A partir de abril, el teatro que fundó en 1989 pasará a manos de un empresario porteño que lo alquiló por tres años. “Me conmociona dejarlo”, le dijo a DIA 32.

Por CIRO D. YACUZZI
cyacuzzi@dia32.com.ar

Ya está grande “Cacho” Sureda, aunque lleva sus 86 años con una encomiable vitalidad. Asume, a regañadientes, que a estas alturas el teatro que construyó en 1989 necesita de brazos más vigorosos en su timón para seguir a flote. Por eso, a partir de abril el Girona tendrá un nuevo capitán: un empresario porteño que se lo alquiló hasta 2014.

“Me cuesta desprenderme”, admite Sureda con la voz dolida en una entrevista en tono de amigos con DIA 32. Está esperando al médico que calma los achaques de su pierna derecha. Acerca a la mesa de su living una gaseosa y profundiza: “Interiormente es algo que me conmociona. Pero es un proceso de la vida y lo tengo que cumplir. Unos llegan hasta acá, otros hasta allá”. Y él llegó nada menos que a 22 años con el Girona, la apuesta económica de su vida que jugó a favor de la cultura con una convicción de acero.

“Yo no fundé el teatro para ganar dinero. Lo hice para llenar mi vida”, sostiene “Cacho” con orgullo en tiempos dominados por la especulación a cualquier costo. Pero hace dos años que la situación económica tornó de castaño a oscuro. Con la salvedad del cine en el invierno, solo funcionan allí los talleres que dictan los hijos de Sureda: Graciela, Fernando y Gisela. Mantener abierta así esa edificación de 500 metros cuadrados se hizo inviable.

Ante este panorama, no pocos inversores se acercaron a Sureda interesados en su inmueble. Pero había una cláusula irrevocable que ni las más tentadoras ofertas pudieron derribar: utilizarlo con la misma finalidad. Hasta que apareció en escena un empresario de Capital Federal: Edgardo Gezzi, que le alquiló la sala por tres años para presentar distintos espectáculos teatrales.

“Ahora empieza un nuevo período artístico”, explica resumidamente Sureda, que vuelca tanto alivio como nostalgia en cada expresión. Es que debe soltarle la mano a su última criatura y sabe que la extrañará horrores. Pero también entiende que es la hora del descanso del guerrero, que en el largo camino de su retiro va recorriendo sus memorias a flor de piel.

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