En el Mes de la Mujer, DIA 32 hablo con María Isabel Fernández, Claudia Consiglio, Graciela Sureda, Elisa Soneira y Lorena Iacouzzi, cinco exponentes del género que le ponen pasión y compromiso social a lo que hacen.

por ROCÍO M. OTERO
rotero@dia32.com.ar

Han sido las grandes musas de los más prestigiosos artistas y han luchado desde los tiempos más remotos por hacerse un lugar en una sociedad regida en su mayoría por hombres. Desde Eva Perón, pasando por Alfonsina Storni y Juana Azurduy, hasta el ama de casa que cotidianamente se las ingenia para estirar hasta fin de mes los magros ingresos familiares, todas, de una u otra manera, son protagonistas del maravilloso y difícil arte de ser mujer y de colaborar en la construcción de una comunidad mejor. Por eso, este informe de DIA 32, a modo de reconocimiento, en el “Mes de la Mujer”.

Las voces del silencio

En Ingeniero Maschwitz, desde 2002, existe una fundación sin fines de lucro que se encarga de personas con deficiencias auditivas: Sonidos del Alma. Sus talleres funcionan en la intersección de Ricardo Fernández e Italia, donde los chicos hipoacúsicos reciben una formación para que el día de mañana puedan defenderse con sus propios medios. Sus fundadoras son Angélica Díaz y su hija María Isabel Fernández, quienes ante la experiencia de tener dos familiares sordos se dieron cuenta de que en Escobar no había lugares que se dediquen a tratar este tipo de trastornos.

Así fue que comenzaron a caminar, a buscar, a interiorizarse en esta nueva circunstancia que les tocaba afrontar. “Comenzamos con cinco chicos, ahora son 35 y tenemos muchos en lista de espera”, señala “Marita” Fernández. Actualmente, la entidad cuenta con un salón en la Sociedad de Fomento de Maschwitz, un lugar chico pero bien ubicado que les permite resolver los dilemas y problemas que genera lidiar con chicos distintos en una sociedad que, a veces, pareciera empeñada en exiliarlos del sistema.

“Todo fue muy difícil y aún queda mucho trabajo por hacer, pero creo que de a poco lo estamos logrando”, analiza Fernández. Y es cierto, el arduo trabajo ha dado importantes logros: la asociación ya tiene personería jurídica y consiguió una casa que, gracias a la colaboración de los chicos, sus familias y todos los que participan de este proyecto, pudo sacar adelante.

Pero el sueño va aún más lejos. Y lo que empezó como un lugar de reunión y asesoramiento a las familias, ambiciona hoy convertirse en un ámbito que incluya a personas de bajos recursos para que ellas también puedan adquirir herramientas para usar en un futuro no muy lejano. Aún queda mucho por recorrer, pero en Sonidos del Alma saben que el camino está marcado y están dispuestos a seguir transitándolo.

Corazón de papel

Hace más de quince años que Claudia Consiglo es docente de la primaria N° 8 de Belén de Escobar, una escuela de difícil acceso y la que muchos de sus alumnos llegan con duras historias familiares. “Siempre elegí trabajar en lugares así, de estas características, con chicos con mayores dificultades”, asegura.

La educación es la base de un buen futuro, pero ¿cómo se construye ese futuro si no hay un buen presente? Claudia se enfrenta permanentemente a esta pregunta, y su vida se convirtió en una búsqueda constante de nuevas formas de responderla.

Educar en un ambiente donde los pequeños arrastran todo tipo de problemas, al punto de recibir allí muchas veces la única comida del día, se vuelve una tarea extremadamente laboriosa. Pero a lo largo de sus tantos años frente al pizarrón, Consiglio dice haber descubierto que el placer de la docencia es una inversión a futuro, tratar de encontrar el don oculto de un alumno y posibilitar que pueda desarrollarlo al máximo.

“Es muy importante tener conciencia de la responsabilidad del docente, que tenés chicos a cargo y que está en tus manos formarlos para el día de mañana. La educación tiene que ser una herramienta, tiene que servir para ser mejor persona y, a la vez, para poder analizar qué es lo que sucede alrededor”.

Como militante y dirigente gremial, sabe que hay muchas falencias que provienen desde el Estado y que está fuera de su alcance solucionarlas. Por eso ha participado y participa de tantas luchas, cumpliendo lo que considera su rol y apostando siempre a que un futuro mejor para esos chicos no sea una quimera.

