Un hilo conductor atraviesa las diferentes expresiones de Rodrigo Lammardo (39), un ensamble de facetas, intereses y pasiones que conforma su estética, cada vez más experimental. Músico, periodista y productor de radio, acaba de publicar su cuarto libro, un juego surrealista en el que intervino poemas de otros autores.
“Me gusta abarcar todos los frentes a nivel comunicacional y artístico: la música, el periodismo, la poesía”, introduce Lammardo, que actualmente vive en Coghland pero creció en Belén de Escobar, donde vuelve seguido por la familia, los amigos y las bandas. Sus primeras incursiones en los medios fueron a nivel local, con las revistas El heavy -tipo fanzine- y Pan, alimento del alma, así como el programa radial Niebla púrpura (FM Escobar).
Desde 2005 trabaja en Radio Nacional como productor y en Radio Pop Chascomús, donde conduce y musicaliza Los discos que supimos conseguir junto a otro escobarense: Enzo Mereu. De la capital porteña dice que disfruta estar cerca de la calle Corrientes con sus librerías, disquerías, pizzerías y cines.
“En mis poesías inserto el periodismo. Incluyo información, se nombran artistas, discos, años… Son bocetos, mini ensayos, transformados en poemas. Una forma más de expresión”, le cuenta a DIA 32 sobre el estilo de sus anteriores publicaciones: Jazz y vino (2017) y Blues y Whisky (2020), prologado por el periodista Carlos Polimeni, a quien también acompañó en un espectáculo tipo café concert. Ambos libros musicales proponen un maridaje que no falla. Al primero, de 2012, lo tituló El poeta discreto y otros textos peristálticos.
Una década después de su debut literario, el tono cambia en Invisible al oído, palabras que se ven. Su nuevo libro fue publicado por la editorial escobarense Maxbrod y presentado el pasado 1º de abril en la Casa de la Cultura, que ese día inauguró su nueva locación -en la calle Mitre al 400- junto a otras actividades artísticas.
En un ambiente relajado de conversación y lectura, se escucharon las primeras devoluciones: “Algunos me dijeron que les gustó el desafío, el juego; otros que no entendieron nada. Sé que es complicado, pero el arte no se explica, la poesía no se explica. Se trata más bien de sensaciones”, aclara el autor.
“Es un libro rupturista, que se aleja de mi producción. Es artesanal y casero”, describe acerca del formato plaqueta, tipo bolsillo; son doce páginas atadas con un cordón amarillo. Las tachaduras en negro llaman la atención en el diseño, las palabras que se ven forman parte del poema que después se construye; y el prólogo, a modo de explicación, introduce la lógica del texto.
Escribir sobre lo ya escrito: tapar, borrar, cortar-pegar, intervenir, crear y volver a escribir. Son nueve poemas de distintos autores, donde se pueden observar los originales intervenidos y después los de la mirada-capricho-limpieza del autor. No tiene una temática, sino que se busca la intervención literaria. La poesía está ahí, para leer y releer.
Lo que empezó como un experimento y durmió un tiempo en el disco rígido de su computadora, se convirtió en una propuesta literaria que convoca al otro a jugar: “Me meto con escritores que en su mayoría son surrealista o dadaístas, corrientes postmodernistas que ya tienen un siglo. Hay tanto escrito, que lo que yo hago es usar las palabras de ellos. Tomarlas prestadas, robarlas. No tengo problema en decirlo”, confiesa.
Además, lo interesante de la propuesta es que invita a buscar los originales para poder completarlos.
Origen musical
El nombre del poemario nace a raíz de Invisible al oído, un disco transparente sin música que publicó hace varios años, basado en el concepto del compositor y artista John Cage acerca del sonido. En su carrera como músico, también realizó un camino hacia lo experimental.
Escribir canciones, al principio, era su forma de manifestar la poesía. Comenzó con la cultura del rock, tocando la guitarra y el bajo en diferentes bandas. Siempre escuchó blues y luego fue virando al jazz. Con el grupo Limardos se inició en la música instrumental intervenida por audios.
En los últimos años se metió a fondo con este estilo en dúo con Marcelo Miyagi. “Grabamos con celular y usamos elementos de la vida cotidiana, como una pava o un lavarropas. Cuando uno escucha un disco en su casa normalmente hay ruidos: pasa un auto, abrís la canilla… Y está bueno jugar a que estos sonidos son parte de la obra”, explica.
Su proceso creativo fue mutando con el tiempo: “Salté de la canción con letra de rock a la música instrumental con audios, dejé las canciones sin letra y fui hacia a la poesía. Todo se va complementando. Incluso, pienso que la radio que hago no es de estos tiempos acelerados: es rara, casera, incómoda”.
Invisible al oído, palabras que se ven se consigue en Maxbrod o contactando al artista en su página de Facebook, donde también anuncia sus próximas presentaciones. Así, la propuesta de esta escritura que emplea el collage, la tachadura y el cadáver exquisito como técnica, interpela a quien lee, lo convoca a participar de un juego sin certezas y abre preguntas: lo que no se ve y no se oye, ¿existe o es invisible?