Sus composiciones llegaron a países como España, Rusia, Cuba, Israel y Sudáfrica. Participa en varios proyectos musicales y teatrales y sueña con ser la banda de sonido de una película. El arte en los genes.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Descendiente de una familia de actores por el lado materno y de músicos amateurs por parte de su padre, Darío Borcosque (37) no podría haberse dedicado a otra cosa que no fuera al arte. Y habiendo crecido entre intérpretes de diversas disciplinas, eligió el piano.

Uno de sus abuelos -Héctor Darío, al que nunca conoció- era una eminencia en el campo de la cirugía en Junín y además tocaba el piano, al igual que todas sus hijas. “Muchos años después de su fallecimiento hubo que vender la propiedad y ese instrumento vino a parar a mi casa en Escobar, aún no sé por qué. Cosas del destino. Yo tenía 6 años y empecé a jugar y a sacar de oído algunas canciones”, recuerda.

A los 7 empezó sus estudios formales y los continuó hasta convertirse en profesor superior de piano, a los 17. “Siempre fui un ser introvertido, callado, evidentemente desde esa temprana edad encontré en la música un canal de expresión y comunicación, algo que necesitaba y aún necesito tanto como el aire”.

Darío llegó a Escobar de muy pequeño: debido a problemas respiratorios los médicos le recomendaron a sus padres -la actriz Graziella Sureda y el actor Carlos Borcosque- que lo alejaran de la ciudad. Fue su otro abuelo, “Cacho” Sureda, quien les dio una mano en lo laboral para poder concretar la mudanza.

El teatro Girona, inaugurado en 1989, se convirtió en la segunda casa del entonces pequeño pianista. Siempre estaba allí, dando vueltas por sus rincones, tomando mate con su abuelo, ayudándole, arreglando cosas, ocupándose de la iluminación y el sonido de infinidad de espectáculos; en la boletería vendiendo entradas, armando escenografías, saliendo a pegar afiches, en fin, todo lo que hiciera falta, ahí todos daban una mano.

“Siento que esas vivencias me formaron. Aprendí a ver el arte, el teatro y la música desde todos los ángulos. Como un gran concepto en donde nada debía dejarse librado al azar. Aprendí, sin darme cuenta, a tener una visión del espectáculo desde todas las veredas: del espectador, del artista, del técnico. Lo tengo marcado a fuego. Cada vez que encaro un proyecto no puedo dejar de estar en los detalles, porque sé qué es lo que el espectador ve desde su lugar. Ya forma parte de mí”, asegura el músico a DIA 32.

Actualmente, además de dedicarse a la docencia está involucrado en diversos proyectos. En lo teatral, desde hace algunos años trabaja con el actor Daniel Miglioranza en un espectáculo de diálogos entre música y poesía llamado El nombre del olvido. Por otra parte, realiza El Cocinero junto a Pablo Alarcón, un show humorístico con recetas de cocina donde la música va acompañando e interaccionando con el relato.

Además, participa de Edipo.com, una obra de texto con música y efectos en vivo. Y en cuanto a lo netamente musical, participa en una banda tributo a The Carpenters y es parte de Vermooth Jazz, un grupo que toca smooth jazz (un subgénero que fusiona funk, soul, bossa nova y otros estilos). “También trabajo en composiciones mías que en un futuro verán la luz, aunque mi principal sueño como profesional es hacer música para cine”, confiesa.

En estos años, Borcosque tuvo la oportunidad de participar en los festivales de Baradero y Jesús María, también subió a escenarios de Rusia, Ucrania, Sudáfrica, Hong Kong y Brasil y compuso la música para varias obras de teatro que se presentaron en España, Israel, México y Cuba.

“Es loco ver cómo algo tan íntimo de pronto se plasma y toma alas alejándose y haciendo su propio camino. Son sensaciones muy especiales, imborrables en todo aspecto y que llevo a flor de piel”, analiza. Y sostiene que a pesar de tanto camino recorrido, el mejor momento de su carrera aún está por llegar.

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