Fervor, adrenalina y emoción. Vivencias de escobarenses que viajaron a Brasil para alentar a la Selección, ya sea desde el estadio o los Fan Fest. Historias de sueños cumplidos, recuerdos imborrables y la picaresca anécdota del “Fuleco” criollo.

Por JAVIER RUBINSTEIN

En cada partido jugado por la Selección se vieron decenas de banderas con el nombre de ciudades de nuestro país. En los estadios de San Pablo, Belo Horizonte, Río de Janeiro, Porto Alegre… donde sea la cita nacional había argentinos por todos lados entonando el cantito convertido en himno: “Brasil, decime qué se siente, tener en casa a tu papá…”. Hit furioso que se transformó en cábala hasta llegar a la dichosa final ante Alemania, verduga una vez más de la ilusión celeste y blanca, como en 1990, 2006 y 2010.

Muchos escobarenses decidieron viajar a Brasil para alentar a Messi y compañía, y en esta nota de DIA 32 repasamos algunas de sus historias, llenas de fervor, adrenalina y emoción.

“Lloré como en el ‘90”

Diego Bianchini enseña fútbol en el Club Independiente de Escobar y es uno de los afortunados que vivió el Mundial de Argentina desde las tribunas de los estadios cariocas. Tuvo la posibilidad de ver dos partidos de la selección, ante Nigeria y Holanda.

Las entradas para el primer partido, con Nigeria, las consiguió a través de Fernando Moura, un periodista escobarense radicado en Brasil con quien conserva una amistad de la juventud. “Fui con otro amigo profe, Fernando Cobiella. Viajamos en la camioneta de mi viejo, con dos colchoncitos atrás y bolsas de dormir. El sueño estaba en marcha”, recuerda, todavía emocionado por la aventura.

“En Porto Alegre hubo una invasión de argentinos. La verdad que de los tres partidos del grupo me tocó disfrutar el mejorcito, con muchos goles, parejo. Con Messi en toda su dimensión, Rojo explotando y con Di María a puro vértigo”, analiza.

El regreso a Escobar fue al otro día del partido con Irán, tras 14 horas de manejo y cansado. El sueño mundialista estaba cumplido, pero quedaba más. Tras el partido de cuartos ante Bélgica, volvió a picarle el bichito de la pasión. “Le dije a mi señora: ‘Si consigo entradas, voy a la semifinal”. Otra vez Moura lo ayudó en la compra del preciado ticket y entre micro y avión estaba de nuevo en tierra brasileña. Esta vez viajó solo.

Claro que el clima de confraternidad latinoamericana no existía más después del 1-7 de los alemanes y la estadía no fue tan grata. Aunque a nivel deportivo sí fue un éxito: “La última vez que había llorado por la Selección tenía 16 años, en el Mundial de Italia, y acá otra vez la albiceleste me sacó unas lágrimas cuando Maxi Rodríguez metió el penal… ¡qué nervios, por Dios!”, relata Diego, que estaba atrás del arco en el milagroso cruce de Mascherano ante Robben que evitó la derrota. “La vi adentro”, confiesa.

“La salida del estadio fue complicada, para llegar a tomar el subte nos tiraron un par de latas de cerveza y nos puteaban. Volví a Escobar el viernes 11 para poder ver la final en familia”, cuenta Diego, que aunque cumplió por partida doble su sueño se quedó, como todos, con las ganas de celebrar el título. “Tenía la esperanza de llevar a mis hijos a los festejos a la plaza, pero no se dio”.

“Qué fiesta hubiera sido Río…”

Flamante arquitecto, Mauro Lucatelli vivió otra faceta del Mundial. Sabía que no tenía posibilidades de conseguir entradas, pero igual decidió viajar para ser parte del Fan Fest y convertirse en un hincha más, pero en Río de Janeiro.

“La idea de ir nos surgió con mi hermano Enzo, un amigo nuestro vive allá, nos mandó una foto estando en la cancha y nos ofreció alojamiento en su casa. Intentamos comprar entradas a precio oficial, pero a los pocos segundos ya desaparecían”, repasa.

En la playa de Copacabana él y su hermano vieron por pantalla gigante los encuentros de Argentina frente a Bélgica, Holanda y Alemania. “La combinación de futbol, pasión, calor, playa, naturaleza e hinchas de todas partes del mundo son factores que en otros países no ocurre y difícilmente vuelva a suceder. Fue algo único”.

La alegría en la ciudad más famosa de Brasil se empañó el 13 de julio, cuando el gol de Mario Götze se transformó en un mazazo a la ilusión de millones de argentinos. “Según los noticieros locales, en la final éramos 100 mil hinchas. Ese día Río parecía Argentina. Después del gol se hizo un silencio sepulcral. Y cuando terminó el partido despedimos a la Selección con un aplauso eterno”, revive Mauro sobre el momento más triste de la estadía. “Muchos lloraban abrazados, otros tirados en la arena”.

Mientras una luna llena, amarilla y gigante se asomaba en el mar, entre los edificios se podía ver al Cristo Redentor iluminado con los colores de Alemania. “Entre nosotros comentábamos ‘qué fiesta sería Río si estuviera celeste y blanco’. Pero no pudo ser”.

De yapa, a la hora del retorno los hermanos Lucatelli se llevaron la sorpresa de viajar en el mismo avión que Diego Maradona, a quien vieron en el preembarque. “Estaba con su abogado y gente de seguridad. Apenas logramos gritarle ¡Diego! También nos cruzamos con (Daniel) Pasarella y Andy Kuznetsoff, con quien nos sacamos una foto”. Tras varios días de euforia e ilusión, la aventura mundialista llegaba a su fin.

Las travesuras de “Fuleco”

Junto a sus amigos César Ranne y Gustavo Lezcano, Gustavo Claret también formó parte de la legión escobarense que viajó a los pagos de Pelé. Y protagonizó una de las anécdotas extrafutbolísticas más comentadas del Mundial, que incluso fue transmitida por el canal de deportes TyC Sports y se viralizó en las redes sociales.

Resulta que Claret, para hacerse de unos reales con los que costear la estadía, estaba disfrazado de “Fuleco”, la mascota del Mundial, y se fotografiaba en la puerta de los estadios con hinchas de todas partes del mundo. Pero la picardía criolla fue abortada en Copacabana por la Policía, en una imagen que dio la vuelta al mundo.

“Pasaron los primeros controles pero terminaron sacándolos de la zona del Maracaná. Igual, el disfraz se lo llevó mi viejo. La verdad que el tema de la mascota fue un éxito, más que nada con los chicos, en cuestión de unas horas levantaban 200 reales, que serían mil pesos acá”, comenta Junior, el hijo de Gustavo, otro apasionado por el fútbol.

Con la recaudación de las fotos hacían las compras del día, que incluían los ingredientes para cocinar las pizzas que vendían en el Sambódromo, donde paraban los argentinos.

“Vendieron 60 kilos de pizza casera y fernet que llevaron de Escobar. El horno donde cocinaban lo terminaron usando todos los vecinos”, agrega Junior. Lo que se dice un trabajo bien pensado. Es que con tal de estar en el Mundial, el ingenio superó todo.

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