Miembro de una tradicional familia escobarense, lleva 54 años en el comercio que inició su abuelo y siguió su padre. “Me gusta conversar con la gente que viene”, afirma.

Entrar al negocio que tiene sobre la calle Travi al 900, a una cuadra de la terminal de ómnibus de Belén de Escobar, es remontarse a la década del ‘80, tan añorada por muchos que hoy peinan canas. Su ferretería es un clásico del comercio local, con la particularidad de que tanto la fachada como el interior se conservan sin cambios desde hace décadas, como si el tiempo nunca hubiera transcurrido.

Detrás del mostrador, su dueño: genio y figura. Raúl Cappello (79) es el negocio en sí mismo. Difícilmente se lo pueda imaginar sin su atención personalizada y sus recomendaciones. Las estanterías están caóticamente abarrotadas, pero él sabe dónde encontrar cada cosa. Desde una infinidad de artículos de ferretería, grifería, productos y accesorios de electricidad hasta herramientas, aberturas y materiales para la construcción, que guarda en el depósito contiguo al local.

Salvo alguna rara excepción, tiene todo lo que le piden. Frases como “la trabita del depósito del baño” o “el tornillito que va en tal cosa”, son acertijos que el experimentado comerciante debe descifrar para complacer las necesidades de cada cliente, siempre y cuando sea posible.

Así es la vida del ferretero en general y puntualmente la de Cappello: “el que tiene lo que no se consigue en otro lado”, según el imaginario escobarense.

Raúl Capello, sonriendo
Vital. “Nunca falte al comercio por enfermedad”, afirma con orgullo Raúl Cappello, a los 79 años.

Un poco de historia…

Los Cappello son una familia tradicional del pueblo. Uno de sus tíos, Enrique, fundó en 1957 el Instituto General Belgrano, el primer colegio secundario escobarense, junto al ingeniero Alberto Ferrari Marín.

Su abuelo, Marco Antonio, fue quien le dio vida al comercio, que en aquella época era de ramos generales. Sobre la fecha de apertura no hay certezas, pero Raúl calcula que sería en 1895. “Fue unos años después de que abriera la panadería Bertolotti, hace casi 130 años”, señala. Por lógica, el suyo es el corralón más antiguo de la ciudad.

Originalmente, en aquel pueblo de antaño, el negocio estaba en la esquina de Rivadavia y Entre Ríos (hoy Travi). Quien siguió la tradición fue Pedro, hijo de Marco y padre de Raúl. La mudanza a su local actual, a metros del primero, fue en 1982.

“Yo arranqué en el ‘70, unos años después de haber terminado el colegio secundario. Tanto mi abuelo como mi padre vendían de todo, desde alimentos hasta cemento. El carbón llegaba en vagones, salían todos negros de buscarlo. En el verano era terrible, la cal venía en piedra”, recuerda el comerciante, que ya lleva 54 años detrás del mostrador, una rutina que no cambia y disfruta.

Mientras transcurre la entrevista con DIA 32, entran clientes y pasa a saludar un viejo amigo que cuenta que trabajó en el corralón “haciendo de todo”, décadas atrás. Raúl muestra carteles pintados a mano que permanecen intactos, colgados en la pared desde hace mucho. Como las fotos de su abuelo y su padre, que -una al lado de la otra- se encuentran a la derecha del mostrador, como vigías del legado familiar.

Las fotos de su padre y de su abuelo, colgadas en una estantería del local.
Antepasados. Las fotos de su padre y de su abuelo, colgadas en una estantería del local.

Una clientela fiel

La crisis económica que viene golpeando al país durante años hace daño en todos los rubros y el de Cappello no es la excepción, pero él no se queja. “Se vende menos, sí, pero tengo una buena clientela. En Escobar no hay una ferretería completa, algunos tienen determinadas cosas, otros otras. Yo a herramientas no me dedico mucho, lo que más vendo son tipos de tornillos, accesorios y repuestos para baños”, comenta.

La llegada de grandes cadenas comerciales, como Easy, no le hicieron tirar la toalla, aunque tuvo que adaptarse para seguir adelante. “Cuando pusieron los supermercados de la construcción empecé a achicar el negocio, a traer menos mercadería. Pero tampoco me perjudicó tanto que hayan abierto”, analiza.

