Personas sin compasión se entretienen y compiten por dinero matando aves a escopetazos en el Pigeon Club Argentino. Organizaciones protectoras de animales reclaman a las autoridades que hagan cesar esta salvaje actividad en Maschwitz.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Las riñas de gallos, peleas de perros y corridas de toros, por mencionar algunas, son prácticas de una crueldad enorme hacia los animales. También hay quienes cazan por hobby y decoran su living con las astas de los ciervos que mataron a tiros.

Hay un refrán popular que dice “cada loco con su tema” y otro que asegura que “sobre gustos no hay escrito”. Y debe ser cierto, porque desde hace más de tres décadas, en Ingeniero Maschwitz, funciona el Pigeon Club Argentino: un campo donde los socios se juntan a matar palomas y organizan torneos en los que el ganador se lleva una pequeña fortuna recaudada de lo que cada uno paga por inscribirse.

El tiro al pichón, como se conoce coloquialmente a este “deporte de elite”, consiste en dispararle a palomas que primero son capturadas y luego encerradas en pequeñas jaulas, sin alimento durante un día para que cuando las suelten vuelen más rápido y desorientadas. En algunos casos hasta les cortan la cola para que vuelen recto y sea más fácil acertar el disparo.

Los tiradores se posicionan en un sector semicircular llamado pedana. Suelen utilizar armas de dos caños o semiautomáticas con dos cartuchos calibre 12. Las jaulas se van abriendo y dispara un participante por vez. El objetivo es lograr que su paloma caiga dentro de la pedana para sumar puntos. El que más palomas derriba, gana.

Los animales no siempre caen muertos, sino que agonizan en el piso hasta que finalmente son arrojados a un tacho, unos encima de otros. Terminan muriendo por asfixia.

¿Prohibido o autorizado?

La polémica que genera esta forma de entretenimiento no es nueva, pero resurgió recientemente. Desde varias organizaciones como MAYDA, FundACo y Vida y Sol presentaron denuncias ante la Justicia, la Policía, la Municipalidad y la Defensoría del Pueblo de Escobar para pedir que en el predio de la calle Blas Parera se termine con la “matanza de animales”.

Basan su reclamo en que el artículo 41 de la Constitución Nacional dispone que las autoridades proveerán a la preservación de la diversidad biológica. Además, en el año 1891 se sancionó la ley 2.786, que declaró actos punibles los malos tratos a los animales, previéndose penas de multa o arresto. Esta ley fue reforzada posteriormente con la 14.346, de protección animal, que impuso prisión de 15 días a un año para los infractores. También existen otras normas, algunas provinciales, que prohíben todos los actos que impliquen la muerte de un animal.

Pero el cuerpo normativo no es del todo claro y desde la Defensoría del Pueblo trabajan revisando cada una de las leyes, que muchas veces crean conflictos porque en algunos puntos chocan y se contradicen. En estos momentos están a la espera del resultado de una serie de informes para finalmente emitir una resolución al respecto. Uno de los puntos que tienen que demostrar es que en el Pigeon Club crían a las palomas para después masacrarlas, no es que aparecen de casualidad volando por ahí.

Sin embargo, la institución está autorizada por el RENAR como un campo de tiro deportivo para tiro al vuelo. Según quienes se oponen a esta práctica, esto significa disparar a platillos o hélices, no a animales vivos.

El presidente del club, José Refosco, asegura que ellos tienen todos los papeles en orden y que en las inspecciones que hizo el RENAR se determinó que realizan prácticas de tiro al vuelo con blanco vivo Columba Livia, un tipo de paloma que no está protegida y que se está transformando en una plaga urbana. Pero también utilizan otras tres especies de palomas: la turca, la manchada y la Zenaida Auriculata, que tampoco están protegidas. Por eso consideran que le hacen un bien a la comunidad: “Como no tienen depredadores naturales, nosotros ayudamos a paliar el problema”, afirma Refosco.

Al pedido de los ambientalistas se suma el de los vecinos, que periódicamente tienen que soportar el molesto y ensordecedor sonido de los disparos, sabiendo que por cada uno de ellos una paloma acaba de caer herida o muerta.

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