Llevan 25 años reproduciendo estas exóticas plantas con métodos desarrollados por ellos mismos. Son especialistas en la creación de híbridos, a los que esperan entre cuatro y nueve años para ver florecer.

Por FLORENCIA ALVAREZ
falvarez@dia32.com.ar

Se calcula que algunos grupos de orquídeas vienen floreciendo desde la época de los dinosaurios. Componen la familia más grande y diversa del reino vegetal con 800 géneros, 35.000 especies y 300.000 híbridos creados por el hombre. Entre estas personas que se dedican a manipularlas genéticamente, dejando que las originales se desarrollen normalmente en la naturaleza, aparecen los escobarenses Violeta Pattini (59) y Roberto Hosokawa (67).

Ambos se conocieron hace treinta años en el Instituto Malbrán: él era su director -especialista en hepatitis virales- y ella una farmacéutica y bioquímica que se dedicaba a la investigación. Dos auténticos apasionados del laboratorio, acostumbrados a experimentar con ratones y conejos inyectándoles todo tipo de virus para fabricar vacunas.

“Sí, venimos de la ciencia pura y dura”, le dice Violeta a DIA 32 riéndose mientras recuerda que a las ratas les sacaba sangre del ojo o que las abría como si nada para extraerles diferentes partes.

Si bien en aquella época ambos vivían en Capital, Roberto había crecido en Escobar y pertenecía a una familia de floricultores. Su padre, Tadayoshi Hosokawa, se dedicaba a cultivar todo tipo de plantas y tenía un rudimentario laboratorio donde hacía crecer orquídeas in vitro para entretenerse en su tiempo libre.

Cuando la falta de presupuesto y los mil problemas en el Malbrán desmotivaron a esta pareja, en 1993 decidieron venirse a vivir a Escobar para profesionalizar el hobby de Tadayoshi hasta convertirlo en su medio de vida.

Se lo tomaron muy en serio, se avocaron a largas horas de estudio que se sumaron a viajes de investigación por Japón, Brasil y Costa Rica. Cuando estuvieron en condiciones de ponerse a trabajar, se dividieron las tareas. Roberto quedó encargado de la parte de laboratorio, la netamente científica.

En ese espacio tan privado, que para él es su santuario, descubrió cómo hacer un caldo de cultivo determinado para cada especie y género. Una mezcla de sustancias que se esteriliza en una autoclave para luego sembrar las semillas. También descubrió cómo acabar con las enfermedades que pueden contraer las plantas y generó sus propias recetas para hacer fertilizantes y hormiguicidas orgánicos.

Ella, en tanto, es la que se encarga de la parte más romántica del proceso. Trabaja dentro de los invernáculos, ocupando con sus elementos una pequeña porción de una mesa que mide cerca de diez metros. Realiza su tarea rodeada de flores que se elevan exhibiendo esplendorosos colores: violetas de diferentes gamas, blancos impolutos, amarillos intensos, manchas, manchitas, pintitas y lunares. Ese también es su lugar sagrado.

“Roberto me entrega el material y a partir de acá la responsabilidad es mía. Las hago pasar por los distintos estadios hasta hacerlas florecer. A las orquídeas hay que esperarlas entre cuatro y nueve años, pero la recompensa es que sus flores pueden durar de dos a tres meses”, cuenta. Por estas características es que Violeta afirma que para dedicarse a esta actividad hay que tener tres cualidades: pasión, paciencia y poder de observación. “No mirar, observar”, recalca.

Prueba y error

En sus 25 años de dedicación aprendieron que las orquídeas son las plantas más evolucionadas del reino vegetal. También las más cautivantes y misteriosas: desarrollaron un sistema para sobrevivir en las situaciones más adversas, y cuentan con habilidades sorprendentes.

La transformación de sus flores o de sus feromonas les asegura una suerte de matrimonio con diferentes insectos que las ayudan a reproducirse naturalmente. “Por ejemplo, hay especies que son capaces de hacerse pasar por una mariposa hembra, para que la mariposa macho crea que es una mariposa hembra, la vaya a visitar y así la polinice”, explica Violeta.

Además, algunas poseen néctar, otras simulan tenerlo y otras simulan poseer polen. Existen las que imitan insectos o nidos de abejas para atraer a sus polinizadores y las que se fecundan a sí mismas. Le “alquilan” los troncos a los árboles para vivir sobre ellos, sin dañarlos ni quitarles sus nutrientes.

El matrimonio Hosokawa puso toda su sapiencia al servicio de la biotecnología para reproducir orquídeas in vitro. Para generar un vivero que las produzca a gran escala pero sin ser un monocultivo, sino cultivando varios géneros e ir probando y adaptando. “Fuimos bastante autodidactas y cometimos muchos errores. Pero así estamos acostumbrados a trabajar los científicos, con el método ensayo y error. Roberto tiene una frase que a mí me parece maravillosa: ‘No existen los fracasos sino que son éxitos diferidos para el futuro’”.

Según la floricultora, las orquídeas necesitan de la asistencia biotecnológica si es que se quiere hacer un cultivo a gran escala. Explica que es muy difícil reproducirlas a cielo abierto porque las semillas son muy chiquititas y no cuentan con el tegumento exterior que las protege. Eso que se rompe cuando se pone una de ellas a germinar. “Suelen largar una cápsula con alrededor de quinientas mil semillas, pero solo una o dos prosperan en la naturaleza”, señala.

Compartir el conocimiento

Tan exótica y envuelta en ese halo de misterio, la orquídea consiguió fama por difícil. A través de los siglos fueron muy pocos los que descubrieron cómo reproducirlas y, cuando lo hacían, sus flores resultaban ser tan bellas pero tan amarretas que los cultivadores optaban por guardarse el secreto.

Violeta y Roberto decidieron hacer lo contrario: invertir gran parte de su tiempo dando a conocer lo que tanto les costó aprender. Lo hacen a través de cursos, charlas, conferencias y exposiciones. “Creemos que el conocimiento tiene que entrar y salir”, sostienen.

Un cuarto de siglo atrás formaron la Unión Aficionados a las Orquídeas, con gente que se reúne una vez por mes a hablar del tema y a compartir experiencias. También han sido los responsables de Expo Ran (ran significa orquídeas en japonés), una muestra que empezó en el Jardín Japonés de Palermo y siguió en otras sedes con el objetivo principal de difundir conocimientos.

Como no podría ser de otra manera, los Hosokawa siempre estuvieron relacionados a la Fiesta Nacional de la Flor. Desde hace veinte años ocupan el mismo stand en el pabellón número 3. Además, actualmente Roberto es el vicepresidente de la entidad.

La tradicional exposición escobarense es uno de los momentos del año preferidos de Violeta, cuando puede sentarse con la gente antes de que adquieran una de sus orquídeas para preguntarles dónde la piensan poner, informarla sobre sus cuidados, los espacios más propicios de la casa en cuanto a luz y temperatura.

“Hay gente que dice que tienen luz, que pueden comunicarse con ellas, que las atrapa, que por algún extraño motivo resultan carismáticas. Para mí, lo más importante de todo es que creo que son sanadoras”, afirma.

También aprovecha para transmitirles a sus potenciales clientes algo del amor que siente por el cultivo de las orquídeas. De esta forma, intenta abrirles un mundo que seguramente desconocen. El mundo mágico de las flores más codiciadas del planeta.

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