En enero de 1991, el entonces subcomisario Luis Patti llegaba para investigar el resonante asesinato de María Soledad Morales. Estuvo apenas dos meses y concluyó que Guillermo Luque era inocente. Pero la Justicia lo condenó a 21 años de prisión.

Muchos años antes de la llegada de las redes sociales y cuando el término aún no existía, hubo un femicidio que se “viralizó”, causó conmoción en todo el país y marcó un antes y un después. Toda la Argentina se consternó con el atroz crimen de María Soledad Morales (17), la adolescente catamarqueña que en la noche del 7 de septiembre de 1990 salió de su casa para ir a un boliche y no volvió nunca más.

Su cuerpo apareció tres días después en un descampado en las afueras de San Fernando del Valle de Catamarca, al costado de la ruta 38. Estaba desnuda, tenía signos de haber sido golpeada salvajemente y violada. Los forenses detectaron que tenía en su organismo una cantidad exorbitante de cocaína, lo que provocó su muerte.

La noticia acaparó enseguida las tapas de diarios y revistas. También tuvo una gran cobertura de los canales de TV, las radios y las incipientes señales de noticias por cable, que se instalaron en la capital provincial para cubrir en vivo minuto a minuto. La sospecha de que tras el asesinato hubiese “hijos del poder” y las multitudinarias marchas en reclamo de justicia hicieron que el caso adquiera una notoriedad fuera de lo común.

Acorralado por la presión popular, el presidente Carlos Menem decidió intervenir. Como la policía catamarqueña estaba sospechada, mandó a un hombre de su confianza para que investigue el homicidio de manera independiente: el subcomisario Luis Abelardo Patti.

Antes de llegar a ser el intendente más votado de la historia de Escobar, Patti ya había saboreado las mieles del clamor popular. A comienzos de la década, mientras cumplía funciones en Pilar, fue detenido por torturar a dos presos. Miles de vecinos se manifestaron frente a la comisaría donde estaba encerrado. El adalid de la “mano dura” ya edificaba su mito de buen policía.

Quizás por ese perfil que encarnaba fue elegido para trabajar en un caso que generaba dolores de cabeza en la Casa Rosada y ponía en apuros al gobernador Ramón Saadi. Pero las cosas no le salieron como como esperaba.

Hipótesis falsa

Recibido por un enjambre de periodistas, el “Chueco” Patti arribó al aeropuerto de Catamarca el 5 de enero de 1991. Su llegada fue vista con optimismo por los padres de María Soledad Morales, Ada y Elías, y por la monja Martha Pelloni, por entonces directora del colegio al que asistía la joven y una de las impulsoras de las conmovedoras “Marchas del Silencio”.

“Hay 3 ó 4 hipótesis y todos tenemos esperanzas de esclarecer el hecho”, aseguró apenas pisó el norte del país. Además, sostuvo que su misión era “buscar al verdadero culpable y no acusar a cualquiera”. Sin embargo, los hechos terminaron demostrando que siguió una sola teoría: un “crimen pasional” llevado a cabo por Luis “el Flaco” Tula, quien tenía una relación extramatrimonial con la víctima.

Las expectativas sobre el desempeño de Patti resultaron efímeras. De hecho, su estadía en Catamarca duró menos de dos meses: se fue el 3 de marzo, sin obtener pruebas significativas y acusado de encubrimiento a Guillermo Luque, hijo del entonces diputado nacional Ángel Luque, quien a la postre fue condenado como autor del asesinato.

“Con la plata que tiene, ¿va a utilizar un auto desarmado para trasladar un cadáver?”, fue la insólita justificación del policía en una entrevista con la revista Gente, que lo eligió como uno de los personajes destacados de 1991.

Contra toda evidencia, Patti nunca siguió la línea de investigación que apuntaba hacia el hijo del legislador y sus amigos. Tanto para la familia como para la monja Pelloni, su misión en Catamarca fue encubrir a las poderosas personas implicadas en el crimen.

El Centro de Estudios Legales y Sociales también abonó esa creencia: “Se ocupó del caso María Soledad con las mismas técnicas de siempre y volvió con una nueva causa por aplicación de tormentos”, afirma un capítulo del dossier Patti: manual del buen torturador, en el que se mencionan las torturas que le habría infringido a varios testigos para que incriminen a Tula.

El subcomisario tampoco cultivó una buena relación con el juez José Luis Ventimiglia, quien estaba a cargo de la causa. Todavía más: la autopsia determinó que María Soledad había muerto por una sobredosis de cocaína, algo que descartaba por completo la hipótesis del detective.

Después de dos juicios e infinidad de idas y vueltas, Luque fue condenado a 21 años de prisión. Tula, en tanto, obtuvo una pena de 9 años por ser considerado el entregador de la joven. La Justicia determinó que él llevó a María Soledad al boliche Clivus, donde estaban Luque y otras personas. El grupo después se retiró con ella para intoxicarla con cocaína y violarla, hasta que sufrió un shock que le provocó la muerte.

Pese a su errático paso por Catamarca, Patti siguió merodeando por los medios de comunicación con sus ínfulas de tipo duro contra el delito. Poco después fue designado interventor del Mercado Central por el gobernador Eduardo Duhalde y en 1995 saltó a la arena política. A partir de entonces, la historia ya es bastante conocida.

Para muchos vecinos, su gobierno fue el mejor de la historia de Escobar y su nombre es asociado como sinónimo de seguridad y ejemplo de policía. No obstante, el caso María Soledad, así como sus posteriores condenas a prisión perpetua por delitos de lesa humanidad, demostraron todo lo contrario. Y no existen plazas ni kilómetros de pavimento que puedan tapar eso.

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