Se calcula que unos 30 millones de usuarios de la red social más grande del mundo han fallecido. Aunque sus perfiles pueden ser cambiados a “cuentas conmemorativas”, la mayoría siguen pululando como fantasmas en Internet.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

¿Dónde van las personas cuando mueren? Según la creencia de cada uno, al cielo, a una mejor vida, al mundo espiritual, a la reencarnación o simplemente se esfuman. Pero en Facebook los muertos pueden quedar eternizados: la gigantesca red social se ha convertido en un cementerio virtual, desde el cual los que quedan en la Tierra pueden seguir comunicándose (aunque sea unilateralmente) con los que ya no están.

Los muros de los fallecidos se convierten en santuarios donde sus seres queridos dejan mensajes, dan el último adiós, suben fotos recordando al difunto en los buenos momentos e imágenes de flores que, contrariamente a las dejadas sobre una tumba, nunca se marchitarán.

Mucha gente entra en los muros de las personas que se murieron para revivir momentos o volver a ver sus sonrisas. Es una forma de construir un recuerdo colectivo: mientras unos encienden velas y rezan, otros intentan calmar el dolor causado por la pérdida posteando en la red social.

La compañía creada por Mark Zuckerbeg estima que en el mundo hay 30 millones de usuarios de Facebook fallecidos, fantasmas virtuales que siguen apareciendo en las sugerencias para hacerse amigos y de cuyos cumpleaños se sigue avisando a sus contactos.

Tampoco hay nada que le indique a uno de esos poco genuinos “amigos” – que solo se convirtieron en tales por un intercambio de palabras casual- que no salude a determinada persona en su aniversario porque ya no está en el plano de los vivos. Desearle que se le cumplan todos los deseos a un muerto resulta macabro, espeluznante.

Es que los perfiles no se cierran por inactividad como sucede con los mails, quedan tan disponibles como su creador haya determinado en vida. Hasta hace unos años, solo si alguien tenía la contraseña podía cerrar la página. Es por eso que la empresa diseñó mecanismos especialmente pensados para rendir tributos a los muertos implementando la posibilidad de transformar el perfil en una “cuenta conmemorativa”.

El trámite es bastante engorroso, y en la mayoría de los casos no se hace. Sería algo así como morir dos veces, en lo terrenal y en lo virtual. Un familiar o amigo cercano tiene que enviar un formulario -se encuentra en la letra chica después de muchos clics- para demostrar que la muerte de la persona es verídica. Se realiza mediante un enlace al certificado de defunción, un obituario o una noticia en la prensa.

Este tipo de página no es accesible a través de la búsqueda pública. Si el perfil era privado, únicamente verán las publicaciones los amigos del usuario. El contenido que la persona fallecida haya compartido permanece en Facebook, basándose en la premisa de que nada que haya sido posteado puede desaparecer de Internet. Estas biografías conmemorativas no permiten etiquetar al difunto usuario en ningún post o foto.

En las redes sociales se anuncian muertes, se le escribe al difunto lo que nunca se le dijo en vida, los recuerdos se mantienen vivos, se retiene la ilusión de que el ausente permanece cerca un ratito más, a través de sus fotos, sus comentarios y su perfil, como cuando estaba con uno.

En el sepelio virtual no se despide al desaparecido como en el duelo presencial. En este caso, la pérdida se pospone. Es cuestión de no perder clientes, ni siquiera a los que se han ido.

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