Sobre su particular look y la bicicleta en la que es habitual verlo circular por la ciudad, explica: “Siempre estoy con ropa de trabajo, por el corralón no puedo ponerme otra cosa porque se me ensucia, y la bici es por el tránsito que hay. Tengo auto, pero con la bici es más rápido llegar”.

Raúl Capello, detrás del mostrador
Detrás del mostrador. Raúl Cappello lleva más de medio siglo en el negocio que abrió su abuelo.

-¿Qué es lo que más le gusta de venir al negocio?
-Que a la gente del pueblo que viene le gusta conversar, entonces uno se instruye de determinadas cosas. Conozco gente y me relaciono.

-¿Y lo que no le gusta o le molesta?
-Cuando vienen a comprar algo que no saben el nombre trato de ayudar, pero cuando me interrumpen y no me dejan hablar, me enojo. Les digo que no tengo, directamente.

-Si se enferma, ¿quién atiende?
-Nadie, pero en 50 años no falté nunca por enfermedad. Gracias a Dios, estoy bien y me cuido. Solo cerré por vacaciones, cuando se puede, o para hacer trámites.

-¿Trabaja por necesidad o por gusto?
-Buena pregunta… Quiero terminar unas reformas que estoy haciendo en el fondo y si tengo que ir a comprar cemento a un negocio, tornillos a otro y pintura a otro, es tiempo perdido. Como todo eso lo tengo acá, sigo. Cuando me falte poco veré. Quiero limpiar los galpones, que hay cosas inútiles, y después tratar de sacar un alquiler. Pienso cerrar en no más de uno o dos años.

-¿Por qué piensa en cerrarlo?
-Porque cada día se complica más el negocio. Por los precios, la falta de estacionamiento en la zona, porque entrar un camión es una odisea… Yo trabajo solo, sin empleados. Si hay un pedido cerca, lo llevo en el camión; sino lo tienen que venir a buscar. Todavía alguna bolsa puedo cargar (risas), estoy bien de salud, tomo la pastilla para la presión, nada más.

-¿Cómo ve al Escobar de hoy?
-Últimamente progresó mucho. El intendente hizo muchas reformas, acá hizo la vereda. El pueblo se agrandó mucho, con barrios y countries. Le mejoraría que el asfalto tiene muchos pozos, en 25 de Mayo y Bernardo de Yrigoyen, por ejemplo, y en la avenida San Martín también.

-¿Qué opina de la situación del país?
-Este gobierno es algo nuevo, hay que ajustarse el cinturón. Hay que apoyar, a ver si nos saca del pantano. Vivir con la inflación que había no se podía, era una locura. A la gente le cuesta mucho ahora, pero íbamos derecho a una hiperinflación. Yo he cambiado la lista de precios tres veces en un mes, ahora parece que se está estabilizando.

Raúl Capello, en la puerta del comercioo
Marcas. Según el imaginario escobarense, en Casa Cappello está todo lo que uno busca.

LOS CAPPELLO

Raíces bien escobarenses

Raúl Cappello es nacido y criado en Belén de Escobar, donde su familia llegó cuando no había casi nada. Cursó la primaria en la Escuela Nº 3 (hoy Nº 1), hizo tres años de la secundaria en el Colegio Belgrano y los dos últimos en el Instituto San Vicente, donde egresó. Está casado con Norma Lucatelli, con quien cumplirá sus bodas de oro en noviembre, y tiene dos hijos: uno abogado y otro contador.

Su abuelo, Marco Cappello, tuvo ocho hijos (cinco varones y tres mujeres). Uno de ellos, Pedro Félix, era el padre de Raúl. El menor, Enrique, fue fundador del Instituto Belgrano, dirigente del Club Sportivo Escobar y colaborador en la Escuela Técnica Nº1.

“De los primos quedamos Marcos (hijo de Enrique) y yo. Los demás se murieron”, confiesa. Una familia característica de Belén.

Los sábados a la noche tiene una rutina infaltable con su esposa: salir a comer una buena pizza por Escobar o Maschwitz. Un gustito que ya es parte del ritual matrimonial.

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