Nacido en Escobar, donde se inició artísticamente, es uno de los bateristas de jazz más reconocidos del país. Viajó por el mundo con distintas bandas y hace once años también toca en La Bomba de Tiempo.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Hay personas que no necesitan bucear demasiado en su interior o pasarse la adolescencia haciendo tests para descubrir su pasión. Al contrario, descubren tempranamente su vocación y se vuelcan a eso sin distracciones ni dudas sobre si existe algo diferente en la faz de la Tierra que los pueda hacer más felices que lo que ya están haciendo.

Algo así le ocurrió a Carlos “Carto” Brandán (39) a los 12 años, cuando tuvo en sus manos las baquetas que hicieron sonar los platillos de su primera batería. Disfrutaba de los conciertos pero, sobre todo, se fascinaba con los carnavales y las murgas. Ese descubrimiento fue tan potente que le insistía una y otra vez a su papá con que le compre una batería. Pese a las dificultades económicas que atravesaba la familia, su deseo se hizo realidad unos meses después.

“Desde ese día en adelante mi vida cambió para siempre. Por eso, cada vez que puedo le agradezco a mi padre por haberme salvado la vida”, confiesa el hijo de Carlitos Brandán, que ya lleva más de veinticinco años tocando y realizando giras por Europa, Brasil, México, República Dominicana, Uruguay, Colombia y Estados Unidos.

Nació el 30 de octubre de 1978 en Belén de Escobar, donde tuvo las primeras bandas con sus amigos del barrio. Esas de garage que todos los músicos han tenido en sus comienzos. Una de ellas fue Vendedores de Gritos, donde era más una especie de músico invitado que un integrante fijo. También tocó en La Gallina Turuleca y Ecolecuá.

En esa época todavía no se había puesto a estudiar seriamente, aunque sabía que quería ser músico. Cuando sus amigos Juan Pablo Arredondo y Lucas Loberto se inscribieron en una escuela de música, él también tomó la decisión definitiva y ya no paró.

Además de meterse de lleno con la batería en la Escuela de Música Contemporánea, incursionó con el piano, la armonía y la educación audioperceptiva, la base intuitiva que se enseña para el proceso de formación musical.

Ahí estudió con José María “Pepi” Taveira; según él, uno de los mejores bateristas del mundo, aunque considera como su padrino artístico al pianista Ernesto Jodos.

De sus tantos maestros adquirió también el gusto por la docencia, una actividad que le encanta y que desempeña desde hace más de quince años enseñando batería y entrenamiento rítmico avanzado.

Cuando dejó Escobar se instaló en Buenos Aires para convertirse en uno de los bateristas de jazz más notorios del país. Se decidió por ese género cuando escuchó un disco de Thelonious Monk con John Coltrane que había comprado su hermana. “Es una maravilla de la música, lo primero que me atrajo y algo que aún hoy sigo escuchando”, explica a DIA 32. Otras influencias fueron los artistas preferidos de su mamá: Frank Sinatra y el swing de Gene Krupa.

De ahí en adelante todo fue estudio, estudio y tocar con infinidad de bandas al mismo tiempo, muchas veces haciendo música improvisada. “Siempre toqué en grupos, es lo que más disfruto. Me ha enriquecido musicalmente y, sobretodo, humanamente”, sostiene el baterista, que en julio volvió a tocar ante el público escobarense en el ciclo cultural que organizó el Concejo Deliberante y en agosto se presentó en La Kalimba nada menos que junto al saxofonista neoyorkino Tony Malabi.

El arte de improvisar

El jazz nació en Nueva Orleans a mediados del siglo XIX y es algo así como una mezcla de estilos del cual surgen una cantidad de subgéneros y que se ha fusionado de cientos de maneras diferentes a lo largo de los años: jazz afrocubano, jazz rock, jazz funk, jazz rap, ska jazz, jazz flamenco… Se creó como una forma de confrontación de los negros con la música europea.

De la tradición musical de Occidente se mantuvo la instrumentación, la melodía y la armonía; el ritmo, el fraseo, la producción de sonido y los elementos de armonía de blues, derivan de la música africana. Su ritmo es conocido como swing y la improvisación juega un importante papel durante su ejecución. Lleva más de un siglo de historia.

Así como pasa con la mayoría de las cosas, también el jazz tiene sus mitos y prejuicios, como que es una música para entendidos o sólo para determinados momentos. “Es una música que puede escuchar cualquiera, en todo momento, si es que te gusta mucho. A mí, personalmente, me gusta más hacerlo de noche”, afirma “Carto”.

Melómano por naturaleza, durante el día se inclina por el rock, el folclore, la música popular y la clásica contemporánea: “La música es para mí todo lo que no pueden decir las palabras, pura emoción. Aunque para hacerla es necesario usar también la cabeza, pero priorizando al corazón, que es el que sabe de amor”.

Composiciones espontáneas

En cuanto a la improvisación, ese condimento que hace al jazz tan único, el músico escobarense afirma que “es una forma de expresión increíble, bien humana, con todas las características de la vida: errores, aciertos, búsquedas, momentos, todo eso junto”.

Asegura que las reglas, esas que parecen no existir por tratarse de algo que surge espontáneamente, se van generando solas, dependiendo de cada caso y cada estilo.

En el arte de zapar tiene la experiencia de estar tocando desde hace once años -todos los lunes- con La Bomba de Tiempo, un grupo formado por diecisiete percusionistas que ponen en práctica la improvisación dirigida utilizando un sistema de ciento cincuenta señas hechas con las manos, los dedos y el cuerpo.

Sus shows son únicos, irrepetibles e impredecibles, ya que dependen de la interacción de todos los involucrados en el ritual: los músicos, el director, el público, el lugar, la acústica, los instrumentos, el clima y el momento.

Están dirigidos por Santiago Vázquez, percusionista y creador del grupo, quien recientemente publicó un libro donde da a conocer todo el sistema de señas que inventó y que convierte a la suma de ideas individuales en una composición colectiva.

Estos espectáculos siempre tienen diferentes invitados, que se unen para improvisar con los tambores. Los han acompañado desde Calle 13 y Café Tacuba hasta Kevin Johansen, Gustavo Cordera, Juana Molina, Ricky Maravilla y Dante Spinetta, entre tantos otros.

“Carto” no tiene un involucramiento en el grupo desde lo creativo o compositivo. Su rol es netamente musical: está a cargo de las maracas.

“La improvisación tiene la magia del momento. Lo bueno es que tocándola te asombran las cosas que pueden suceder, es muy divertido, porque hay más riesgo que al saberse la partitura de memoria”, señala.

Dice que se siente un hombre completo y afortunado al máximo por dedicarse a lo que ama. Sus sueños musicales están cumplidos -solo le debe algo de tiempo y energía a la trompeta, aclara- y hoy apunta únicamente a seguir tocando la música que le gusta, con la gente que le gusta.

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