Casi un siglo de vida y cientos de anécdotas catalogan a uno de los pocos ejemplares de la zona. Ni el clima ni el maltrato recibido pudieron acabar con una especie emblemática.

Por ALEJO PORJOLOVSKY
aporjolovsky@dia32.com.ar

En París está la Torre Eiffel, en Roma el Coliseo y hasta Buenos Aires se caracteriza por su clásico Obelisco, que parte en dos a la avenida 9 de Julio y es admirado por propios y extraños. Todos ellos son puntos de referencia para los lugareños y los turistas y una parte importante de la historia de cada uno de esos lugares. A escala barrial sucede lo mismo con el Ombú: uno de los lugares emblemáticos de El Cazador, como también supieron serlo la hostería y la chimenea.

La leyenda del barrio habla de un hombre que se bajaba en la estación de tren de Escobar y se dirigía hacia la zona para despuntar el vicio de la cacería. Por aquel entonces, todo era campo y poco había en el lugar. Sin embargo, el protagonista de este artículo seguramente ya estaba ahí.

Son muchas las versiones sobre este tipo de vegetación. Los expertos se pelean por definir si es una hierba de grandes dimensiones o una clase de árbol; también están los que dicen que fue Hernando Colón, hijo del descubridor de América, el que lo trajo a este lado del mundo. Lo cierto es que puede llegar a medir 18 metros, posee una gruesa corteza, raíces visibles y una frondosa copa que a más de uno le ha permitido recostarse a descansar en una tarde calurosa.

Junto a los pozos de las calles principales, la centenaria presencia del Ombú es uno de los rasgos más llamativos de una zona que crece a pasos agigantados. Tan es así que en el año 2000 fue declarado “monumento de interés comunitario” por el Concejo Deliberante de Escobar. “Este arbusto es un orgullo de la flora autóctona argentina y es uno de los pocos que conservamos en el partido”, rezaba una nota que el Centro Urbanístico de El Cazador (CUDEC) dirigió al cuerpo de concejales para solicitar la sanción de esa ordenanza.

Reuniones entre amigos, travesuras infantiles, romances y tantas otras cosas más ocurrieron en torno al ombú cazadorense, emplazado en la intersección de las calles Victorica y Corot y que muchos, con cariño, recuerdan.

“Cada vez que vuelvo al barrio y lo veo me lleno de nostalgia. Ahí pasé muchos momentos con amigos hasta la noche charlando, tomando algo y tocando la guitarra incluso. Era nuestro lugar predilecto”, reconoce Ignacio, que pasó casi toda su adolescencia entre los árboles del barrio y ahora vive en la jungla de cemento porteña.

Otro vecino, Julián, recuerda aquellas largas tardes de niño jugando junto a sus amigos y otras situaciones llamativas. “Una vez pasaba por ahí y vi que salía humo de adentro. Pensé que se estaba incendiando, pero al final eran dos hombres que estaban haciendo un asado”, rememora.

Aunque su historia lo llevó a ser reconocido oficialmente, ese proyecto respondió a otra realidad: resguardarlo del desgaste por el paso del tiempo, las pintadas con aerosol y el maltrato de los desaprensivos de siempre.

Por aquella ordenanza se le colocó un cerco de rejas que lo rodea sin dar muchas garantías de protección a su integridad. Los árboles -o hierbas, en este caso- no hablan y esta no es la excepción a la regla, aunque seguramente el Ombú de El Cazador tendría muchas anécdotas para contar.

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