A seis años de que la Presidenta anunciara su construcción, la obra está completamente abandonada por falta de pago y sin miras de retomarse. ¿Pase de factura política o dificultades económicas? La secuencia de un proyecto que encendió esperanzas y hoy es pura desilusión.

Por CIRO D. YACUZZI
cyacuzzi@dia32.com.ar

La idea era muy ambiciosa: construir en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el hospital más grande de Latinoamérica. Había sido gestada en los albores de 1920 por la Liga Argentina contra la Tuberculosis, que organizó una colecta pública para recaudar fondos y obtuvo un subsidio del Congreso de la Nación gestionado por el senador socialista Alfredo Palacios. Recién en 1938 comenzó la obra, aunque al poco tiempo quedó paralizada.

El proyecto resurgió años más tarde, durante las dos primeras presidencias de Juan Domingo Perón (1946-1955). Pero tras su derrocamiento a manos por Eduardo Lonardi y los militares, el imponente edificio del barrio de Lugano -cerca de la Villa 15, más conocida como Ciudad Oculta- quedó abandonado, casi tal como se lo puede ver en la actualidad.

Debido a su gran porte y a su color, los vecinos le pusieron el mote de “Elefante Blanco”. Simpática denominación para aludir al quizás más grande proyecto sanitario trunco en la historia de nuestro país. Hoy el inmueble es propiedad de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que utiliza dos de sus doce pisos. Los demás están cerrados con candados.

Llevada al cine hace dos años por Pablo Trapero en una excelente película protagonizada por Ricardo Darín, la infortunada historia del incoloro paquidermo parece repetirse en nuestros días con algunos de los siete hospitales del Bicentenario anunciados por el gobierno nacional en 2008. El de Garín es un drástico ejemplo: la obra fue abandonada a medio terminar y nadie sabe si se continuará.

¿Pase de factura del kirchnerismo por el cambio de camiseta de Sandro Guzmán o coletazos de una economía debilitada? Cronología de un sueño que empieza a convertirse en pesadilla.

Hospitales para todos

Fue en la mañana del viernes 17 de octubre de 2008, en un acto en la Universidad Nacional de La Matanza. Con Néstor Kirchner y el gobernador Daniel Scioli como testigos directos desde el estrado, la presidenta Cristina Fernández anunciaba la decisión de su gobierno de llevar adelante la construcción de siete hospitales, seis en la provincia de Buenos Aires y uno en Paraná, Entre Ríos. “Los hospitales del Bicentenario”, los llamó.

Los recursos para realizar cinco de esos sanatorios saldrían de excedentes presupuestarios del PAMI, ya que en ellos luego tendrían atención preferencial sus afiliados. El de Garín entró en este grupo. En tanto, los dos restantes serían financiados con la reasignación de una partida que inicialmente estaba prevista para la compra de un avión presidencial. La inversión total alcanzaría los 722 millones de pesos.

Eran días difíciles para el gobierno de CFK, que venía de perder la pulseada de las retenciones móviles al campo y todavía estaba elaborando el duelo de su ruptura con el vicepresidente Julio Cobos por su voto “no positivo” a la mentada resolución 125, a lo cual la jefa de Estado se refirió de manera apenas elíptica.

“Habíamos elaborado un plan más ambicioso, con recursos que saldrían de los que más tienen. No pudo ser, por esas cosas de la política. Me preocupo por los que no van a poder tener esos otros 23 hospitales, que hubieran sido tan necesarios. Pero acá estamos con estos 7 y vamos a hacer más. Todos los que el egoísmo y la ceguera nos arrebataron se los vamos a dar igual a los argentinos”, prometía Fernández ante el aplauso del auditorio.

Por supuesto que la presidenta, en su alocución, no pasaría por alto la efemérides del Día de la Lealtad Peronista. De hecho, la vincularía con su anuncio: “Esta es la manera de recordar gestas. Uno no demuestra el amor a una doctrina o a un partido solamente cantando su marcha, por mucho que nos guste cantarla. Uno lo demuestra gestionando y haciendo cosas por la gente que más necesita. Esta es la mejor manera de honrar la historia y nuestra propia historia”.

Seis años después, no solo no se anunciaron más hospitales sino que todavía ninguno de los siete del Bicentenario que se cumplió en 2010 fue puesto en marcha ni inaugurado. Los que más cerca están son los de Ituzaingó y Esteban Echeverría, seguidos por los dos de La Matanza (Laferrere y Rafael Castillo) y el de Paraná.

Amarga espera

El de Garín figura entre los hospitales del Bicentenario más atrasados -el peor caso es el de General Rodríguez, que ni siquiera fue licitado-, con su construcción paralizada desde abril. Las demoras han sido una característica constante del proyecto. Por caso, la licitación se hizo veinte meses después del anuncio presidencial y las obras en el predio de Almirante Brown y Quinteros comenzaron en diciembre de 2011.

El terreno fue adquirido por el Municipio y donado a PAMI con la condición de que se construya el nosocomio. Pero el plazo de 18 meses pautado desde la firma del contrato con la empresa constructora se cumplió en junio de 2013 y apenas si está hecha la mitad del trabajo. Los últimos avances fueron durante la campaña electoral del año pasado, cuando los candidatos del Frente para la Victoria hicieron una visita guiada junto a funcionarios nacionales.

