Radicado en Ingeniero Maschwitz, el director de arte de Metegol habló con DIA 32 de su increíble historia de vida y su trabajo en la taquillera película de Juan José Campanella. “Va a marcar un hito en la historia del cine animado argentino”, asegura.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Siempre, siempre, quiso trabajar en animación. Jamás se le cruzó por la cabeza hacer otra cosa. Para Nelson Luty (46) no fue fácil cumplir su sueño, pero después de un largo camino y mucha tenacidad, logró su cometido. Hoy disfruta las mieles de haber sido el director de Arte de Metegol, la película animada de Juan José Campanella que hace unas semanas se estrenó en Argentina marcando récords de taquilla y sorprendiendo al público por su excelente calidad de producción.

Realizada con un presupuesto de 21 millones de dólares -muy por debajo de lo que cuestan las grandes películas norteamericanas- e inspirada en el cuento de Roberto Fontanarrosa Memorias de un Wing Derecho, el film ya está vendido a 70 países y hasta se habla de una segunda parte.

Sin embargo, para Luty no todo en su vida fue un lecho de rosas. En el  comienzo de su carrera no sintió más que frustraciones, lo que le produjo una severa depresión. Llegó a quedarse ciego y tuvo un intento de suicidio del que se salvó porque la bala no salió del arma. Después de un año y medio sin ver, un reality show le abrió las puertas a las grandes ligas.

Café mediante, el talentoso dibujante, radicado en Ingeniero Maschwitz desde hace 18 años, aunque desde los 7 venía a la casa de fin de semana de sus padres, le contó a DIA 32 su increíble historia de vida, las vueltas de su carrera, el éxito con Metegol y sus próximos proyectos.

¿Cuándo te diste cuenta que lo querías era dibujar?

De muy chico me volvía loco la televisión y la animación, cosas como El Capitán Escarlata me atrapaban y no me dejaban salir de ese mundo. Cuando me hice más grande me decían que no había madurado, quise salir un poco de eso, pero no pude. No encajaba con los chicos de mi edad, porque mientras todos buscaban novia, yo estaba en otro camino. Era una especie de nerd.

Soñabas con hacer cine, pero pasaste muchos años dibujando historietas, incluso para importantes editoriales norteamericanas como Marvel, DC Comics y la Warner. ¿Nunca pensaste en crecer en ese mundo y quedarte ahí?

Yo hacía historieta porque era la manera en que más cómodo me sentía para acercarme al cine. Pero no sabía cómo encajar, todo lo que veía acá no me gustaba. Después empecé a trabajar para Estados Unidos haciendo X Men para Marvel y me iba muy bien pero era todo tan estructurado que no existía la posibilidad de crear. Empecé a querer estar más y más cerca del cine, pero pasaban los años y no lograba acceder. Cuando estrenaron El Jorobado de Notredame se me partió la cabeza, no podía creer lo que estaban haciendo. Me volví loco. Dibujé un fondo enorme de Notredame y lo mandé a Disney para que lo vieran. Allá gustó mucho y me ofrecieron trabajo, pero desde acá me quisieron vender como si fuera Messi y al final me sacaron volando.

No te quedó otra que seguir dibujando comics. ¿Lograste encontrarle el lado positivo?

Nunca. Pasaron los años y empezó mi quiebre. Entré en una gran depresión y comencé a quedarme ciego. Fue en abril de 2000. Dejé todo, el médico me dijo que mi situación era muy grave e irreversible, salvo que operáramos. Estaba sin obra social porque no laburaba. En la clínica Santa Lucía me hicieron láser, que fue horrible, porque me quemaba, me dolía, y veía cada vez menos. Al final un amigo me recomendó a otro médico, Arturo Irrazabal, en una súper clínica de Recoleta que yo me preguntaba qué estaba haciendo ahí, sin un mango. Pero me atendieron gratis y me dijeron que me iban a operar de urgencia, que no importaba que no tuviera plata, que después arreglábamos. Vendí un auto que tenía en el garage, rifado, y con eso pagué parte de la operación. Ese médico me salvó la vida.

¿Recuperaste la vista enseguida?

Tardé un año y medio en volver a ver, me costó un montón. Mi ex mujer trabajaba, teníamos dos hijos, me ayudaba mi viejo, y yo me sentía cada vez más hundido. Estaba sentado todo el día sin poder hacer nada. Soy un tipo re activo, era insoportable. Tuve un intento de suicidio, en un ataque de desesperación, cacé el chumbo, y me lo disparé al balero, no sé por qué, pero la bala no salió. No lo pensé, me quise ir. Pero después de eso me di cuenta de que tenía otra oportunidad, y de a poquito empecé a recuperarme.

Me propuse volver a ver al cien por ciento, aunque los médicos me decían que iba a ser imposible, y hacer lo que yo verdaderamente quería: ver crecer a mis hijos y hacer cine.

¿Cómo te reinsertaste en el mercado nuevamente?

Un día me llamó mi prima para decirme que estaban buscando caricaturistas. Me dijo que me presentara en el teatro de Luz y Fuerza, en San Telmo. Fue mi primera salida solo después de un año y medio. Recién empezaba a ver. Nos hicieron hacer un dibujo y yo presenté un caballo con un paisano, traté de ser lo más divertido posible. Me dijeron que me iba a ver un director de arte, pero antes vino una chica y me pidió que le contara por qué estaba buscando trabajo y qué me había pasado en la vida. En esos casos uno generalmente oculta cosas como enfermedades para no poner trabas, pero decidí contar todo. Me acuerdo que a la mujer le brillaban los ojos con mi historia. Después el director de arte me pidió que hiciera unos dibujos de un personaje, era El Mono Mario, que yo ni lo conocía porque en mi casa no tenía Internet. A mí me parecía horrible. Hice los dibujos y me fui a hablar a un teléfono público para avisar en mi casa que estaba bien. De repente vino un tipo corriendo y gritando “Ganaste vos, ganaste vos”.

Irme me encantaría, es uno de mis sueños, pero yo quiero que la magia que se genera afuera se genere acá también. Que Metegol haya salido bien es una luz de esperanza para saber que acá se pueden hacer cosas buenas.

¿Qué era lo que habías ganado?

En ese momento no tenía ni idea. Llegamos a un camarín y entra una cámara de televisión, con las luces prendidas, y un locutor que venía diciendo: “El ganador del programa Recursos Humanos, de Néstor Ibarra, es Nelson Luty”.

¿No sospechabas absolutamente nada de que se trataba de un reality?

No, yo tenía la cabeza en cualquier lado. Lo primero que hice fue putear a mi prima por teléfono. Del programa vinieron a mi casa en Maschwitz, me hicieron una entrevista con la familia y a la semana la gente me saludaba por la calle. Fue muy loco, yo me moría de vergüenza de ser parte de ese show. Así empecé a dibujar El Mono Mario. Era una gomería, un lugar espantoso. Pensé que si así empezaba mi historia en el cine, no me iba a ir muy bien, pero todo resultó.

En las grandes ligas

¿Cómo fue la experiencia de trabajar con el ganador del Oscar por El Secreto de sus Ojos, Juan José Campanella?

Yo lo admiraba, me parecía un excelente director y me gustaba mucho lo que hacía. El día que me llamaron por Metegol no lo podía creer. Trabajé durante más de tres años, aunque llevó más de cinco hacerla. La producción fue muy puntillosa en todo sentido, porque la película era una obsesión constante. Campanella quería estar hasta en el último detalle. Fue una presión, vertiginosa por momentos y muy divertida, sobre todo en las reuniones. Él tenía una visión muy clara de lo que quería, llegaba y decía: “Quiero esto así, así y asá”. Muchos pensaban que era capricho, pero al final tenía razón porque él tenía la imagen en la cabeza. Y ahora mirando la película queda claro que todo tenía que ser así.

Era su primera película de animación ¿tan claro lo tenía?

Una de las cosas fantásticas que hizo fue hacer la película como si fuera de vivo, y otra fue que los personajes no están sobreexagerados. Hay mucho de expresión, como le gusta trabajar en sus films, con lo verbal, la expresión, la mirada o los silencios. Eso me lo marcó a mí también en los escenarios, más allá de que yo estuve haciendo la dirección de arte en general de la película. Él sabe muy bien cómo manejar los climas en el momento adecuado, y eso es genial. Conoce a la gente y la interpreta. Además, otra particularidad de Metegol es que, por lo general, primero se anima y sobre eso se graban las voces, pero en este caso fue al revés. Se filmó, se actuó, y sobre eso se dibujó.

Para vos, personalmente, ¿qué significó hacer Metegol?

Para mí es una película más, pero la guardo como una experiencia muy especial porque va a marcar un hito en la historia del cine animado argentino.

Tuve un intento de suicidio. En un ataque de desesperación cacé el chumbo y me lo disparé al balero. No sé por qué, pero la bala no salió. Después de eso me di cuenta de que tenía otra oportunidad.

¿Sos futbolero?

No, no me gusta el fútbol para nada. No es que lo odio, pero me deprime un domingo ver que un tachero está escuchando un partido de fútbol por radio mientras limpia el auto. Es fatal para mí, una pasión que no puedo entender.

¿En qué estás trabajando actualmente?

Estoy haciendo The Games Makers, con Juan Pablo Buscarini, con quien ya trabajé en varias películas, es una coproducción canadiense bancada por Disney. Está increíble.

¿Alguna vez pensaste en irte a trabajar fuera del país?

Sí, de hecho acabo de recibir un mail para ir a Los Ángeles y no sé que hacer. Es como que yo ya elegí quedarme acá. Irme me encantaría, es uno de mis sueños, pero yo quiero que la magia que se genera afuera se genere acá también. Quiero empezar mi primera película como productor. Me ayudó mucho que Metegol haya salido bien, es una luz de esperanza para saber que acá se pueden hacer cosas buenas.

Un currículum de primera

Luego de un breve paso por la escuela de Carlos Garaycochea, Nelson Luty comenzó a trabajar en el estudio de Chiche Medrano haciendo fondos para historietas italianas. Años después, al lado de Carlos Meglia, se dedicó a dibujar comics como Irish Coffe, Cybersix y algunos más. Junto a Ricardo Ferrari hizo El Tony y, más tarde, Looney Toons para la WB y otras varias historietas para DC Comics y Marvel.

En lo que a animación se refiere fue convocado para la película de Gaturro, producida por Illusion Studios; participó del primer largometraje de Caloi, Buenos Aires Herido; de Patoruzito; El Ratón Perez 1 y 2, y El Arca trabajando para Patagonik.

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