El amor por aquella cuarta pared

“Yo creo que mi paso por la vida es porque puedo estar arriba de un escenario”, afirma Graciela Sureda con los ojos vidriosos por la emoción que provoca esa frase en ella. Su profesión no es más que un reflejo de una herencia que eligió mantener y adoptar como estilo de vida. “Me crié en un escenario, mis padres eran actores independientes”, recuerda. Desde los 4 años merodea por las tablas y promete hacerlo hasta que su cuerpo lo resista.

Criada bajo el lema de que en esta vida “hay que hacer todo a pulmón”, y ante el pedido de sus padres de buscar una profesión que le “garantice un futuro”, la actriz estudió Turismo y se desempeñó laboralmente en ese rubro, hasta que decidió dar un vuelco en su vida y meterse de lleno en su viejo y verdadero amor.

Eligió una labor difícil de desempeñar, porque los actores viven de un mañana incierto. Sin embargo, aquellos que la ejercen saben disfrutar de los profundos placeres que les da el escenario. Como premio a su gran esfuerzo personal, el teatro la llevó por rumbos impensados como España, Israel y Cuba. Pero ella siempre elige volver a sus orígenes, para seguir trabajando entre los suyos mientras madura nuevos proyectos que la mantengan plena.

Su voz tiembla cuando recapitula lo mucho que vivió por y gracias al teatro. “Es mi vida, mi pasión, es lo que me permite mirar el mundo desde otro lugar”. Y desde el lugar del artista, a través de sus personajes, ella encontró la manera de decir lo que tal vez no diría de otro modo. Es una cuestión de amor extraño, de amor a pesar de todo, de amor a aquella imaginaria cuarta pared que separa al actor de su público.

Los ojos de la justicia

Sus ojos verdes y tranquilos parecen desentonar con el clima de caos del Juzgado de Paz que dirige hace más de diez años. Elisa Soneira mantiene la calma cuando todo parece desbarrancarse. Su
oficina, inmensamente pulcra y ordenada, se convierte en un universo paralelo que contrasta con las pilas de carpetas, papeles, los teléfonos y el personal que trata de resolver los problemas de la gente que acude a esa dependencia.

Recibida de abogada, ni en sus más vagos sueños pensó llegar a ocupar el sillón desde el que habla. “Esto me parecía imposible”, afirma. Dice que lo mejor de su trabajo es el contacto con la gente, ayudarla, mientras que no poder resolverle sus problemas es una de las grandes frustraciones que debió aprender a asimilar. “La población creció mucho y, junto a ella, crecieron las necesidades y los problemas, pero el Poder Judicial no acompañó ese crecimiento”, señala.

Por esas casualidades de la vida, fue justamente un Día de la Mujer de 1991 que Soneira juraba para definir lo que sería su profesión. Asegura que cuando deje su cargo va a seguir dedicándose a resolver asuntos sociales, como forma de retribuirle a la comunidad lo que de ella recibió. “Quiero devolver a este lugar algo de todo lo que me dio y creo que tengo mucho que aportar”, promete.

La difícil tarea de ser distintos

La casa antigua, llena de afiches de colores, las voces de los chicos de fondo y Lorena Iacouzzi que sale con una sonrisa a saludar. Esta es la primera imagen que se tiene de APANNE. La historia de Lorena con la fundación se ven tan estrechamente relacionadas que es difícil pensar en una sin la otra.

Todo comenzó gracias a su primo, Lucas, quien padecía daños neurológicos. En el afán de encontrar un lugar para estos chicos, cuyas patologías eran más graves que las que se encontraban en los colegios especiales, nacía hace 22 años la Asociación de Padres y Amigos del Niño Neurológico de Escobar.

“Los cambios en estos chicos son muy leves, a veces pueden tardar años. Pero es gratificante saber que los estás ayudando a ellos y a la familia”, explica la coordinadora de la institución con sede en la calle Rivadavia, que en la actualidad cuenta con 28 asistentes a su centro de día y una larga lista de espera.

Para Lorena, su trabajo es su pasión, pero también sabe que existen ciclos y que el suyo quizás esté llegando al final. “Siento que toqué el techo que me había propuesto y en algún momento pienso dejarle mi lugar a otra persona. Pero aunque no esté trabajando acá, voy a seguir ayudando desde la comisión directiva siempre, porque creo que todavía hay mucho que hacer y APANNE es un elemento fundamental en mi vida”.

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