Radicado hace cinco años en Loma Verde, el popular cantante tropical le abrió las puertas de su casa a DIA 32 para una entrevista llena de anécdotas, recuerdos y reflexiones. “Amo lo que hago, es como respirar para mí”, afirma.

Por CIRO D. YACUZZI
cyacuzzi@dia32.com.ar

Hay artistas musicales que llegan a la cima tan pronto como desaparecen. Y hay otros que, remando desde el anonimato, un día llegan a la masividad, se consolidan y con el tiempo pasan a formar parte de la cultura popular. Alcides Miguel Berardo Palacios (63) es uno de ellos. A principios de los noventa, su versión del tema Violeta lo catapultó al estrellato. Veinticinco años después sigue cantando por todo el país, recibiendo el afecto del público y firmando autógrafos o aceptando fotos con extraños. Ya no está en la cumbre, pero vive de la fama que supo ganarse y su estrella lo acompaña por donde quiera que ande.

Dicen que a la suerte hay que ayudarla, que es amiga de la acción, y que quien no arriesga, no gana. Alcides puede dar fe. Porque un buen día del año 1989 se cansó de la rutina, de tocar donde todos lo conocían, y decidió abandonar la región cuyana -nacido en Río Cuarto, Córdoba, cuando era joven se mudó con su familia a San Luis-, desafiando los consejos y advertencias de todos: “Me decían que estaba loco, que me iba a cagar de hambre. ¿A qué vas a ir allá, si nadie te conoce?”. Y él respondía: “Eso quiero, ir donde no me conoce nadie. Quería vivir una aventura distinta”.

Mal no le fue, está claro. Pero no resultó fácil. Nada fácil. “Me instalé en Callao y Sarmiento. En ese tiempo iba con mi coupe Fuego y donde veía una antena de radio me mandaba. No siempre me atendían muy bien. Te recibían el disco, sí, pero no te dejaban pasar. Hacía 15 ó 17 radios por día”, recuerda. Y tanto va el cántaro a la fuente, que al final Alcides empezó a sonar en las FM tropicales y en diciembre de ese mismo año daba la nota con un concierto en el teatro Astros que marcaría el despegue de su carrera.

Pasaron desde entonces miles de recitales -en pleno apogeo, daba ocho shows por sábado-, decenas de grandes éxitos, luces, algunas sombras y muchas mujeres: oficialmente, una esposa y diecisiete concubinatos, más o menos efímeros. Hasta que en 2011 se vino a vivir a Loma Verde junto a su madre, Adelina Palacios (86) -su padre murió hace 28 años y su hermano, Víctor Hugo, con quien compartió sus inicios artísticos, en 2013, en un accidente-, en un chalet de la calle Los Cerros al 600, donde recibió a DIA 32.

“Alquilo, porque soy medio loco. El dueño me quiere vender la quinta, pero no sé… No aguanto mucho tiempo en un lugar: en los 27 años que llevo en Buenos Aires tuve 21 domicilios distintos. Me canso. He cerrado casas para irme una semana a un hotel porque no aguantaba más”, revela, mientras prende el primero de los varios cigarrillos que fumará durante la entrevista.

¿Acá te pasa lo mismo o te sentís más asentado?

No sé si son los años, pero a Loma Verde le agarré cariño. Cuando estoy lejos me preocupo por la casa, antes ni bola le daba. Llama, me tira esto, me gusta mucho el verde, los árboles… Me siento muy cómodo y estoy bien.

¿Cómo llegaste a Loma Verde?

Porque yo le alquilaba una casa al dueño en Versalles, pegado a Devoto. Un día me dijo que tenía una quinta, me trajo y me entró por los ojos. Arreglamos sin garantías ni nada. También tengo casa en San Luis, pero no sé si volveré allá algún día. Es más: estoy trayendo muchas cosas de Capital para acá, como trámites y todo eso, porque acá es más ágil.

¿Qué te parece Escobar?

Escobar tiene un clima de pueblo, la gente es distinta y me siento cómodo. Me gusta todo. A pesar de que cuando vine acá pasaban dos autos por semana y ahora hay días que no puedo entrar ni salir.

Hablemos un poco de tu carrera, ¿cuánto de tu éxito crees que le debés a Violeta?

¿O que me deberá ella a mí? Hace 25 años que la tengo, eh (risas).

El autor es un brasilero, ¿cómo la conociste?

El autor es Luis Caldas, pero la grabó Chayanne en 1984, en su primer long play. Era una salsa light, pero con una letra muy rica, linda. Y yo vi que ahí tenía jugo para sacarle, solo había que ponerle ritmo de baile. Cuando vino a la Argentina por primera vez la quiso hacer y el representante le dijo: “Ni se te ocurra, porque acá hay un cantante que la fusiló”.

¿Olfateabas que podía pegar tanto?

No, uno las canciones las hace por idea propia, pero después el público las adopta o no. Yo tengo temas muy lindos que a mi criterio deberían haber sido éxitos y ni ahí.

Otro tema que marcó tu carrera es Negrita mía, que hoy la cantan todas las hinchadas de fútbol. ¿Lograr eso para un artista popular es la mayor consagración posible?

Sí, es el beneficio más grande que podés recibir en tu carrera.

¿Cuál es el show que más te impactó o que recordás más seguido?

Hay varios. Un día que jugaban Boca e Independiente en la vieja Bombonera anuncian mi presencia en el estadio y ponen el tema: toda la hinchada de Boca empieza a cantarlo y enseguida se pliega la de Independiente. No me salían las palabras, ni sabía qué pensar, no sabés como recibir tantas cosas juntas. Después, el show en España: eso también fue fuerte, porque aparecer arriba del escenario y ver a todos cantando y haciendo palmas te mueve el piso. Haber hecho el teatro Astros también fue fuerte, y un show en el Mundialista de Mendoza con 45 mil personas. Son emociones muy fuertes, no por nada terminé con un marcapasos.

¿Sos nostálgico? ¿Extrañás la adrenalina y el furor de aquellos años dorados?

Esa etapa fue bellísima y yo ya estoy resignado a que esos años no volverán. Ya pasé por lo dulce y lo amargo, probé todo y no me arrepiento de nada. Las cosas lindas ya pasaron y hay que tratar que lo que sigue sea normal, ni te digo bueno, normal. Yo no me puedo quejar, porque trabajo todo el año parejo, todas las semanas tengo 3, 4 ó 5 shows. Mi equipo son cuatro bailarines, dos músicos y yo y no hay problema por nada. Todos los meses son 10 ó 12 mil kilómetros, pero me gusta la gente, la comida, el hotel. No me puedo quejar, porque me gusta. Amo lo que hago, es como respirar para mí. Si me sacás la música, me caigo a pedazos.

Imagino que mantenerte vigente después de cuarenta años te debe reconfortar. Pero, ¿cómo manejás el tema de las fotos y los autógrafos cuando estás haciendo tu vida normal? ¿Te gratifica o llega un punto en el que ya cansa?

Mi satisfacción es el encuentro con la gente, el saludar, sacarse una foto, tocar el hombro. Acá vienen, tocan timbre o golpean en la puerta para pedirme una foto. O cuando vengo, para un auto y me piden. El afecto es en todo el país. Yo ya recorrí todo como 25 veces, pero llego a lugares que hace 20 ó 22 años que no voy y paro a comprar cigarrillos o cargar combustible y siempre está el “Eh, maestro” o “Eh, Alcides”. Eso me impacta. Realmente estoy bien, no necesito nada más.

Comentar la noticia

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *