Mercedes Fernández en el Hogar Eva Perón
La vida de Mercedes Fernández es digna de una película. A los 99 quedó viuda y en situación de calle. A los 102 acaba de terminar el secundario, vive en el Hogar Eva Perón y quiere seguir estudiando para cuidar abuelos.

Tener sueños y anhelos es un lindo incentivo para encarar el día a día de la vida, un plus que aporta esa cuota de motivación necesaria para levantarse cada mañana. No hay edades para intentar que se concreten, bastan las ganas de cristalizarlos, con empeño y actitud.

Eso fue lo que se propuso Mercedes Isidora Fernández en enero de 2023, cuando cumplió 101 años. No quería viajar por el mundo, ir de shopping ni subirse a un cero kilómetro, sino terminar sus estudios secundarios, que había dejado inconclusos cuando era una adolescente, en plena década del ´30. Tan asombroso como real.

“Era algo que tenía pendiente, siempre decía que cuando pudiera lo iba a hacer. Había cursado la primaria y algo del secundario, pero me faltaba un poco”, le cuenta a DIA 32, que la entrevistó en el Hogar Municipal de Ancianas “Eva Perón”, en pleno centro de Belén de Escobar, donde vive hace dos años.

“Me acuerdo que mi esposo me decía: ‘¿qué vas a terminar Mercedes?, no lo hacés más’. ‘Vamos a ver’, le decía yo… Un día hablé con la directora del hogar (Noelia Alegre Pivar) y me dijo que se podía, que había un colegio. Empezaron a regalarme útiles, me entusiasmé y empecé”, detalla, con una lucidez impecable, una gentileza admirable y muchas ganas de conversar.

“Mecha”, como todos la llaman, se anotó en el Plan FinEs del Centro de Educación Secundaria para Adultos Nº451, que está sobre la avenida 25 de Mayo, en la entrada a la ciudad y a dos cuadras del hogar. Iba tres veces por semana.

De golpe me acordé de todo, al principio no, pero después fue más fácil. La materia que más me gusta es Historia, del mundo, saber todo lo que pasó; y la que menos, Matemática. Los números no son para mí, me cuestan. Por ahí cuento con los dedos, mi papá siempre me retaba porque me decía que no haga eso, que la gente me estaba viendo” (risas).

Mercedes Fernández posando en la fachada de la escuela
Cuaderno en mano. Mercedes Fernández en la entrada del colegio donde terminó el secundario.

En diciembre se recibió y, además de ser el centro de todas las miradas y los aplausos en la ceremonia de graduación, su caso llegó a ser noticia en muchos medios nacionales.

Una historia conmovedora

Hija única, Mercedes Fernández nació el 12 de enero de 1922 en la ciudad santafesina de Venado Tuerto y llegó a Escobar cuando tenía 4 años. Fue después de que su padre vendiera la quinta en aquella localidad tras separarse de su esposa, quien formó una nueva familia.

“Vinimos para acá con mi papá, solos, porque él tenía unos amigos con quinta y nos instalamos ahí. Me anotó en la Escuela 14, donde hice la primaria. Me acuerdo que iba caminando por la vía y él me retaba: me decía que me iba a agarrar un tren, que lo esperara a que me vaya a buscar”, recuerda con una memoria prodigiosa, como si hubiesen pasado solo algunos años y no más de noventa. Su padre, muy longevo también, falleció a los 100 años.

De joven tuvo una hija (Milagros), que falleció cuando tenía 5 años, de pancreatitis. “Hace mucho, sí, pero para mí fue ayer. La muerte de un hijo no se supera más, siempre la visito en el cementerio y me quedo ahí un rato”, confiesa, con melancolía y dolor.

Mucho tiempo después encontró al amor de su vida, el hombre que la hizo feliz y con quien se casó hace décadas. Antonio Ayala, escobarense de siempre, fue quien compartió con ella miles de vivencias, que hoy añora y recuerda a cada momento. Su marido murió en 2021, con 86 años, tras luchar con una diabetes que no lo perdonó.

Mercedes Fernández, con su cuaderno rumbo a la escuela
Yendo al cole. La escuela a la que asistió Mercedes está a dos cuadras del Hogar Eva Perón.

“Después de su muerte no estaba bien, fue terrible para mí, que ya tenía 99 años. Desde que lo conocí fue siempre luchar contra la enfermedad. Nos casamos de grandes, estuvimos juntos más de veinticinco años. Fue como si me hubieran cortado las piernas, me sentí muy sola”, narra, con una gran sensibilidad. Esa pérdida la llevó a una depresión muy profunda y a vivir en condiciones durísimas.

“Cuando quedé viuda le dejé la casa a una persona, que me la está pagando. Yo no quería volver porque para mí Antonio estaba ahí, me traía recuerdos. Me fui a vivir a la calle. Armé una maleta con ropa y mis recuerdos, y salí. Dormía en un sillón en el hospital Erill, al que le debo estar viva porque me daban la leche a la mañana y de comer. Ellos sabían mi historia porque Antonio falleció ahí, yo pasaba horas sentada, esperando que él bajara la escalera. De vez en cuando sigo yendo y hago eso: lo espero en la escalera y me vuelvo”, confiesa, en un relato a puro amor y con el corazón abierto de par en par.

Recuerda que de luna de miel se fue a pasar un día a Capital Federal, para conocer lugares y redescubrir otros a los que ya había visitado con su padre, cuando era chica. “Dimos una vuelta y volvimos, estábamos sin plata, pero yo quedé contenta de haber visto muchas cosas nuevas”, acota, con emoción.

“También le debo mucho a la gente del cementerio de Escobar. Iba con una sillita donde está enterrado mi marido y me quedaba ahí horas. Era una gran persona”, agrega, cerrando el tema de la viudez y sus horas más oscuras.

Mercedes Fernández en su cumpleaños 102
Cumpleaños. Mercedes celebró sus 102 años en el Hogar Eva Perón, donde la cuidan y quieren mucho.

Vida plena y feliz

Mientras Mercedes vivía en el hospital y andaba sin rumbo por las calles escobarenses, las autoridades del Erill le hablaron del Hogar de Ancianas. Tras algunos intentos fallidos, aceptó las reglas y se instaló allí, sobre la calle Alberdi y pegado al Jardín Japonés.

En el Eva Perón parece haber encontrado su lugar en el mundo para esta etapa de su vida. Se la ve prolija, muy bien cuidada y feliz. Muy bien vestida, maquillada, con el pelo teñido de distintos colores (que ella elije por coquetería) y con pintorescos anillos que se destacan en sus cuidadas manos.

Charla sin olvidarse ni una palabra, en cuarenta minutos de entrevista nunca se mostró perdida ni dubitativa, y conserva una picardía admirable. Ni hablar que se sienta y levanta del banco sin inconvenientes ni ayuda. Cualquiera quisiera llegar a los 102 años de esa manera.

“Tengo algunos dolores, pero muy poquitos. De salud estoy muy bien, acá en el hogar hay una doctora y cuando viene le digo si me duele algo, hay mucha atención. De la vista estoy perfecta, ni lentes uso, ¡y eso que uso celular! No tomo medicación ni para la presión. No me gusta la medicación de ninguna clase, solo tomo un Tafirol si me duele la cabeza, nada más”, explica.

Como bien cuenta, Mercedes tiene un moderno teléfono celular en su cartera, que lo muestra y vuelve a guardar. Tiene WhatsApp y aplicaciones para ver televisión en vivo y videos, para entretenerse. “Elizabeth (Villanueva) es la trabajadora social del hogar y me enseñó a manejarlo cuando veníamos de comprarlo, en el remise. A la noche empecé a usarlo y ya aprendí, solita. Me gusta ver videos, miro Pluto TV, juego a los jueguitos, me encanta eso”, señala, con total naturalidad y adaptada cien por ciento a la tecnología.

Un día en el hogar

Cada mañana Mercedes Fernández se levanta a las 7 y se ducha; después toma el desayuno, como las otras 19 integrantes de la comunidad de abuelas. Según el día, comienzan las actividades propuestas, como gimnasia, juegos para la memoria o actividades físicas. Al mediodía almuerza y llega la hora del descanso, pero aclara que no duerme, sino que se queda en su cama con el celular, como una adolescente.

Vivo muy bien, estoy contenida. A las 16 ya estoy tomando la leche, también ayudo a mi compañera de pieza, Elva, que no ve bien y yo la guío. Le digo ´voy hasta el baño, no te levantes que ya vengo´. Y ella me espera. Después, la cena es siempre a las 20, miramos un rato la televisión, vemos los noticieros”, cuenta acerca de la rutina semanal.

“Me acuesto a las 21 y miro el celular hasta las 23, lo apago y duermo. Veo de todo, me entero de los bonos de (Javier) Milei, que va a dolarizar. Veo bien al país, hay que darle tiempo, la gente se apura mucho, asumió hace dos meses. En mi vida pasaron muchos presidentes, este hombre cambió todo y ojalá se acuerde de los jubilados. Yo cobro la mínima, pero la gente ¿cómo hace para arreglarse?”, razona, con gran lucidez. 

