Hace cinco años trabaja de herrador en los campos de cría de La Dolfina, el equipo de polo de Adolfo Cambiaso. “Veo esos animales y me quiero quedar a vivir ahí”, confiesa, apasionado.

Por JAVIER RUBINSTEIN

José Luis Yorio (40) es técnico agropecuario. Su primer trabajo fue a fines de los ‘90, en el centro de investigación reproductiva de Pérez Companc, como empleado de campo y ayudante veterinario en el área de hacienda vacuna. Después anduvo por San Pedro, lo contrataron del tambo de Munchi’s y en el haras Catalina, donde empezó a trabajar con equinos. “Puedo estar horas mirando un caballo, si voy por la ruta y veo alguno me paro y me quedo observándolo”, confiesa, demostrando una pasión inexplicable que empezó cuando era chico y no merma con los años.

Su oficio de herrador nació a través de un amigo, juntos empezaron a atender caballos de polo y de salto. Así durante cuatro años. “Después él dejó y yo me quedé con sus clientes, me compré mis propias herramientas y, a la vez, empecé a trabajar con otro herrador, viajando por todos lados”, recuerda en plena charla con DIA 32.

En ese tiempo recibió un llamado que le cambiaría su vida profesional: un conocido buscaba alguien que lo ayude a herrar caballos de polo en Córdoba, en el campo de cría de Adolfo Cambiaso, el mejor jugador del mundo y fundador del histórico equipo La Dolfina. “Fui e hice mi trabajo. Y al poco tiempo volvieron a llamarme”, cuenta. Después de acordar las condiciones, cerraron trato.

“Empecé a atender los de Córdoba, donde tiene más de mil animales. Ahí hago los herrajes de las yeguas jugadoras y atiendo los caballos nuevos, los más complicados y los que usan los pilotos”, cuenta el escobarense, quien ya lleva casi cinco años como parte del equipo de trabajo de La Dolfina, dividiéndose compromisos entre Cañuelas, donde están los caballos jugadores, y La Docta .

La función del herrador es cuidar el aplomo y el casco del caballo. Para jugar al polo se herran las patas con tacos y las manos con una herradura especial, que puede ser de hierro, aluminio, acrílico o silicona. “Lo primero que se le hace a un caballo es sacarle la palma del casco con una gubia y recortar. Se elige el número de herradura, se forja en el yunque, se le calza con clavos y se remacha. ¿Si le duele? Si el clavo está bien puesto, no. El clavo tiene un bisel en la punta y se pone perpendicular al casco. Al pegarle con el martillo ya te das cuenta si el clavo entró bien”, explica, acerca de cómo se inserta una herradura en la planta de un caballo. También es cierto que hay algunos más ariscos que otros: “Alguna patada me tiraron, hay que tener cuidado”, advierte.

De enero a junio Yorio atiende los caballos preferidos de Cambiaso, después los agarra otro herrador para la temporada de juego, que va de agosto a diciembre, y él sigue con los de cría. “Yo veo esos caballos y me quiero quedar a vivir ahí, es un orgullo herrar esos animales”, cuenta, con alegría y satisfacción, sabiendo que trata a los equinos más valiosos del país en esta especialidad.

También habla de cómo es trabajar para el mejor jugador de polo de todos los tiempos: “La relación es normal, nos cruzamos en el campo, me dice qué caballo hay que herrar y qué hay que hacer. No tengo la relación que tiene con los petiseros, que toman mate o juegan con él”, detalla, con sinceridad.

De una camada de 300 nacimientos sólo tres o cuatro caballos llegan a jugar la final de un Abierto con Cambiaso como piloto, a algunos los prestan y otros son solo para entrenar. Cada integrante de La Dolfina tiene su campo y su criadero.

Yorio está feliz con su trabajo, al que compara con el fútbol, su otra pasión. “Para mí esto es como jugar en el Barcelona. Es un privilegio poder vivir del hobby de uno, eso lo valoro siempre”, declara el “zapatero” de los caballos del mejor del mundo.

Para mí esto es como jugar en el Barcelona. Es un privilegio poder vivir del hobby de uno, eso lo valoro siempre”,

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