La historia de un músico es cobarense que llegó a la puerta del Colón a los 16 años. Después de recorrer el mundo y afinar mucho el instrumento, volvió al barrio para formar su familia y compartir su aprendizaje.

Por SOFIA MORAS
smoras@dia32.com.ar

Empezó como un adolescente más: le gustaba el rock, tocaba la guitarra y se la pasaba escuchando Los Beatles. Sin embargo, Matías Morande (38) recuerda el momento en el que se propuso llegar más lejos: “No había terminado la secundaria pero ya estaba metido en la música de las cuerdas, entonces un día me fui en colectivo desde Escobar al Colón, porque entendía que ahí estaban los grosos”.

Era una época donde ir a Capital, a esa edad y solo, era una locura. “Llegué y me paré en la puerta del teatro a esperar a algún profesor. Al principio nada… de repente salió uno y le dije: ‘Disculpe maestro, vengo de muy lejos y quiero aprender’. Entonces me pasó su teléfono y me dijo que lo llame, así me contaba sobre la locura en la que me iba a meter. Y ocurrió eso, con él arranqué a tomar clases de violín en Caballito a los 16 años”, repasa al hablar con DIA 32 sobre sus comienzos.

Al año de este episodio tuvo la oportunidad de presenciar un concierto de trío de cuerdas más piano, en la casa de su maestro. Ese día se quedó maravillado con la viola. Desde ese entonces, se enamoró del instrumento: “Me iba de mi casa, en Bernardo Irigoyen y Don Bosco, a lo de mi abuelo, que estaba a unas cuadras, y me pasaba semanas en esa guarida estudiando”.

El esfuerzo dio sus frutos: en principio, concursó para ingresar a una orquesta juvenil del teatro Colón y logró estar entre los ocho primeros seleccionados. Diez meses más tarde, hubo otro concurso interno para ser parte de un proyecto que llevaba el Colón a las escuelas. También lo logró y dio un salto importante: el teatro empezó a pagarle un sueldo, lo que le posibilitó evitar las idas y vueltas en colectivo y poder alquilar en Capital, a los 21 años.

Sobre esa época, revive: “Estuve en el Colón hasta los 26, es un templo de formación, me curtí mucho, estaba atento, absorbía lo que pasaba como una esponja, me conectaba con aprender música, iba a todos los conciertos que podía. Escuchaba los problemas de los músicos más grandes… Creo que en esos años me formé para toda la vida, no solo por el marco académico único e impecable, y por haber tocado en el teatro, sino por vivencias que siempre van a quedar”.

Después del Colón vino la etapa de Barracas, en Señor Tango, un espectáculo específicamente para turistas. “El día que murió el Papa Juan Pablo II fue la única noche que no tocamos en tres años. Las vacaciones eran irme de gira. La pasé bien, conocí muchos lugares del mundo, junté plata. No es exactamente la fantasía que uno se hace de irse de gira… digamos que es laburo, es duro y agotador. Pero estoy agradecido”.

“La música tiene eso… una energía que te retroalimenta para poder seguir. En ese sentido, soy un bendecido por vivir de lo que me gusta. Lo mismo que te agota, te nutre”, expresa Matías, que también trabajó en México componiendo música chill out para ambientar un hotel.

A su regreso, el músico y su compañera, Romina, a quien conocía desde la secundaria, estaban con ganas de formar una familia: “Decidimos que este era el mejor lugar. Me había ido un poco mal de Escobar, pero queríamos estar acá para que nuestros hijos estén cerca de sus abuelos y del verde. Con la plata que había juntado, pudimos construir nuestra casa. Hoy tengo dos nenas: Alina (5) y Flor Asiri (9 meses) y puedo asegurar que este es el rock, la verdadera gira”, cuenta, entre risas.

Sobre su vuelta al barrio, comenta: “Yo me fui de acá porque no encontraba mi lugar, en ese momento no había una identidad, ni un espacio donde vincularse con el otro, no había lugar para la sensibilidad que propone la música, y yo no tenía muchas alternativas, o no las veía. Me fui a buscar mi lugar a la ciudad”.

Con una nueva perspectiva, empezó a dar clases de música en la Escuela Waldorf Clara de Asís, en Ingeniero Maschwitz, y ya hace cuatro años fundó en Escobar el Espacio de Arte La Kalimba, orientado a la enseñanza, los conciertos en vivo y la producción. Llevar a cabo este sueño en la comunidad significa brindarles una opción a todos aquellos que, como él, quieran aprender y disfrutar la música cerca de casa.

Versión rock

Más allá de los distintos proyectos que fueron surgiendo, nunca abandonó el rock: “Yo seguía tocando la guitarra, tenía bandas. De los que estábamos en el Colón, pocos venían de familia de músicos, la mayoría éramos pibes que nos habíamos acercado a la música desde el rock. Mi laburo era la música clásica y mi hobbie era el rock. Salía de trabajar y quería tocar o ir a escuchar”.
Conocido en este género como Matías Morán, sacó el disco 19 canciones Para que hagan el amor los caracoles, donde canta y toca la guitarra. Lo presentó en el teatro Sony, en 2016, y en octubre de 2017 lo llevó al Centro Cultural El Bondi, en Ingeniero Maschwitz. Se puede escuchar de manera gratuita en Spotify.

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