La joven escobarense ganó un concurso literario y viajó a Ámsterdam para visitar la casa de Ana Frank. Una experiencia conmovedora que la ayudó a comprender, aún más, la historia que marcó su adolescencia.

Por SOFIA MORAS
smoras@dia32.com.ar

Desde que leyó la última página del emblemático diario, a sus 12 años, y supo que la historia que leía no era una ficción más como las que tenía en su biblioteca, Nadia Thais Spadaro (19) fantaseaba con conocer la casa donde la niña judía víctima del holocausto escribió aquellas líneas. Hoy, intenta poner en palabras la emocionante experiencia que vivió en Ámsterdam, donde cumplió su sueño al ser la ganadora del concurso literario de Ana Frank, que se llevó a cabo con motivo del 70° aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Confiesa que nunca pensó que las cosas ocurrirían tan rápido: “Mi idea era recibirme, conseguir un trabajo y ahorrar para viajar. Fue difícil asimilar lo que me estaba pasando”, le cuenta a DIA 32.

Hija de bibliotecólogos, estudiante de segundo año de la carrera de Abogacía en la Universidad de Lomas de Zamora y flamante profesora de Portugués, la joven escobarense incursionó hace años en la temática: se capacitó en el Centro Cultural Macacha Güemes y en la Casa de Ana Frank de Capital para ser guía de las muestras. Además, participó en la Feria del Libro de Escobar para sumarse a la misión de difundir la historia: “En el diario, Ana cuenta que pegaba fotos en la pared de personas que le parecían importantes. Y yo hice lo mismo, la pegué a ella, por lo trascendente que es en mi vida. Por eso, necesito que otra gente también la conozca, para que esto no termine en mí, que siga adelante”, explica.

Nadia tiene ocho ediciones de este libro que leía despacio, cada noche, para evitar que se terminara. Esa ansiedad que sentía de niña por saber el final fue la misma que experimentó mientras esperaba conocer el fallo del jurado. “Cuando estaba por salir a mi clase de portugués, me llamaron de la Casa de Ana Frank para comunicarme que había ganado. Mi mamá volvía de colgar la ropa y le grité llorando: ‘¡Mami, me voy a Holanda!’”.

El contingente argentino que viajó a Ámsterdam estuvo integrado por diputados, periodistas, un juez, docentes, ganadores del concurso en Capital, Escobar y Santa Fe, más otras personas que se sumaron a la experiencia. Fueron seis días -del miércoles 18 al lunes 23-, con un cronograma colmado de actividades: “Por las noches, en la habitación, queríamos recordar con mis compañeras lo que habíamos hecho y no lo lográbamos”, comenta.

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-¿Cómo fue la experiencia en Ámsterdam?

-Nos costó mucho adaptarnos a los horarios y a la comida… De hecho, la mañana en que nos tocaba ir a la casa de Ana Frank me descompensé, pero por nada del mundo me quería quedar en el hostel y fui. Más allá de mi estado, la sensación fue muy fuerte y se sumó a la sorpresa de que la casa estaba sin muebles. Nos explicaron que los nazis se llevaban todo cuando ingresaban a una vivienda y que el padre de Ana había pedido que la casa se quedara así, vacía como su alma, en un estado que no puede cambiar. Y que la gente se chocara con esta cruda realidad. Por suerte, los coordinadores tenían la modalidad de juntar al grupo para hacernos reflexionar sobre lo que queríamos hacer y todos coincidimos en que queríamos volver porque no nos había alcanzado.

-¿Y cómo fue esta segunda visita?

-Nos llevaron cuando el museo ya había cerrado y nos dejaron recorrer la casa solos, lo que fue muy fuerte para todos. Estar en pleno silencio, escuchar los pasos sobre la madera, subir las escaleras, mirar por las ventanas, pensar que ella había estado mirando lo mismo. Ese día hice otro tipo de contacto. Entré en su habitación y me puse a llorar porque logré imaginarme todo… Entonces fui a la pieza de al lado, saqué el diario y me puse a leer todo lo que pude hasta que vinieron a buscarme. Encontré las medidas de ella en la pared, que el padre marcaba, y verlas al lado mío fue muy fuerte, así como agarrar los mismos picaportes que ella y pensar en las distintas escenas.

-Después de semejante vivencia, ¿cómo se sintió la salida del museo?

-Cuando salimos, el director nos dijo: “Después de todo lo que vivieron, espero que salgan con la misma alegría con la que entraron, porque es lo que hubiese querido ella”. Yo había llevado el violín y otra chica el ukelele, entonces nos fuimos tocando música. Todo fue muy emocionante.

-¿Qué más recordás de la ciudad en general? ¿Qué te llamó la atención?

-¡La cantidad de bicicletas! Ámsterdam es la cuidad de las bicicletas, que aparte tienen prioridad sobre el peatón. Estuvimos muchas veces a punto de ser atropellados. Nunca entendimos que una parte de la vereda estaba destinada a su tránsito exclusivo. Además, me llamó la atención la tecnología en general, por ejemplo, los sistemas de traducción en los museos y los audio guías. Otra cosa especial fue el recorrido que hicimos por la ciudad con el libro en mano: estuvimos donde Ana compró el diario o donde tomaba helado, y nos detuvimos a leer en cada lugar.

-¿Te gustó Ámsterdam?

-Me gustó mucho, atravesamos en barco los canales y cenamos ahí mismo. Eso sí, en un momento te resulta un poco monótono porque todas las casas son iguales… la ciudad es impecable, no hay pobreza. Sorprende además que no haya perros en la calle. Nos contaron que están todos registrados y quien deja al animal suelto recibe una multa. ¡Ah! Y todos los restaurantes tienen un gato para controlar las plagas y también respetan a las arañas porque se comen a los mosquitos, ¡no sacan las telarañas!

-¿Qué balance hacés de este viaje?

-Primero, rescato haber conocido las historias de otros judíos, aparte de Ana, a través de los distintos testimonios. Recuerdo también el Museo de la Resistencia y la experiencia en el Teatro Judío, donde nos contaron que los vecinos pidieron que sacaran o corrieran una foto porque la veían todos los días. Ahí nos pusimos en su lugar, entendimos la contradicción que tiene la gente entre la necesidad de recordar el pasado y el dolor de convivir con él.

-¿Volverías?

-Sí, pero más allá de Holanda, me gustaría ir a Alemania y conocer los campos de concentración. Siento que quiero conocer esos lugares para seguir el recorrido de Ana.

-¿Por qué crees que tu conexión con ella es tan intensa?

-Primero, porque cuando leí el libro tenía su misma edad, creía que ella me contaba la historia a mí. Después entendí que Ana no estaba muerta sino que renace cada vez que yo o alguien abre el libro. Y eso también lo hablamos en Ámsterdam, nos preguntamos si ella en verdad había muerto, y llegamos a la misma conclusión: ella vuelve a vivir una y otra vez.

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