Las dos enormes torres que se ven desde la Panamericana son el resultado de un ambicioso proyecto que naufragó a mitad de camino. Las razones de su fracaso son casi un misterio.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Paradójicamente, en un lugar como Loma Verde, donde prima la naturaleza, el paisaje más característico lo marcan dos gigantescas torres de hormigón abandonadas desde fines de los ´60. Allí se intentó concretar un plan revolucionario para la época: una ciudad faraónica con lujos a los que solo personalidades selectas podrían acceder. Algo que hoy en día no sería una gran novedad, pero que en ese tiempo convertía a “Ciudad Cerruti” en un proyecto absolutamente extraordinario y ambicioso.

Lo poco que se conoce del tal Cerruti es que era un empresario millonario y con muy buenas conexiones. Pertenecía al rubro inmobiliario y sus ideas iban mucho más allá de los límites del común de la gente. No se sabe mucho más de él, salvo que de su ciudad satélite había mandado a hacer una maqueta impresionante, que durante algún tiempo estuvo exhibida en las oficinas de venta.

En aquellos años gobernaba el país el general Juan Carlos Onganía, un dato relevante teniendo en cuenta que uno de los principales inversores del proyecto era uno de sus dos hijos varones.

Al principio la obra avanzó con gran celeridad, al ritmo frenético del entusiasmo de sus creadores. Los pisos comenzaron a levantarse uno tras otro, hombres y camiones trabajaron sin cesar. Pero la ciudad prometida nunca llegó a culminarse.

A tantos años, nadie recuerda la explicación de por qué el proyecto quedó trunco. Solo hay rumores o deducciones difíciles de comprobar. Se dice que cuando el gobierno del dictador Onganía comenzó a caer, “Ciudad Cerruti” también lo hizo. También se comenta que en el apuro por inaugurarlo, los edificios contaban con grandes falencias. Inexactitudes tan escandalosas que no pudieron ser remendadas.

Por estas razones, o quizás por otras totalmente desconocidas, los enormes esqueletos quedaron abandonados, fosilizados a través de las décadas.

Motel, asilo y taiwaneses

Pero el predio no solo eran las torres: constaba de varias hectáreas de tierra y edificios bajos imperceptibles a la distancia. Aunque no muchos recuerdan este dato, hasta principios de la década del `70 en esas construcciones funcionó el motel Los Techos Negros, que tenía dos pabellones de diez habitaciones a cada lado, con baño privado, una cocina enorme y un salón para usos varios. Un emprendimiento que no tuvo mucho éxito y cerró luego de un par de años.

Hacia 1973 el Instituto de Servicios Sociales para el Personal Ferroviario se hizo cargo del predio, donde comenzó a funcionar un asilo de ancianos para jubilados y pensionados del gremio. Los primeros tiempos fueron muy buenos, incluso había un tambo en el que se producía queso y leche, así como la huerta proveía de verduras y los frutales de materia prima para deliciosos dulces. En esa época también se construyó la capillita Nuestra Señora de las Nieves.

A finales de los noventa el Instituto vendió el inmueble a la Fundación Evergreen, donde la colectividad taiwanesa construyó un muro alrededor. Allí, decenas de inmigrantes asiáticos viven manteniendo su cultura lo más pura posible. Apartados del resto de la sociedad y tranquilos.

Mientras tanto, las torres permanecen estáticas e inútiles, como esqueletos de hormigón fosilizados, manteniendo presente el sueño de un proyecto faraónico cuyo fracaso es poco menos que un misterio.

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