Dos carpas ubicadas a los costados de la autopista llaman la atención en la entrada a Escobar. DIA 32 se acercó a hablar con sus moradores para saber quiénes son, qué los llevó hasta ahí y cómo se las arreglan.

Por SOFIA MORAS
smoras@dia32.com.ar

En la entrada a Escobar por ruta 25, los espacios verdes a los costados del puente de la Panamericana se han convertido en una suerte de hogares de tránsito. Desde hace ya varias semanas, del lado Este de la autopista están Valeria y Jonatan, que son pareja, mientras que en la bajada de Provincia, y lejos de su país, se encuentra Tiago, de nacionalidad brasileña. Ninguno de los tres llega todavía a los treinta años, distintos fueron los factores que los condujeron a vivir en la calle, cuentan con poco más que sus carpas y la ropa que llevan puesta, pero los sostiene la rutina que han armado, el relato propio de lo que están viviendo y la mirada puesta hacia adelante.

Valeria Molino tiene 28 años y hace tiempo abandonó la casa familiar de Los Polvorines por problemas con su padre; Jonatan Medina tiene 25 y se crió con sus abuelos en el barrio La Loma de Garín. Se conocieron en 2011, en la plaza de la estación de Escobar, donde ella pernoctaba y él solía merodear. Les genera confusión brindar información relacionada con el paso del tiempo: el calendario se vuelve una cuestión secundaria cuando la prioridad es procurarse el alimento de cada día. Tienen una hija de dos años, Candela Lucía, que nació el 31 de diciembre de 2013. Ahora, dadas las circunstancias, vive con su abuelo paterno, en Zelaya.

La situación de la pareja empeoró cuando no pudieron seguir alquilando una habitación sobre la ruta 9 vieja. “Como el dueño tuvo que vender, nos quedamos en la calle con la bebé. Un tiempo vivimos con la nena acá, pero no podíamos estar así”, explican. Candela tiene problemas respiratorios y no logra mover adecuadamente una mano, por lo que precisa de cuidados especiales que ellos no pueden brindarle.

La carpa en la que habitan está nuevita y es obra de la divulgación de su caso en las redes sociales. En el mes de las fiestas, un vecino solidario se las hizo llegar junto a algo de mercadería, un poco de dinero y una conservadora con hielo. “Si llueve, ahora no nos mojamos”, comenta Valeria mientras se ríe y lo contagia a Jonatan, que continúa el relato y recuerda el frío que pasaron el invierno anterior. Resulta sorprendente el sentido del humor que tienen al describirlo.

Trabajo y comida

Sobre la búsqueda laboral, cuentan que hace poco recibieron ayuda de Desarrollo Social, donde ingresaron el currículum de Jonatan a una bolsa de empleo. Jardinería, albañilería y plomería son oficios en los que sabe desempeñarse. Cuenta que últimamente hizo changas y que tiempo atrás trabajó en una empresa de logística del Parque Industrial de Pilar. “Lo perdí porque en ese momento no supe cuidarlo, pero hoy mi actitud es diferente”, asegura. En el caso de Valeria la situación es más difícil, ya que sufre un problema en el pie. Igual, dice que está dispuesta a trabajar cuidando niños o limpiando casas.

La falta de dinero para cargar la SUBE, los desencuentros con quien los recibe en Desarrollo Social y el no tener la documentación requerida son algunos de los inconvenientes del día a día. Mientras tanto, conservan su rutina: se levantan, procuran un poco de agua en la estación de servicio ubicada enfrente, toman mate y ella se encarga de conseguir el diario.

A la hora de cocinar, Jonatan hace un fuego utilizando una lata y algunos ladrillos para no quemar el pasto. Saben que cada quince días pasan los encargados de los espacios verdes de Autopistas y prefieren evitar cualquier inconveniente. Se higienizan en la zanja que cruza de un lado al otro la Panamericana. A veces reciben mercadería de los comercios de la zona. Cuando esto no ocurre, están “a puro mate”, como dice Valeria.

Al hablar de la convivencia entre ellos, coinciden en que todo depende del día: “A veces nos levantamos bien, a veces todo se pone difícil”.

Un vecino inesperado

Por el momento, Jonatan y Valeria no tuvieron problemas por estar ocupando la parcela en cuestión, pero sí necesitaron organizarse ante la aparición de un potencial vecino. Un día llegó Tiago y armó su carpa a unos metros de la de ellos. La comunicación desde el principio fue escasa, dado que Tiago es de Río de Janeiro y no habla español. Pasaron algunos días y decidieron pedirle, “con mucho respeto”, que se retirara para no seguir llamando la atención en la zona.

Del otro lado del puente, Tiago Viana Rosa tiene 28 años, habla por lo bajo y sólo en portugués. Dice estar en Argentina hace cuatro meses. Pasó por Capital Federal e hizo grandes recorridos en tren y colectivo. Menciona haber pasado por General Rodríguez y explica que cuando llegó a Escobar sintió serenidad. “No tengo casa, no tengo plata, pero yo quiero paz, tranquilidad. No hago nada de mal”, afirma.

Cuenta que en Río de Janeiro también vivía en carpa y se encontraba en una situación similar: “La misma cosa que acá, soy solo, no tengo familia”. Sobre su cotidianeidad en Escobar, comenta que logra conseguir agua en lugares cercanos y que algunas noches duerme sobre el pasto. Habla del clima benévolo y destaca que aquí no siente “ni frío ni el calor infernal de Brasil.” Estuvo también en Uruguay y en Gualeguaychú. Habla de las extensiones de la tierra y considera que tanto Argentina, Uruguay y Brasil “son la misma cosa”.

Dice tener conocimientos del campo y del trabajo de la tierra. Se considera un viajero que va de ciudad en ciudad, explica que lo suyo no es la convivencia con muchas personas y sus ojos lo dicen todo cuando habla de la soledad. Hacia el final confiesa que su sueño es conocer la nieve, señala la imagen de unos pingüinos en una revista y menciona la ciudad de Tierra del Fuego.
Lo provisorio empieza a volverse permanente y a los costados del puente de la Panamericana, en la entrada a Escobar, los árboles continúan siendo refugio de Jonatan, Valeria y Tiago, que con amabilidad reciben a quien quiera conversar y transmiten su esperanza por seguir adelante, a pesar de todo. Cuestión de fe…

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