo, una empresa de entretenimientos que en principio ofrecía el alquiler de juegos inflables. A poco de andar, descubrieron que hacían una muy buena dupla y sumaron a su oferta la animación de eventos.

Participar de cumpleaños infantiles le reveló a Fabbiani que disfrutaba mucho de estar en contacto con los niños y que, aparte, tenía buena llegada a ellos. Entonces, decidió ir por más.

Para enriquecer su show y cumplir un sueño pendiente, comenzó a estudiar en la escuela “El Bar Mágico”, en Capital: “Elegí abocarme a la magia de salón que es más visual, de escenario, y no precisa gran técnica de manos como en la cartomagia, por ejemplo. Practiqué mucho tiempo, pero nada es difícil si hay sacrificio, voluntad y dedicación”, comenta.

Fiel a su estilo, continuó buscando nuevas opciones y pronto se encontró con otro mundo, tan encantador como el de los trucos y hechizos.

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Pasión y entrenamiento

Hace dos años Fabbiani se propuso incorporar a sus animaciones un número distinto y novedoso: la ventriloquía. “La mayoría de las personas nunca vio un show así. Muchas veces es algo desconocido para la gente, pero es un arte que está resurgiendo en el país”, introduce al iniciar la charla con DIA 32.

En sus espectáculos de magia hacía aparecer una carta o una flor con la ayuda de su pajarraco verde de fantasía -Jimmy- y se dio cuenta de que lo único que le faltaba era que hable. Entonces tomó clases de ventriloquía en el estudio de Emilio Dilmer con Miguel Ángel Lembo, a quien considera su gran maestro, también fundador del Círculo de Ventrílocuos Argentinos (CIVEAR).

“Para que él te enseñe primero te entrevista, te tantea y no te acepta a menos que demuestres que tenés muchas ganas de hacerlo. Yo tuve el honor de que él me instruya”, afirma orgulloso. Y explica: “La ventriloquía es pasión y entrenamiento, es el arte de hablar con la boca semicerrada y con la finalidad de darle vida a algo inanimado, ya sea un muñeco o una media”.

Una vez ventrílocuo, Fabbiani necesitaba un compañero nuevo. Y así nació Atilio, que también fue parte de un proceso: “En Argentina se suelen hacer los muñecos tomando como referencia a Chirolita, pero como yo era un mago pensé en hacer un conejo. Entonces empecé por una galera y luego seguí con la confección de él. Me lo hizo mi tía, empezamos probando y nos tomó bastante tiempo, pero lo logramos”.

Sobre el impacto que tiene este número en sus shows, cuenta que “los chicos se meten en el personaje de Atilio, creen que tiene vida y se dirigen directamente a él. Le preguntan cosas como cuántos años tiene o cómo se llama su mamá. Me pasó en un jardín de infantes que al final vino una nena, yo pensé que iba a saludarme, pero ella en todo momento le habló al conejo, le dio un beso y se fue”, recuerda, sonriente.

“Yo siempre les cuento que fui a buscar a Atilio a un lugar lleno de conejos, que él estaba a un lado y cuando nos miramos, me pidió que lo adopte. Es una historia tierna y a los chicos les encanta. Él es único, tiene su personalidad”, amplía sobre la relación con su partenaire.

La ventriloquía es pasión y entrenamiento, es el arte de hablar con la boca semicerrada y con la finalidad de darle vida a algo inanimado”.

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Nuevos horizontes

“El Gran Showman” es el nombre que resume el tipo de eventos que hace Fabbiani y su espíritu de ir en busca de números para niños y adultos que generen sensación. Así aparecieron también las burbujas gigantes. Le resultó difícil encontrar quien pudiera enseñarle la técnica, pero finalmente lo consiguió y sumó otro entrenamiento a su rutina. Ahora, logra que las personas queden dentro de la burbuja de jabón y también sabe trucos para hacerlas con humo y fuego.

Dice que disfruta mucho de su espectáculo, que varía de acuerdo al público y que está basado en gran medida en la improvisación. Además, cuenta que la convocatoria tiene que ver con el boca en boca y la versatilidad del show. En 2018 hizo una varieté en el Paseo La Plaza y se sumó una vez más a la tarea de la Fundación Dibujando Sonrisas, con quienes colabora aportando, desde Copadísimo, la parte de entretenimiento para los cumpleaños de los chicos.

En 2018 terminó con una enorme alegría, ya que en diciembre el CIVEAR le entregó el premio “Ventrílocuo Revelación”, que en parte está vinculado a la difusión del arte. “En 2019 apunto a tener el premio Lembo, que es el más importante. Para ganarlo es fundamental tener trabajo para que se haga cada vez más conocida la ventriloquía. Vos podés ser muy bueno, pero si no le das vida al arte… no funciona”, afirma Fabbiani, que apuesta a presentarse próximamente en el teatro Seminari y seguir adelante con esta misión.

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