Hay comercios de los que no es necesario dar ninguna referencia, porque alcanza con mencionar sus nombres para que todos sepan de qué se trata. Por ejemplo, decir Alpino en Belén de Escobar es saber perfectamente de qué esquina se está hablando. A tal punto que Tapia de Cruz y Colón sería un perfecto sinónimo para esta emblemática heladería, que supo meterse de lleno en el corazón de sus clientes.
Recordando el Escobar de antes, tan añorado por la mayoría de los lo que ya suman varias décadas de vida, DIA 32 recrea la historia de un negocio que fue un punto de encuentro por excelencia entre adolescentes, hoy transformados en señoras y señores con responsabilidades muy distintas a las de aquellos jóvenes años ‘90.
Alpino abrió en 1982. Empezó como un llamativo kiosco emplazado en un terreno que -cuesta imaginarlo- en ese momento era un baldío. “Lo único que había eran carteles con publicidades, nada más”, recuerda Analía Maisonobe (72), quien junto a su marido, José González (77), dio vida a aquel pintoresco comercio.
El dueño de ese inmueble era y sigue siendo el Club Independiente de Escobar. Su presidente de entonces, Rubén Ferrari, le propuso a González “hacer algo ahí, para ocupar el lugar”. “Así fue como pusimos el kiosco, hecho de madera, en forma de casa alpina. No tenía ni nombre, pero la gente lo empezó a llamar Alpino y así quedó”, revive Analía.

El inicio de un ícono
El kiosco empezó a funcionar muy bien, con un constante movimiento de gente que pasaba por la cuadra y que paraba a comprar golosinas, cigarrillos o una bebida para refrescarse. Con la ayuda de su padre, José empezó a construir un espacio más grande para extender el local y se le ocurrió armar una heladería artesanal.
“No conocíamos nada del rubro, tuvimos que comprar máquinas y aprender absolutamente todo. Es más, queríamos abrir en la primavera del ‘82 y lo terminamos inaugurando el 22 de febrero del ‘83”, explica Analía entre risas, recordando el trabajo que les llevó estar listos para, al fin, poder abrir la heladería.

En aquellos años los comercios del rubro más reconocidos eran El Cafetal, Massera, Los Andes y Frigor, algo más alejada del casco urbano. La apertura de Alpino causó una revolución en el centro del pueblo. De hecho, ya el primer día se quedaron sin helados, desbordados de clientes que querían probar nuevos sabores y sentarse a disfrutar un rato, a charlar de cualquier cosa y ver gente pasar.
“Habíamos comprado máquinas usadas y tardaban mucho en elaborar, era más de media hora por gusto. Me enseñaron a hacerlo maestros uruguayos y me preguntaron si queríamos hacer un helado bueno, muy bueno o excelente. ‘Excelente’ les dije. Y así fue: siempre con materia prima de primer nivel”, señala José, la cara menos visible del local, porque siempre se ocupó de la elaboración, pero pieza clave para que esos sabores hayan dejado un recuerdo imborrable.
“Yo no sabía servir, la gente hacía cola tanto por la entrada de Tapia como la de Colón, y encima teníamos una sola empleada. Le pedíamos disculpas a la gente, que igual estaba feliz por formar parte de algo nuevo”, apunta Analía, rememorando una anécdota tan vigente que parece increíble que haya sucedido 42 años atrás.
Los dueños Alpino eran José González y Roberto Tanoni, una sociedad que estuvo desde el principio hasta el final del negocio, que llegó a ser de los más exitosos entre las décadas de los ´80 y los 2000.

Helados y tertulia
Algo tenía Alpino. El lugar, la ubicación, el diseño, esa mística que se forma solo en algunos negocios y que lo hacía parada obligada de los jóvenes. Estudiantes que a la salida de los colegios se sentaban en la esquina a ver quién pasaba, quién se había puesto de novio o solo para hacer planes de cara al fin de semana en un Escobar muy distinto. Toda excusa era válida para “mostrarse” en Tapia y Colón.
“Lo original del local fue que pusimos mesas en la vereda, no solo sillas. También hacíamos copas heladas y era un lugar nuevo para disfrutar el helado y hacer tertulia, porque la gente se encontraba ahí. Los chicos veían si pasaba la chica o el chico que les gustaba. Incluso, muchos se pusieron de novios ahí y después se casaron. Hubo un montón de historias nacidas en Alpino”, narra la comerciante, reconociendo que el lugar fue generador de un sinfín de grandes anécdotas.
Una vez que las cremas heladas artesanales salían a la perfección, José se recibió de maestro chocolatero, estudiando con Andrés Mandalari, uno de los íconos de la especialidad en el país. “Estuvo una semana en la heladería, enseñándonos cómo hacer el mejor chocolate”, acota Julieta González (48), hija del matrimonio y que también solía atender en el mostrador.
Con los años el local mejoró. Se armó un sector especialmente para la exhibición y venta de esos tentadores chocolates, en forma de bombones, en rama, rellenos y en tabletas. Aunque se vendía bien, no era en la misma proporción que los helados. Sin embargo, la iniciativa siempre siguió su curso.

Decir adiós es crecer
A mediados de 2011, y después de 28 años, los González decidieron cerrar Alpino. Vendieron el fondo de comercio y comenzaron un nuevo estilo de vida, sin las presiones del día a día y la demanda de la elaboración continua de helado. Además, estaba por llegar el primer nieto del matrimonio y querían disfrutarlo a pleno.
“Cuando Julieta era chica la dejábamos de mi suegra, iba de acá para allá. Habíamos resignado mucho y queríamos más tiempo para nosotros. Este era un trabajo de todos los días, no había horario de cierre. La gente se quedaba en verano hasta las 2 de la mañana y al otro día había que levantarse para seguir fabricando. Cerramos bien, con satisfacción por lo que habíamos hecho”, confiesa Analía, a la hora de expresar sus sensaciones y rememorar aquel momento.
“Tenemos todos el mejor de los recuerdos. Nos fue bien y lo disfrutamos. También era otra época, no había redes y se hacía propaganda en medios locales. Trabajábamos mucho cuando estaban el desfile de carrozas o los desfiles de moda que hacía el “Turco” Sayour en esa esquina. Se llenaba. Y tener Jet Set al lado fue un buen complemento, algo hermoso”, sostienen los tres, felices por haber sido parte de un negocio que dejó una huella (helada) en el corazón de miles de escobarenses.

REGRESO CON NUEVO NOMBRE
Me verás volver…
Después de cerrar Alpino, la familia abrió un kiosco en la calle Rivadavia al 800, a media cuadra del colegio San Vicente y la Escuela 14. Lo cerraron en plena pandemia y decidieron regresar a la elaboración y venta de chocolates. “Llevamos cinco años, con la misma calidad. Trabajamos por pedidos, en las redes. Tenemos un showroom y entregamos. Hacemos alfajores, tabletas de chocolate Dubai, de todo”, explica Julieta González, quien lleva la voz cantante en este emprendimiento.
La gran novedad para los nostálgicos es que en muy poco tiempo se podrá volver a degustar los sabores helados de Alpino, en una heladería que los González abrirán en el mismo local de la calle Rivadavia, con elaboración artesanal, pero con otro nombre.
“Estamos preparando el local. Ya estamos haciendo el mostrador, los ploteos, habrá rejas de protección para poner en la vereda y estamos tramitando la habilitación. De a poco será realidad. No sabemos en qué mes, pero falta muy poquito”, cuentan, felices y ansiosos por ver la respuesta del público.
