Recuerdos y anécdotas entrañables de un film cien por ciento escobarense, dirigido por Juan Carlos Villalba y protagonizado por Tomás Seminari. A tres décadas de su estreno, la promesa de llevarlo nuevamente a la pantalla.

En el set de filmación primaba un silencio profundo cuando cientos de aves salieron volando del interior de un carro titiritero. En una época donde el cine no contaba con tecnología digital, nada podía fallar en esta última escena de Pajarito, el loco de las alas, la película dirigida por Juan Carlos Villalba y protagonizada por Tomás Seminari.

“El carro estaba a oscuras, adentro había unos chicos que tenían que abrir el telón para que los pájaros salieran al ver la luz. Y así sucedió. Era una alegoría del alma del personaje que acababa de morir. Atrás de la cámara se sentía una gran emoción, se trataba de la última toma y por mucho tiempo no nos íbamos a ver. Era el final de una convivencia, de un sueño, de risas, de trabajo”, recuerda Villalba sobre aquel emblemático momento de fines de 1988.

La película, íntegramente filmada en Belén de Escobar y con actores-vecinos, se ha convertido en un documento histórico, no solo porque muestra cómo se hacía cine local en ese entonces sino porque, a la vez, registra de un modo único el lugar y su gente. “Esas calles donde rodamos ya no existen, esas casas que se ven ya no están, y muchos de los vecinos que aparecen tampoco”, señala Villalba, en una emotiva entrevista con ADN Escobarense que puede verse en el canal de YouTube de El Día de Escobar.

La historia, asegura su director, fue pensada desde el principio para “Tomasito” Seminari, a quien recuerda como una persona querible, afectuosa, cálida y siempre “feliz actuando”. La ilusión de trabajar con él se refleja en un guión hecho a su medida. Brenda Tawata, una encantadora niña de 6 años, fue la coprotagonista.

Interpretando papeles secundarios estaban el historiador Alfredo Melidore, su esposa Silvia García y Alfredo Castro Couso. La mayoría de los extras eran niños, hoy adultos que recuerdan con gratitud haber participado de esta obra cinematográfica.

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El estreno fue el 23 de noviembre de 1989, a sala llena, en la Sociedad Italia de Socorros Mutuos, actual teatro Seminari: “Se sintió una gran emoción, la película gustó, y estaba Tomasito… Luego la proyectaron dos o tres veces más”, revive el cineasta.

A nivel argumental, Pajarito va con su teatro de títeres de pueblo en pueblo. Tiene unas alas blancas majestuosas y asegura que puede volar. Al llegar a cada lugar, todos los niños corren detrás de él y así son convocados a la función. Brenda es una niña huérfana, el titiritero la lleva con él y le enseña el oficio de manejar las marionetas. El conflicto surge cuando toma conciencia de que su tiempo se va a acabar y entiende que debe buscar un lugar donde pueda dejarla.

En torno a esta película giran cantidad de anécdotas, comenzando por su financiación. A raíz de una entrevista que le hicieron a Juan Carlos en la radio La Voz de Escobar, el comerciante Horacio “Tito” Campana se ofreció como productor y aportó los 2.000 dólares que se necesitaban para llevar a cabo el proyecto. Si bien no obtuvieron ganancias, el dinero invertido fue recuperado y la gratificación de llevar a cabo semejante experiencia no tuvo precio.

Este no fue un caso aislado: hubo más personas que apostaron al film sin pensar en la retribución económica. Mientras Villalba estaba en pleno rodaje, conoció en un cine-debate al artista que había hecho la música de una película de Leonardo Fabio. Una conversación con Vico Berti bastó para que musicalice Pajarito, sin pedir un peso a cambio y otorgándole a la historia una magia singular.

Así, este sueño que inspiró a muchos se volvió tan real como los pájaros que volaron desde el carromato en la célebre escena final. Cuenta el director que para reunir las aves acudió a un cazador profesional escobarense, conocido como “Carucha” Spen, con quien pasó varias madrugadas en Loma Verde: “él extendía las redes sobre el pasto con una habilidad impresionante, y esperábamos que salga el sol tomando mate y charlando. Cuando amanecía, los llamadores atraían a las bandadas y caían, él cerraba las cuerdas y atrapaba de a 40 pájaros que iba poniendo en un jaulón. Así se juntaron como 300 y el día de la última toma los soltamos a todos”, rememora.

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Regreso a la pantalla

Ocupando un lugar central a la par de los personajes principales, el carromato donde el titiritero y la niña comparten gratos momentos también tiene su leyenda. Villalba lo compró en 1987 en Manzanares y fueron varios los que se ocuparon de que cobre vida.

En primer lugar, lo recibió Juan Carlos Alarcón, quien le proporcionó una estructura metálica; después lo intervinieron los talentosos hermanos Ignacio y Eduardo Noé, dándole el toque final de color, belleza y dibujos extraordinarios. Cuando se inauguró el museo municipal, en 1998, Villalba decidió llevarlo para que la gente lo conozca. Para esto, firmó un comodato que implicaba su cuidado y mantenimiento. Pero lo pactado no se cumplió.

“Pasaron muchas administraciones y ninguna lo hizo, al punto que el carro se empezó a pudrir. Hace unos meses conocí al intendente Ariel Sujarchuk, que me ofreció contactarlo ante cualquier inquietud. Entonces le pedí por la puesta en valor del carromato y me aprobaron la idea. Me dijeron que lo iba a restaurar Eduardo Noé, tal como yo había solicitado… y ya lo tiene en sus manos”, comenta entusiasmado.

Cuando esté a punto, la idea es exponer el carromato restaurado en la puerta del teatro Seminari y volver a proyectar la película para que, en una noche de recuerdos y reencuentros, toda la comunidad pueda apreciar el trabajo cinematográfico y ver en acción al loco de las alas.

Además, la película estará disponible en formato DVD para quienes quieran atesorarla en su casa, junto a la historia de la filmación escrita por su director. Será también un homenaje a Seminari, quien falleció en noviembre de 2015, a los 92 años.

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