El paso de esta fábrica de tecnología petrolera marcó un antes y un después en Escobar. El trabajo era exigente, pero se pagaban sueldos muy buenos y generó un sentido de pertenencia que aún perdura, a 28 años del cierre de su planta.

En la tradición popular, cuando una persona cobra el primer sueldo de su vida le hace un regalo a sus padres como símbolo de retribución. Quienes trabajaron en la compañía Hughes Tool Company, que durante casi treinta años tuvo una filial en Belén de Escobar, seguramente hayan podido tener este gesto. Y no solo eso: con el tiempo, muchos de ellos también lograron adquirir su casa, algún terreno o un auto, además de amistades y crecimiento profesional.

La empresa, con casa matriz en Estados Unidos, se dedicaba a fabricar herramientas para la industria petrolera. En 1964 se instaló a la altura del kilómetro 52 de la Panamericana, sobre la Colectora Oeste (en parte de su predio hoy está ubicada La Filomena).

Este gigante llegaba a una zona donde la actividad económica, desde hace dos décadas, se centralizaba en la producción frutícola, hortícola y maderera. En ese mismo año, el presidente Arturo Illia declaraba Capital Nacional de la Flor a Escobar.

Dentro de ese contexto, una industria de estas características rompía el molde e inevitablemente llegaba para producir un alto impacto en el entorno. “Cualquiera que haya estado en la compañía va a decir que Hughes era una cosa de locos”, le cuenta a DIA 32 Jorge Miyashiro (78), quien entró en el ’66 como analista de costos y terminó como gerente de auditoría interna.

Miyashiro trabajó allí 23 años. En paralelo, obtuvo su título universitario de contador. “Estábamos muy contentos, porque teníamos el segundo mejor sueldo del país. El primero era de Laboratorios Pfizer. Había capacitaciones para ir cambiando de categoría”, agrega.

Además de vecinos escobarenses, en la empresa trabajaban personas de Zárate, Pilar, Campana, Pacheco, San isidro, Vicente López, San Fernando y Victoria. “Muchos, después de varios años, abandonaron sus ciudades originarias y con sus parejas e hijos se vinieron a vivir a Escobar. Se armó un pequeño mundo”, señala Agustín Ramos (64), que se desempeñó en Hughes durante 18 años. Al principio en control de calidad y luego en el área de planificación de producción.

Un ejemplo de lo que afirma Ramos es el caso de Luis Russo (77), un zarateño que decidió mudarse a Escobar para estar más cerca de la planta. Trabajó 26 años, hasta que la empresa cerró, en noviembre de 1992.

“Fui de la camada de los primeros obreros y también el último en irme. Mi número era el 222. Arrancaba en el 100. Cada 10 años te daban una medallita y yo recibí la de los 25”, recuerda, con precisión y orgullo.

Rubén Morales (72) empezó como auxiliar y terminó siendo subjefe del grupo de bomberos de la empresa. “La mayoría de los que ingresábamos éramos solteros, al tiempo nos íbamos casando y hacíamos la casa. Lo que cualquier argentino quería en ese momento”, destaca.

“Al principio traían toda la mercadería importada de Houston. Mi trabajo era abrir las cajas y sacar las piezas para que después se armen los trépanos. Esto dejó de hacerse porque trajeron máquinas, invirtieron en tecnología y empezaron a hacer todo acá”, apunta.

Hughes apostó a la industria local. Comenzó con menos de 100 empleados y se estima que al cierre de la compañía llegaron a ser casi 900.

La sede local se retroalimentaba con una planta ubicada en Comodoro Rivadavia y fue la que impulsó el desarrollo de otras en Sudamérica: “Entiendo que esta fue la primera en la región, y fueron los argentinos los que armaron las fábricas de Brasil, Venezuela y México”, comenta Morales.

La misma mesa

Fomentar la integración de los distintos sectores era un valor fundamental para la firma. El sentido de pertenencia se arraigó tanto, que incluso mucho tiempo después del cierre varios grupos de trabajadores siguieron respetando la iniciativa del encuentro anual.

Los desayunos, las meriendas y los almuerzos se servían en un comedor que era para todos. Funcionaba como un espacio social donde se afianzaban los vínculos en medio de las largas jornadas de trabajo, algunas de más de 12 horas.

“Teníamos todos la misma comida, desde el operario hasta el presidente. Y esto no se usaba en ese momento, era una rareza”, asegura Miyashiro. Además, resalta la armonía diaria y el respeto entre el personal.

El primero en transmitir este espíritu era el presidente de la compañía, el ingeniero José “Pepe” Estenssoro. “Tenía una visión diferente a la de los industriales de hoy. Llegaba de un viaje de la casa matriz o alguna filial, y de Ezeiza no se iba a la casa, venía a la planta, la recorría, hablaba con los gerentes, saludaba a la persona que trabajaba en una máquina dándole la mano, aunque tuviera los guantes sucios”, recuerda Ramos.

Además, contaban con un espacio de reunión tipo club, donde se juntaban para fin de año y asistían con toda la familia. Ubicada sobre Tapia de Cruz, a dos cuadras de la Panamericana, en la Mutual de Hughes había pileta de natación, quincho y canchas de básquet, tenis, bocha y fútbol. Los empleados usaban estas instalaciones después de la jornada laboral. Y en las vacaciones había una colonia para chicos.

reunion 25 aniversario Huges

El mejor recuerdo

Aunque el trabajo era arduo y exigía mucho compromiso, el balance de hacer carrera en esta compañía resultó muy positivo en la mayoría de sus empleados -si no en todos- y está conectado con un futuro de posibilidades.

“En Hughes pude desarrollarme en todo lo que me gustaba. Hice la carrera de contador de grande porque siempre tuve vocación. Me fui de ahí y trabajé en la Auditoría General de la Nación”, cuenta Miyashiro, agradecido.

Morales señala que la mayor parte de su vida laboral transcurrió en ese lugar, donde pasaba muchísimas horas, lo que también le restó contacto con su familia. Cuando se fue de la empresa, pudo terminar la secundaria y se recibió como psicólogo social.

Ramos también guarda un recuerdo lleno de gratitud. “Me capacité en distintas cosas. Se armó una pequeña escuela donde enseñaban matemática, geometría y cuestiones técnicas. Hughes fue teoría y práctica, me abrió la cabeza. Ahí entraba una persona sin terminar la secundaria, sirviendo café o haciendo tareas mínimas y, si se dedicaba y tenía voluntad, en un par de años estaba trabajando en una máquina de primera generación. Como el crecimiento de la industria petrolera era vertiginoso, esto permitía que la gente se desarrollara y que la industria avanzara”, explica.

Además de tener una publicación interna -llamada Sendero Hughes-, la compañía les entregaba a sus nuevos trabajadores un pequeño manual institucional con explicaciones sobre procedimientos, usos y costumbres. “Los empleados y la gerencia forman una sociedad, trabajan unidos para el bienestar de la empresa y para su propio bienestar”, decía en un párrafo de su ideario.

Si bien el futuro dejó de depender de esta armonía que efectivamente alcanzaron, ya que la firma se vendió a nivel mundial, la idea madre permaneció en el orgullo que transmiten muchos de los que vivieron la experiencia.

A 28 años de su cierre, el sendero de Hughes sigue siendo inolvidable.

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