Cuando tiene ganas de salir, “Mecha” lo hace sin problemas. Pide permiso en la dirección del hogar y va adonde tenga ganas. “Voy a tomar mate con mi amiga Raquel, que vive en Luchetti. ¿Qué cómo voy? En colectivo. Lo tomo en la estación, bajo y camino cuatro cuadras hasta su casa. Tengo que tener cuidado porque hay muchos perros, después vuelvo igual, bajo en la estación y camino hasta el hogar”, señala, ante la admiración de este periodista.

También sale a mirar vidrieras al centro de Escobar. Cuenta que un día la agarró la lluvia y se mojó en el regreso, pero que le gusta salir siempre, sola o acompañada por la asistente social. Otra distracción es ir al Centro de Jubilados Ferroviarios, donde hace tiempo que no va pero que promete volver.

“Ahí tengo otra amiga, Rita, ella va a comer. La encontré el otro día y me dijo que vaya, pero ahora no tengo ganas, ya iré. Ahí hay baile, recitales, se juega a las cartas”, detalla, con una sonrisa.

Mercedes Fernandez junto a otras abuelas en el Hogar de Ancianas
Residentes. Mercedes Fernández y algunas de sus compañeras en el Hogar Eva Perón.

-¿Cuál sería la receta para llegar así a su edad?
-Cuidarse. Me hacen un régimen especial: no como salsas, no tomo alcohol, no fumo. Me gusta mucho el pollo, hervido o al horno, carne como poco y mucha verdura y fruta. Tomo jugos. A veces salgo y en la calle veo gente tomando un chop de cerveza y me dan ganas, pero digo que no, tengo miedo que me haga mal, que me descomponga. Ahora me veo un poco gorda, estoy en 60 kilos. Otro secreto es caminar y caminar, si es por mí voy al cementerio caminando, me siento si me canso y sigo. Me gusta ver la ciudad.

-¿Y cómo ve Escobar?
-Me gusta, este intendente lo cambió mucho, la plaza era fea y ahora es hermosa, hay flores. Yo me siento y veo cómo cambió todo, hay mucha gente, muchas casas.

-¿Tiene más sueños por cumplir?
-Sí, ahora me gustaría seguir estudiando. Quiero ser asistente gerontológica, cuidando abuelos. Vamos a ver si me da la vida. Soy una persona muy grande ya y quiero terminar bien, que me sigan conteniendo. Cuando Dios me lleve será el momento, mientras tanto sigo… También me gustaría irme a una casita a vivir sola, pero tengo que adaptarme, no es fácil.

Antes de finalizar la entrevista, Mercedes pide dejarle un mensaje de vida a quienes lean esta nota, para que siempre sigan adelante, más allá de todo. “Yo volví a nacer a los 100 años, le digo a la gente joven que no se deje caer, eso es lo principal. No hay que decir que se terminó todo. Hoy los chicos son rebeldes y no quieren ni estudiar, pero es algo necesario y lo van a valorar en el futuro”, asegura, con la autoridad que le dan los años y su historia.

Una luchadora incansable, un ejemplo de resiliencia absoluta que honra la vida y la disfruta a su manera, más allá de las marcas que le dejó. Ciento odos años notablemente bien llevados.

Mercedes Fernandez frente al cartel del Hogar de Ancianas Eva Perón
Agradecida. Mercedes reconoce que su llegada al hogar, hace dos años, le cambió la vida.

DEL HOGAR EVA PERÓN A CASA ACTIVA

Adaptarse a vivir sola: un nuevo desafío

Como contó en la entrevista, Mercedes tiene el deseo de dejar el Hogar Eva Perón y mudarse a una casita para ella sola. Por eso, a mediados de febrero empezó una “adaptación” en Casa Activa, un novedoso proyecto convivencial de PAMI.

El predio donde se desarrolló está en Belén de Escobar, sobre las calles Sargento Cabral y General Paz. Cuenta con 12 viviendas de dos ambientes y 20 monoambientes, equipadas con agua, termotanque solar y planta de tratamiento de líquidos cloacales. Además, tiene un jardín de invierno y espacios comunes: quincho, biblioteca, parrillas, lavadero, gimnasio y pileta climatizada.

Cuando se inauguró -el 6 de enero- se entregaron las primeras siete unidades y una de ellas fue para “Mecha”. Ya pasó algunas noches ahí, cocinó y se mostró sin inconvenientes, siempre acompañada por una asistente social que dará el ok cuando la vea completamente preparada para iniciar por su cuenta esta nueva etapa.

Mecha Fernández con una escarapela celeste y blanca en la mano
Nuevo desafío. La llave del monoambiente de la residencia de PAMI donde ya pasó algunas noches.

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