“A fines de julio enviamos a PAMI una carta documento solicitando información sobre el avance del proyecto, pero todavía no recibimos ninguna contestación. En off, lo que siempre nos dicen es que no hay presupuesto. Pero esa respuesta el Municipio no la tiene documentada y debería darla el PAMI”, expresó a DIA 32 la secretaria de Obras Públicas de Escobar, Florencia Lalli, ajena al terreno de las especulaciones políticas.

La funcionaria, en relación al estado actual de la obra, señaló que “el edificio está en un 50%, está todo el hormigón y la mampostería hecha, pero faltan todas las instalaciones, que en un hospital tienen una incidencia más grande que las paredes y el hormigón, porque requieren de mucha ingeniería sanitaria y eléctrica”.

Después de varios conflictos gremiales entre la UOCRA y la empresa Eleprint por pagos fuera de término y despidos, la obra se encuentra completamente detenida desde hace seis meses. Un sereno por turno vigila en soledad los 22 mil metros cuadrados del predio, donde ya se han consignado robos de materiales y cerramientos del edificio. Además, hay un temor real a que el lugar pueda ser usurpado por habitantes de los cada vez más poblados asentamientos linderos.

Dada esta situación de incumplimiento en la terminación del hospital, el Municipio podría reclamarle al PAMI la devolución del inmueble con las mejoras realizadas. Es una cláusula que en el Ejecutivo se analizó, pero se descartó al primer análisis. El razonamiento es: ¿Para qué recuperar el terreno si no se podría encarar una obra de esa magnitud por su elevado costo?

“Hay tiempos legales, tiempos diplomáticos y tiempos políticos. Los tiempos legales ya pasaron: se cumplió el plazo, la obra no está terminada y nosotros podríamos reclamar el terreno. Pero un hospital de esa envergadura es imposible que lo haga el Municipio. El presupuesto no lo aguantaría de ninguna manera”, reflexionó la ingeniera Lalli.

Además, para que el hospital pueda ponerse en marcha hace falta algo tan o más llevadero, costoso y complicado que terminar el edificio, equiparlo y designar al personal. Se trata de la infraestructura complementaria, que comprende desde la instalación de media tensión eléctrica, la pavimentación de las calles aledañas y el entubamiento del arroyo Bedoya, al menos en el área circundante al complejo sanitario.

Se calcula que el gasto en estos ítems superaría ampliamente los 200 millones de pesos.

Por qué no se hizo primero o simultáneamente esta otra parte en vez de apuntar todos los cañones solo a levantar paredes es un planteo que no encuentra explicaciones convincentes. “Es como comprarse un traje nuevo y no tener zapatos”, graficó Lalli.

Tampoco queda claro si el problema es político y Escobar está pagando el precio del salto de Guzmán a las filas del Frente Renovador, o si es que la misma Argentina que creció a tasas chinas y bate records de recaudación año a año hoy no tiene siquiera cómo hacer frente a las obras que se comprometió a realizar.

Así las cosas, lo que ayer despertó esperanza, alegría y orgullo, hoy causa indignación, rabia, decepción. El panorama es de lo más incierto. Puede ser que mañana la obra se retome, concluya y el hospital sea una realidad al fin palpable. Quién sabe. O podrá ser como en la Tailandia de antaño, donde los reyes cuando estaban molestos con sus aristócratas los castigaban regalándoles un elefante blanco: el costo de manutención del excéntrico animal era tan elevado que dejaba en bancarrota a los súbditos.

De ahí surge la metáfora de que un elefante blanco es una posesión o gasto que aporta menos beneficios que lo que cuesta mantenerlo. A este paso, quizás el malogrado hospital de Garín vaya en esa dirección.

Una obra de 300 millones de pesos

El hospital de Garín está planteado como un establecimiento polivalente de segundo nivel de complejidad -hay cuatro-, con el objetivo primordial de articular con el primer nivel de atención y colaborar así con la red asistencial.

En sus aproximadamente 17.000 metros cuadrados de superficie, distribuidos en dos plantas, el futuro complejo de salud aportará 150 camas de internación, diferenciadas en terapia intensiva para adultos y recién nacidos (neonatal), terapia intermedia e internación de cuidados progresivos.

Además, estará equipado para la atención ambulatoria programada y de urgencia materno infantil y de adultos. También se desarrollarán cirugías ambulatorias y programadas, generales y traumatológicas.

Contará con unidades de tratamiento obstétrico para la atención integral de la embarazada, complementada con quirófanos para cesáreas. Asimismo, brindará atención en laboratorio de pacientes ambulatorios programados de guardia y de internación, diagnóstico por imágenes (radiología simple y contrastada, mamografía, ecografía y tomografía), tratamientos físicos y kinésicos y otros estudios como ecocardiogramas, electroencefalografías, ergometrías, espirometrías y audiometrías.

El costo de su construcción y equipamiento, según cáculos del año pasado, rondaría los 300 millones de pesos.

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